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Con resolución, Margarita restregó sus manos sobre su cara, borrando el miedo y enderezando sus hombros. Esto era su lío. Ella lo había creado. Ella podía sentir la tristeza intensa, el fuerte dolor que pesaba a Zacarías hundiéndolo. Ella sintió sus emociones – y ellos eran tan fuertes a tal punto de aplastarlo – pero ella sabía que él no los sentía de la misma manera que ella lo hacía.

Él había querido que ella mantuviera su rutina diaria, de modo que eso era lo que iba a hacer, tal como si él no estuviera en la casa. Cuando llegara el tiempo para que él tomara su sangre ella encontraría un lugar agradable en su mente e iría allí. Este era el deber de su familia entera de proveer independientemente a Un De La Cruz lo que necesitara – o quisiera – y ella no le fallaría su familia o a él.

Ella se miró en el espejo. Su pelo estaba en la gruesa trenza de costumbre, pero su cuello estaba claramente expuesto. Su corazón dio un salto salvajemente. Tal vez eso era demasiada tentación. Rápidamente se aflojo el tejido y permitió que se derramara su pelo hasta la cintura. Ella envolvió una corbata suelta a su alrededor para mantenerlo alejado de la cara y pudiera trabajar sin que la enorme masa se interpusiera en su camino. Sus manos se alisaron la fluida falda y tomo aire antes de dirigirse a la cocina.

Lleno la tetera de agua, se dio la vuelta y casi se cayó cuando él estaba de pie allí, muy cerca de ella, su mano alcanzó el abundante pelo, mirándolo fascinado. Dejó caer la mano de inmediato y dio un paso atrás para permitirle llegar a la estufa. Haciendo caso omiso de su corazón que latía con fuerza, Margarita hizo como si no estuviera en la habitación. Si quería observar lo que hacía, estaba bien. Ella se prepararía el desayuno a pesar de que era de noche.

Zacarías inclinó una cadera contra el lavabo y la miró con esa mirada fija, totalmente concentrada que era sin duda de un gato de caza de gran tamaño.

Ella le dio una mirada velada por debajo de sus pestañas, incapaz de ayudarse a sí misma.

¿Quiere tomar té?

Él frunció el ceño. "Nunca he probado la comida humana. Mis hermanos lo hacen. Para parecer humanos llenan la casa con alimentos y van a eventos de caridad y otras grandes reuniones en la se hace necesario que parezcan que comen. "

Pero no usted.

Él levantó la ceja. "No te preocupes por esas cosas. Inquieto demasiado a los humanos por lo que es mejor enviar a Nicolás o Riordan. "

¿Ni siquiera una vez? En todos sus años de existencia, ni una vez quiso probar lo prohibido?

"No sentía nada, kislány kuηenak Minan, mi pequeña lunático. La curiosidad no ha sido nunca un problema para mí. Yo existo. Yo cazo. Yo mato. Mi vida es muy simple. "

Ella apretó sus labios. No podría imaginarse tal vida. Ninguna comodidad. Sin necesidad de confort. ¿Usted nunca tiene miedo? ¿Nunca ha experimentado el terror extremo?

¿Qué hay en mi vida para temer? No tengo nada que perder, incluso la vida misma. Tengo solamente una responsabilidad la de proteger a mi gente con lo mejor de mi capacidad. Y lo hago con honor.”

¿Nunca ha sentido alegría? ¿O amor?

“Hubo una época en mi vida, cuando era un muchacho, que amé a mis hermanos. Durante un tiempo podía tocar sus memorias y recordar el afecto que tenía para ellos. Incluso eso se ha ido para mí.”

Quería llorar por él. Habló de la materia con la mayor naturalidad, como si no tener a nadie, nada en absoluto para suavizar su vida fuera normal. No había nadie para consolarlo, nadie con quien hablar o discutir, nadie para sostenerlo o amarlo. Todo el tiempo que luchó para proteger a los demás, no había nadie para él.

Se dio cuenta de que en todo su conocimiento, había grandes lagunas en su educación. Los Cárpatos podía regular la temperatura corporal. Podían curar sus heridas y reducir al mínimo la mayoría del dolor. No había pensado que ella no podía hacer esas cosas, lo que explicaba por qué había parecido tan impresionado por que las garras de águila hubieran perforado su piel. Él no sabía, o realmente no se había dado mucho tiempo para pensar en los humanos.

No interactuar con nadie más que los no-muertos. Sus hermanos tenían participaciones diversas y hablaban con los gobiernos locales. Zacarías sólo venía cuando está herido y necesitaba una solución rápida. Los trabajadores estaban recelosos de él. Debido a que sus tías, tíos y primos trabajaban en las distintas propiedades de los De La Cruz en América del Sur, conocía todos los chismes sobre la familia y unos pocos habían visto a Zacarías. Había estado completamente solo desde hace siglos.

Margarita se mantuvo de espaldas, la compasión y el miedo se mostrarían en su cara. Ella podía ser que le temiera, pero eso no quería decir que no podía sentir por él. Su vida había sido una que nunca hubiera querido y sin embargo, él había aguantado por más de mil años. Le habría dado la bienvenida, probablemente a la muerte, y ella le había quitado hasta ese consuelo. Tenía que encontrar una manera de conectar más sólidamente con él para que no saltara cada vez que se le acercara. Ella decidió que el mejor curso de acción consistía en llegar a conocerlo, intercambiar un poco de información para que pudiera estar más cómoda con él.

¿Cómo es que puedo sentir sus emociones, pero usted no puede?

Hubo un breve silencio. Ella se preparó antes de girar hacia él. Las batallas de siglos de perseguir a los no-muertos a través de países en un intento incesante de proteger a los habitantes estaban grabadas profundamente en las arrugas de su cara. Se quedó allí, con la cabeza erguida, mirándola con esos ojos que llevaban tanta tristeza que ni siquiera podía reconocer o comprender.

No había ningún lugar donde pudiera ir a donde él pudiera estar completamente vulnerable. No había nadie que pudiera amarlo, protegerlo o mantenerlo seguro. Ella tenía una repentina urgencia de poner sus brazos alrededor de él y abrazarlo con fuerza, pero tenía que pedir permiso y ella no iba a cometer el mismo error otra vez.

El silencio se estiró entre ellos, roto repentinamente por el silbido en la caldera. Ella vertió cuidadosamente el agua hirviendo en la pequeña e intricada tetera de arcilla de su madre. El cuerpo era rectangular y pintado a mano con los caballos peruanos de Paso que corrían libremente con las colas y las melenas fluyendo con el viento. Ella amaba la tetera que su madre había hecho tantos años atrás y siempre cuidaba de ella. Cuando la usaba siempre le hacía sentir más cerca de su madre y, ahora, eso la confortó. Ella no podría imaginarse a Zacarías teniendo nada como eso en su vida. “No era consciente que usted podía sentir mis emociones,” él finalmente, casi renuente, admitió.

Ella se volvió hacia él de nuevo, apoyándose en el mostrador y estudio de su rostro. A ella le pareció increíble que pudiera parecer tan severo y autoritario, pero sin embargo, ser tan brutalmente hermoso. Su pelo era largo, incluso para un Cárpatos, casi tan largo como el suyo. Unas pocas hebras de color gris realzaba el profundo color de la medianoche. La masa de pelo tenía ondas suficientes- para moverse en espiral en varios remolinos largos dentro del cordón de cuero con que lo ató. Las ondas en espiral no suavizaban su apariencia, sólo lo hacía mucho más atractivo.

No parecía estar relajado y tranquilo. Él aparecía exactamente lo que era-una máquina de matar. Nadie nunca lo confundiría con otra cosa, pero tal vez se estaba acostumbrando a su presencia, porque los temblores internos la habían dejado por fin.

Yo puedo.

"Explícamelo."