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Conozco mis deberes. ¿Qué hora es?

Desconcertado, miró hacia al cielo en ebullición. "Sobre las cuatro de la mañana."

Exactamente. Estoy fuera de servicio. Este es mi tiempo.

Sintió la tentación de morder el punto ideal entre el cuello y los hombros como castigo por su continuo desafío. "Cuando un De La Cruz se encuentra en la residencia, usted está en servicio desde el atardecer hasta el amanecer. O cada vez que yo diga. O Jela peje terád, emni-sol que infierno eres mujer. No discuta conmigo.

¿No has aprendido nada en las últimas horas? Usted no va a ir sin escolta, a cualquier lugar. Es una mujer. Una mujer soltera. Y tendrá un acompañante en todo momento. "

Ella no hizo ruido, pero él sintió su rechazo absoluto a su decreto. Profundo en su interior una vez más, un sonido extraño, que comenzó en su vientre y brotó como burbujas de champán. Por todo lo que era santo, ella le hizo reír. Sentía diversión. Esta mujer menuda trajo risas a su vida.

Hasta que se descubriera por qué tenía tal poder sobre él, no estaba dispuesto a dejarla ir de su lado. Ella podía negar su autoridad todo lo que quisiera, pero ella estaba a punto de aprender qué y quién era el que dominaba su vida.

Aspiró su olor y se encontró luchando contra el llamado de su sangre. Él la probó en su boca. Su gusto exquisito, raro más allá de lo que había conocido estallaba en su boca, goteando en su garganta filtrándose en sus venas, fluyendo a través de su cuerpo como el oro fundido. Su piel era tan cálida y suave, su pulso le llamaba. Cerró los ojos y simplemente escucho el ritmo de su corazón. No tenía hambre, pero él la anhelaba, como una adicción, con ganas de morder, para sentir su suave piel…

Sus manos se deslizaron a lo largo de sus muñecas, acariciándola, sus manos frotando sus senos. Sus pezones se endurecieron al máximo por el frío o la excitación. Él no podía hacer que su mente trabajara el tiempo suficiente para saber porqué. Todos sus sentidos, todo su ser se centró en su cuerpo. En su forma. La sensación de ella. El tiempo fue más despacio.

Como en un túnel. Había solamente su mano deslizándose sobre ella, ahuecando sus pechos, sus pulgares frotando sus duros pezones. Su corazón martillando. El suyo respondiendo.

El calor se precipitó dentro de él. Llenándolo. La sangre golpeando en su centro, se precipitó en su polla, hasta que estuvo dura, gruesa y dolorida – y lo conmocionó.

Su cuerpo se quemaba de adentro hacia afuera. Hubo un rugido extraño en su cabeza. Sentía el fuego, las llamas quemando su piel, corriendo por sus venas.

Las imágenes eróticas llenaron su mente, su cuerpo retorciéndose debajo del suyo, un millón de cosas que había visto en su existencia, un millón de maneras de hacerla suya. Había visto esas cosas, pero nunca pensaba de ellas. Ni una sola vez en toda su existencia había alguna vez acariciado la idea de tomar a una mujer sin su consentimiento.

Nunca consideró enterrar su cuerpo profundamente en una mujer y hacer lo que quisiera con ella, hasta ese momento. Las imágenes y su terrible y brutal necesidad lo abrumaban. Pequeñas gotas de sangre salpicada su piel, sudaba, como nunca antes lo había hecho. Se sentía nervioso, fuera de control, loco por el terrible anhelo que había separado la necesidad de su sangre a la necesidad de su cuerpo.

Él la empujó lejos de él, respirando profundamente, admitiendo grandes tragos del aire para parar la locura que quemaba a través de él. Él había sabido que su alma estaba en pedazos, no más que un tamiz unidos con minúsculos hilos, frágiles, pero esto – esto lo destruiría-destruiría su honor. Él limpió el sudor de su cara y mirado fijamente las manchas de sangre sobre sus manos. ¿Qué eres, mujer? ¡Usted me ha hechizado!.

Ella negó con la cabeza en silencio, tan pálida que casi brillaba en la oscuridad. No lo hice. Te juro que no lo hice. No sé por qué esto le está ocurriendo a usted.

Ella le había sentido bien, sentido la creciente demanda de su polla presionando contra su cuerpo con una demanda urgente.

"Usted no me va a controlar".

No estoy tratando de hacerlo.

Dio dos pasos alejándose de él, mirando el bulto grande en la parte delantera de su pantalón. Él vio el momento exacto en que el miedo pudo más y ella se volvió y corrió lejos de él.

Zacarías volvió a respirar lenta y profundamente, extendiendo sus brazos, dando la bienvenida a su otra forma, necesitando alivio de su forma masculina humana.

Estallaron plumas a lo largo de su piel cuando cambió. Esta vez el águila de arpía era enorme. Él se dio a la fuga, quedándose bajo cuando se lanzó en su persecución. El águila se retorcía y giraba, fácilmente haciendo su camino entre los árboles, cazando a su presa. Se cernió sobre ella. Ella echó un vistazo sobre su hombro, sus ojos muy abiertos por el terror cuando él se zambulló, sus garras la alcanzaron, enganchándola mientras corría, la levanto en el aire, la enorme fuerza de Zacarías ayudando a la gran águila arpía.

Margarita luchó, pero cuando él subió más alto, su envergadura gigantesca aleteando para ganar altura, y la tierra quedándose tan lejos, ella se calmó completamente, aunque sus manos se envolvieron en las patas del pájaro. Una vez que él ganó altitud, aceleró su paso por la selva tropical hacia el hacienda. Las águilas arpías fácilmente volaban unas buenas cincuenta millas por hora cuando ellas querían, y con el viento feroz a su espalda, el pájaro rápidamente cubrió la distancia, alcanzando el rancho en tiempo récord.

Zacarías dejo caer a Margarita suavemente en la hierba junto a la puerta del frente. Cambió cuando sus pies tocaron el suelo a su lado. Ella no intentó escaparse de nuevo, pero estaba en silencio, las manos apretadas con fuerza por encima de su cintura, donde las garras le habían agarrado con tanta fuerza. Zacarías se inclinó y la tomó en sus brazos, acunándola contra su pecho.

Sus ojos subieron hasta la mitad de su cara y el miedo estaba de vuelta, todos rastros de mal genio desaparecido. Ella no podía gritar y su boca no estaba abierta para tratar de llamar por ayuda, y eso le molestó más de lo que debería.

"No me mires de esa manera", espetó. "Si sólo hubieses venido conmigo, sin problemas, yo no habría tenido que arrastrarte de vuelta de tal manera.”

¿Nadie le enseñó las consecuencias?

Apartó la mirada cambiando para mirar a un lugar por encima de su hombro, pero ella no pudo contener el temblor que la recorrió. Quizás su voz había sido demasiada severa. Tenía que recordar su enfermedad. Su padre, sin duda debería haber abordado la necesidad de burlarse de la autoridad, pero él estaba allí ahora, y no tenía duda de que podía hacer el trabajo.

Agitó la mano a la puerta y esta se abrió para él. Pasó con Margarita en sus brazos y la colocó en el sofá mientras dio vuelta para aplicar salvaguardas. Tejió guardias intrincadas, muy fuertes alrededor de toda la estructura, tomándose su tiempo, hasta que determinó que nadie podría entrar y ni se marcharía mientras dormía. Los trabajadores en sus propiedades sabían que cuando un De La Cruz estaba en la residencia, no debían ser molestados durante las horas del día. Cuando se sintió satisfecho que nadie-ni siquiera uno de sus hermanos – podía conseguir atravesar su trama, se volvió a estudiar a la mujer que encarna la palabra misterio.

Margarita se incorporó lentamente. Él la vio retener la respiración y dolor cruzó su cara. Frunció el ceño y se acercó a ella. El olor de su sangre lo golpeó. Zacarías la tiró a sus pies. Ella mantuvo sus manos presionadas firmemente en su cintura. Él podía ver pequeñas gotitas rojas que goteaba a través de sus dedos. Los humanos no se curaban. Él no había pasado tiempo alrededor de seres humanos en años. Se alimentaba y se iba, un fantasma en la noche nadie nunca lo veía-o lo recordaba.