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Después de haber marchado un poco, me volví y percibí al gold,detenido sobre un banco de guijarros, examinando huellas en la nieve. Le llamé y agité mi gorra. Él me respondió con un ademán de la mano.

«Adiós, Dersu», pensé todavía, continuando adelante, mientras los cosacos me seguían con pena. En la estación, se encendieron luces blancas, rojas y verdes.

Esta jornada fue para nosotros la más fatigosa de toda la expedición. Los hombres se escalonaron en la fila, sin orden. Los dos kilómetros que nos faltaba aún franquear fueron más penosos que si hubieran sido veinte al principio de nuestro viaje. Reunimos nuestras últimas fuerzas para arrastrarnos hasta la estación, pero acabamos por sentarnos aún a unos doscientos o trescientos metros del final, sobre las traviesas de la vía férrea, para reposar un poco. Los obreros que pasaban se asombraron de vernos hacer este alto tan cerca de la estación y uno de ellos llegó hasta a decir a su camarada, con una risa bonachona:

—¡Vaya! La estación debe estar lejos.

Llegamos por fin, renqueando, hasta la pequeña aglomeración, para entrar en la primera hospedería. Un hombre de ciudad se hubiera sin duda indignado del desorden, del precio y de la suciedad de aquel establecimiento, pero a mí me pareció un paraíso. Ocupamos dos habitaciones, instalándonos como ricachones.

Todas las dificultades y las privaciones habían pasado y nuestro interés por los diarios se despertó en el acto. Sin embargo, yo me acordaba sin cesar de Dersu. «¿Dónde estaría en aquel momento?», pensaba. «Habrá instalado su tienda en un abrigo de la orilla, adonde habrá llevado madera y encendido su fuego, para dormitar después, con la pipa en la boca.» Con estas reflexiones, me quedé dormido.

Al día siguiente, me levanté temprano. El primer pensamiento que me vino a la cabeza fue placentero: no tenía que llevar más la mochila. Por la noche fuimos al baño y tomamos a continuación el té todos juntos. Fue ésta la última vez. El tren llegó pronto y nos dispersamos en los distintos vagones. La noche del 17 de noviembre llegamos a Khabarovsk.

Tercera parte

22

Partida y primer trayecto

De enero a abril, trabajé en mi informe concerniente a la expedición precedente y por eso no pude empezar los preparativos del nuevo viaje antes del mes de mayo.

Esta vez, se trataba de explorar, partiendo del lugar donde se habían terminado los trabajos del año transcurrido, la parte central del Sijote-Alin, en la dirección del litoral.

La organización de esta expedición se pareció mucho a la que había tenido lugar un año antes. Pero los caballos fueron reemplazados por mulos, Estos tienen el paso más seguro y avanzan fácilmente en la montaña; además, no son demasiado exigentes con el forraje, aunque, por otra parte, tienen el defecto de atascarse en los pantanos más fácilmente que los caballos. Mi adjunto, M. A. Merzliakov, recibió la orden de ir a Vladivostok a comprar los animales necesarios para la expedición. Era importante elegir mulos de cascos sólidos y sin herraduras. Mi adjunto fue el encargado de embarcarlos a bordo de un vapor que iba de Vladivostok al golfo de Djiguite, y de dejarlos al cuidado de tres de nuestros cazadores, mientras que él mismo debía ir delante para organizar cinco bases de aprovisionamiento a lo largo de la costa.

Por otra parte, envié al tirador Zakharov a Anutchino en busca de Dersu. A partir del pueblo de Ossinovka, el soldado se sirvió de caballos de posta. Entró en todas las fanzasy preguntó también a los viandantes si alguno de ellos había encontrado por casualidad a un viejo goldde la tribu de los Uzala. Un poco antes del lugar llamado Anutchino, en una pequeña fanzasituada justo al borde de la ruta, el tirador encontró a un cazador indígena que estaba preparándose y atando su mochila, mientras pronunciaba un soliloquio. Interrogado por mi emisario sobre el goldDersu Uzala, el cazador respondió brevemente:

—Soy yo.

Zakharov le explicó el motivo de su visita y los preparativos del goldno fueron muy largos. Los dos hombres durmieron en Anutchino y volvieron a partir al día siguiente por la mañana. Muy contento con la llegada de Dersu, pasé la jornada conversando con él. Según su relato, había cazado durante el invierno dos cibelinas, que entregó a los chinos, obteniendo a cambio una manta, un hacha, un calentador, una tetera, más una cantidad de dinero. Empleó este dinero en procurarse tela china, con la que se fabricó una nueva tienda, así como cartuchos, que le vendieron unos cazadores rusos. Además, unas mujeres pertenecientes al pueblo udehéle cosieron el calzado, un calzón y una chaqueta. Cuando la nieve comenzó a fundirse, el goldse trasladó a Anutchino, donde se estableció en casa de su viejo compatriota que era al mismo tiempo un antiguo amigo. Viendo que yo no llegaba todavía, se ocupó aún de cazar y alcanzó a matar un ciervo, cuyos cuernos depositó en casa de unos chinos, en calidad de crédito. Pero en Anutchino, donde encontró a uno de esos hombres a los que llaman «buscadores», fue víctima de un robo. En su simplicidad, Dersu le contó al «buscador» que había tenido la suerte de cazar en invierno cibelinas y venderlas a un precio ventajoso. A continuación, aquel individuo le propuso ir a beber una copa a la taberna, y el goldaceptó. Pero sintió que el alcohol se le subía a la cabeza y cometió la imprudencia de confiar su dinero a ese nuevo amigo. Cuando Dersu despertó, al día siguiente, ¡el «buscador» se había eclipsado! El goldno comprendió nada, dado que la gente de su propia tribu tenían la costumbre de confiarse unos a otros sus pieles y su dinero, sin que nada desapareciese jamás.

En aquella época, no existía aún servicio marítimo regular a lo largo del litoral del mar del Japón. El Departamento de Colonización había fletado, a título de primera prueba, el vapor Eldorado,pero éste no iba más que al golfo de Djiguite. Los viajes de vencimiento fijo no estaban generalmente establecidos y la misma administración no sabía exactamente las fechas de las partidas y llegadas de este barco.

Nosotros no tuvimos suerte, ya que llegamos a Vladivostok dos días después que Eldoradohubiera abandonado aquel puerto. Pero yo salí del engorro gracias a la oferta que se me hizo de aprovechar la partida de algunos torpederos. Estos debían trasladarse a las islas de Chantar y sus comandantes nos prometieron desembarcarnos, en el curso de la ruta, en el golfo de Djiguite.

En alta mar, nos encontramos ballenas a rayas (en ruso, polossatiks) y marsopas. Las primeras avanzaban lentamente en línea recta, sin prestar mucha atención a los torpederos, mientras que las marsopas siguieron a los barcos y comenzaron a saltar en el aire tan pronto como se encontraron con nosotros. Uno de mis compañeros les disparó. Falló los primeros tiros, pero el tercero dio en el blanco. Una gran mancha enrojeció el agua y todas las marsopas desaparecieron a la vez.