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Nos quedamos mucho tiempo charlando cerca del fuego. Lamenté tener que separarme de este hombre, por el cual sentía un verdadero afecto.

A la mañana siguiente, lo primero que recordé fue que Dersu iba a dejarnos. Después de comer, di las gracias a mis huéspedes y salí a la calle. Los soldados estaban ya prestos a partir. Dersu se encontraba cerca de ellos. Reparé a la primera ojeada que se había preparado como para una larga marcha: tenía su mochila llena y cuidadosamente embalada, su cinturón abrochado y sus untasbien ajustadas.

Cuando estuvimos a un kilómetro de Dmitrovka, el goldse detuvo; había llegado el momento de la separación.

—Adiós, Dersu —le dije, estrechándole la mano—. Te deseo buena suerte en todo; jamás olvidaré lo que has hecho por mí. ¡Adiós! ¡Ojalá que nos volvamos a ver!

Dersu se separó de los soldados, me hizo una señal con la cabeza y se adentró en los zarzales que se elevaban a nuestra izquierda. Unos minutos después llegó a lo alto de una colina cubierta de maleza. Sobre el fondo claro del cielo, su silueta se destacó netamente, con la mochila a la espalda y el fusil y el tridente en las manos. Un hermoso sol salía en aquel momento de las montañas e iluminó al gold.Después de trepar hasta la cima se detuvo, se volvió hacia nosotros, nos saludó con la mano y desapareció tras la cresta de la montaña. Sentí un desgarramiento en el corazón al perder a aquel hombre de quien me había sentido tan próximo.

—¡Buen tipo! —hizo notar Martchenko.

—Se encuentran muy pocos como él —respondió Olenetiev.

«Adiós, mi buen Dersu —pensé también—. Me has salvado la vida y eso no lo olvidaré jamás.»

Segunda parte

7

A través de ríos, bosques y pantanos

Transcurrieron cuatro años. La Sociedad Rusa de Geografía (sección de la región del Amur) me ofreció la posibilidad de organizar una nueva expedición, cuyo fin sería explorar la cumbre del Sijote-Alin, el litoral que se extiende al norte de la bahía de Santa Olga, y las fuentes del Ussuri y del Iman.

En aquella época, las informaciones relativas a la parte central del Sijote-Alin eran muy escasas. Igualmente, tampoco se tenía más que referencias sumarias de la costa del país transussuriano, facilitadas por oficiales de marina que iban de vez en cuando a hacer sondeos en los golfos y bahías de ese litoral.

Preparamos la expedición durante casi un mes. Se reclutaron para nuestro destacamento los mejores fusiles entre los mejores tiradores siberianos, dando la preferencia a los procedentes de las provincias de Tobolsk y de Yenisey. Estos hombres, a decir verdad, eran más bien mohínos y poco comunicativos, pero en cambio estaban acostumbrados desde su infancia a hacer frente a toda suerte de adversidades.

En calidad de bestias de carga, íbamos a disponer de una caravana de doce caballos. Ahora bien, era muy importante que nuestros hombres conocieran bien estos animales y dejar que éstos se habituaran a sus conductores. Con este fin, el destacamento se formó quince días antes de la partida.

Como lugar de reunión, se fijó la estación de Chmarkovka, situada un poco al sur del lugar donde la línea ferroviaria atraviesa el Ussuri. El grupo, provisto de caballos, fue enviado el 15 de mayo por ferrocarril, y al día siguiente los restantes miembros de la expedición abandonaron a su vez Jabarovsk.

Los fusileros vinieron a nuestro encuentro y nos indicaron nuestro alojamiento. El resto de la jornada se pasó escogiendo nuestras provisiones y preparando las cargas.

Al día siguiente, cosacos y cazadores siberianos tuvieron la jornada libre. Remendaron sus untas,cosieron las rodilleras, arreglaron sus cartucheras y se equiparon en general de una manera definitiva para ponerse en ruta.

El día de la partida, 19 de mayo, estuvimos todos en pie desde temprano, aunque partimos tarde. Es natural que los primeros pasos de una expedición se retarden siempre un poco. A continuación, una vez en ruta, todos se habitúan a un cierto orden; cada cual consigue conocer su caballo, su fardo, los objetos que están a su custodia, y el orden que ha de observar para embalarlos. Se aprende a distinguir entre los efectos necesarios para el camino y los que hay que tener a mano para el campamento.

El camino vecinal cenagoso que parte de Chmarkovka sigue las cuestas de una colina. A lo largo de este recorrido, todos los puentes habían sido demolidos por las aguas primaverales; tampoco fue nada fácil la travesía de los ríos, convertidos en torrentes rápidos.

Una mirada experimentada hubiera notado inmediatamente que nuestra expedición estaba aún en sus comienzos: los caballos formaban una fila desperdigada; sus sillas se deslizaban constantemente; las correas se desabrochaban y los hombres se detenían a menudo para ajustar su calzado.

Pero cualquiera que haya viajado mucho sabe bien que todo eso es muy habitual. Cada día estos altos se hacen más raros, todo se arregla, y la marcha se hace después en orden, sin tropiezos.

Al día siguiente, nuestro camino nos llevó al borde del Ussuri. Todo el valle estaba inundado. Los lugares elevados parecían islas. En medio de esta masa de agua, el lecho permanente del río estaba señalado por una corriente rápida y por los árboles que se extendían a lo largo de los bordes.

Unos campesinos nos dijeron que mientras duraban esas inundaciones cesaba toda comunicación por tierra firme con los pueblos vecinos y que no se podía ir a ellos más que en barco. Después de discutir un poco, decidimos avanzar aguas arriba hasta el lugar donde el río formara un solo lecho; allí, queríamos tratar de hacer la travesía a nado, con nuestros caballos.

Por fin, descubrimos lo que buscábamos. Unos cinco kilómetros más adelante, se reunían en el río todo el conjunto de sus canales. Muchos islotes, elevados y secos, que las gentes del país llaman rielka,nos ofrecieron la posibilidad de acercarnos al río. Pero antes hubo que sortear los pantanos.

Los caballos habían tomado ya hábitos gregarios; habían dejado de cocear y de morderse entre sí. Sólo el de delante necesitaba ser conducido de la brida; los otros le seguían por ellos mismos. Cada uno de los fusileros era cabo de fila por turno, y aguijoneaba a los caballos que se desviaban o se retardaban. Pasando de un islote seco a otro, y evitando los lugares pantanosos, alcanzamos bien pronto el bosque que crece al borde del agua.

Felizmente, nos encontramos con unos chinos que poseían una barca. Es cierto que filtraba el agua como un tamiz, pero era al menos una especie de cuenco que nos podía facilitar la travesía. Bien que mal, pudimos calafatear las hendiduras, consolidar las planchas con clavos y ajustar pequeñas estacas de las cuales nos serviríamos como de toletes, atándoles cuerdas con nudos. Cuando todo estuvo presto, procedimos a la travesía. Primero, nos pusimos a transportar las sillas; después, los hombres. A continuación les tocó el turno a los caballos. Como no querían entrar en el agua solos, fue necesario que alguien les acompañase a nado.