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Polillas gigantes revoloteaban a su alrededor, atraídas por su luz mientras corría. Murciélagos la rodeaban y se sumergían a capturar los insectos que su lámpara revelaba. Grandes ojos la miraron por un momento a pocos metros de ella, y entonces el animal saltó sobre el tronco de un árbol y corrió hacia las ramas más altas. Una serpiente enroscada por encima de ella, levantó la cabeza.

La tierra hecha a rodar otra vez y los truenos se estrellaban. Durante un momento apenas podía respirar, otra vez era la presa congelada porque un monstruo la tenía arrinconada. El viento se precipitó sobre los árboles, doblando a los más pequeños hasta que formaban arcos. Margarita tomó refugio en la jaula que formaban las grandes raíces de la Ceiba mientras trataba de forzarse a pensar – sin pánico. Agarrando las raíces, ella fulminó con la mirada al bosque.

Había tenido razón para creerle vampiro. Los insectos hervían en la tierra y se precipitaban por los troncos de los árboles a sus órdenes. Venenosas serpientes se deslizaban a través de la vegetación húmeda y las sanguijuelas se arrastraban sobre las hojas en un esfuerzo por llegar a ella. Todo lo que ella había conocido acerca de los vampiros volvió a ella, junto con la memoria del que la atacó.

Ella se estremeció, la necesidad de acurrucarse en una pelota y se esconderse era abrumadora. Todavía podía oler su aliento fétido, ver a su carne en descomposición, y las garras feas y retorcidas que tenía como uñas. Sus ojos habían desaparecido por completo de color rojo, y la miraba fijamente, tratando de extraer la información del paradero de Zacarías de su mente. Se había concentrado en mantener su mente en blanco, los fuertes escudos, en negarse a renunciar al mayor de la familia De La Cruz.

El vampiro había matado a su padre y sabía que la mataría a ella- ella lo sabía con certeza- pero también sabía que Zacarías o uno de sus hermanos cazaría al vampiros y lo destruiría. Nunca volvería a matar. Ella había resistido incluso cuando la criatura horrible le había mostrado sus afilados dientes y amenazado con arrancarle la carne y comerla frente de ella. Ella se estremeció recordando los ojos rojos y su aliento. Tan horrible olor a carne en descomposición.

Margarita se enderezó. Tan asustada como si hubiera sido Zacarías, pero no había sido lo mismo. No había el olor terrible a descomposición. ¿Los vampiros no se podrían desde adentro? Él la había asustado más no aterrorizado. Se tocó la marca que le había hecho, la rozó con la yema de su dedo. El ataque no había sido el mismo. No se había sentido el mal. O el vampiro. Se había sentido como un depredador peligroso y temible, pero no perverso.

La revelación la sorprendió. Zacarías era un animal salvaje, una criatura salvaje que cazaban y mataban por la supervivencia. No era un vampiro, aunque no importaba. Ella no iba a volver a la hacienda. No, mientras él estuviera cerca. Temía a pocas criaturas, pero Zacarías era una propuesta completamente diferente. La marca que había dejado en ella latía, quemaba un poco, recordándole que ningún animal en la selva era tan impredecible ni tan violento.

La forma en que había llegado a ella, así tan decidido, su rostro una máscara inexpresiva, con la boca en una línea cruel, implacable, sus ojos planos, fríos y sin misericordia. Se le secó la boca y su corazón empezó a latir de nuevo. Ella no pudo haberse movido así lo hubiera querido, congelada en el lugar como una presa acorralada. Así fue exactamente como se sintió – su presa-. Ella sabía que él deliberadamente la había asustado. Había tratado de contactar con él en la forma en que estaba en su estado salvaje, y por un momento pensó que él había respondido, pero luego fue peor que nunca. Era peligroso, pero no un vampiro.

Tenía que dejar el refugio y determinar su próximo movimiento, y eso significaba encontrar las marcas que Julio había tallado en los árboles para mostrar el camino. Ella tuvo que dar marcha atrás y rehacer su camino hasta el punto en que por lo general sacaban la canoa del agua.

Esperó a que el viento feroz se extinguiera un poco y se puso en pie dando un paso con cautela lejos de la sombra de los árboles. Las ramas de arriba gimieron y crujieron y miró hacia arriba. Murciélagos colgados en cada rama, se precipitaban alrededor del árbol, compitiendo por el espacio. En un primer momento pensaba que había venido a comer el fruto, pero no se lo comían. Cada vez más asentado en las ramas, colgando boca abajo, las alas plegadas, pequeños ojos brillantes mirando.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Ella había huido de Zacarías sólo para tropezar con la guarida de un vampiro? Sabía que utilizaban a los murciélagos e insectos como marionetas a veces. Se apartó del árbol y casi cayó sobre un tronco podrido. Las termitas salieron de la madera. Ella apretó los labios, negándose al pánico. Tenía que pensar, tomar una decisión y no lo podía hacer que si se dejaba caer a pedazos.

Ella miró a los murciélagos. Muy suavemente llegó a ellos, le envío una ola cálida de bienvenida, cuidando de no empujar demasiado duro. Su tacto era muy delicado, pero conecto. Ella debería haber sido capaz de sentir el mal si estaban al mando de los no-muertos, pero parecían murciélagos comunes, ansiosos para salir a sus asuntos. Tenían hambre, tenían que alimentarse, pero algo los había detenido – los usaba- les ordenaba.

Él estaba usando insectos y murciélagos para vigilarla. Quería saber qué hacía y había enviado espías. Una idea echó raíces y evaluó la situación, tratando de pensar con lógica. Tal vez los murciélagos eran el tipo equivocado de espías para usar en su contra. Ella tenía su propio don con los animales e insectos y era muy posible que pudiera voltearlos a todos de su lado.

Ella miró a los murciélagos de nuevo y envió otra oleada cálida y acogedora, instándolos a seguir adelante y comer. Iría más despacio para que pudieran hacer ambos, seguirla y, sin embargo comer en el camino. Algunos de los murciélagos daban la impresión de comer fruta, mientras que otros comían insectos. Incluso había especies mixtas. Sonrió a las pequeñas criaturas, sintiendo el parentesco que llegaba cada vez que tocaba a un animal con su mente. Ellos estaban conectados a través de Zacarías por

el miedo y a través de sus órdenes, pero ella formó realmente un vínculo con ellos, una especie de empatía que era mutua. La mayoría de los animales e incluso algunos insectos consolidaban su relación, sintiendo el lazo profundo entre ellos. Quería formar afinidad con los murciélagos que Zacarías había elegido para espiarla.

Margarita mantuvo el flujo de calor y la invitación a comer. Un murciélago tomó la iniciativa, tal vez estaba más hambriento que los otros, pero voló a la fruta más cercana y se puso a comer. Inmediatamente murciélagos llenaron el aire, colocando muchos frutos en la fiesta, mientras que otros se fueron detrás de los insectos. Ella no cometió el error de apresurarse en alejarse-lo que daría lugar a la necesidad de seguir las órdenes que Zacarías le había dado. Ella se alegró cuando encontró el punto donde Julio por lo general varaba su canoa.

El agua estaba en todas partes, goteando de las hojas, corriendo por las laderas y montañas, creando cientos de pequeñas caídas de agua, en cascada.

El agua era recogida en los charcos y se quedaba en el suelo del bosque, encontrando finalmente su forma de desaguar en el río Amazonas. El sonido de la corriente era cada vez más presente como el zumbido constante de los insectos. Ella se alejo de la corriente fuerte de agua en dirección al interior.

Julio había marcado las ramas -cuando niños habían intentado esto – pero tarde o temprano las plantas se anclaban a todo-tallos, ramas, troncos, incluso a hojas que cruzaban a otras plantas y ellas mismas alrededor de los árboles. La vegetación era tan gruesa que la corteza era ocultada por completo así no había ninguna razón en recortar los árboles. Entonces no tomaba mucho tiempo para que cualquier marca fuera cubierta. La subida sobre los árboles era con lianas leñosas, usando los árboles como entradas a la luz, encima de la canopia. Los helechos sólo estaban añadidos a la mezcla, integrándose en la corteza también, subiendo hacia la luz del sol.