La tempestad fue seguida de un hermoso tiempo que nos permitió avanzar bastante rápido. Pero cada vez que el sendero se aproximaba a la corriente de agua, veía que mis guías cambiaban impresiones, reflejando una cierta inquietud. Todo se explicó pronto: las lluvias recientes habían hecho subir las aguas del río Takema por encima del nivel ordinario, lo que nos impedía vadearlo. Tras una corta deliberación, decidimos intentar la travesía con ayuda de una balsa. Sólo en el caso de fracasar estábamos dispuestos a considerar la necesidad de hacer un rodeo. Para el éxito del proyecto, era necesario primero buscar un lugar del río que ofreciese aguas calmas y bastante profundas. No tardamos en encontrar lo que nos convenía, un poco más arriba del último de los rápidos. El lecho permanente del curso de agua se extendía precisamente, en este lugar, por la orilla opuesta, mientras que nuestra orilla representaba un banco extendido y, en aquel momento, sumergido. Abatimos tres grandes abetos que desgajamos de sus ramas y cortamos cada uno en dos para hacer una balsa bastante sólida, atada con cuerdas. Terminado este trabajo antes del crepúsculo, reemprendimos la travesía al día siguiente por la mañana. La misma noche en el curso de nuestra deliberación se decidió que, en el momento en que la balsa fuera acarreada a lo largo de la orilla izquierda, Arinin y Tchan-Bao serían los primeros en abandonarla, saltando a tierra, y yo tendría que lanzarles nuestros efectos, mientras que Tchan-Lin y Dersu se encargarían de dirigir la balsa. A continuación, deberíamos saltar a nuestra vez, observando el orden siguiente: primero yo, después Dersu y, por fin, Tchan-Lin.
Al día siguiente, procedimos a la realización de nuestro plan. Habiendo depositado nuestras mochilas en medio de la balsa, colocamos nuestras armas encima y tomamos plaza nosotros mismos sobre los bordes. Cuando la balsa fue empujada desde la orilla, la corriente se apoderó de ella y, pese a todos nuestros esfuerzos, la arrastró aguas abajo, bastante más abajo del lugar donde queríamos desembarcar. Apenas nos acercamos a la orilla opuesta, Tchan-Bao y Arinin se apoderaron cada uno de dos fusiles y ganaron de un salto la tierra firme. Como consecuencia de este choque, la balsa se desvió de nuevo hacia el medio de la corriente. Mientras era llevada a lo largo del río, comencé a lanzar nuestros efectos. Dersu y Tchan-Lin aplicaron todas sus fuerzas a empujar la balsa lo más cerca posible del borde del río para facilitarme el descenso. Pero cuando estaba todo preparado, la pértiga de Tchan-Lin se rompió y él cayó de cabeza al agua. Reapareciendo en la superficie, el udehénadó hacia la orilla. Yo tomé entonces una pértiga de recambio para ayudar a Dersu. Una saliente rocosa se levantaba delante de nosotros, y el goldme gritó que saltara muy rápidamente. Yo no comprendí sus intenciones y continué manejando mi pértiga. De improviso, me cogió con toda la fuerza de su brazo y me arrojó al agua. Me pude agarrar a una zarza ribereña y trepar hasta la orilla. En ese mismo instante, la balsa chocó con una piedra, se dio vuelta y se apartó de nuevo hacia el centro de la corriente. Entretanto, Dersu permanecía solo a bordo.
Galopamos a lo largo del curso de agua, queriendo tender al golduna pértiga, pero una curva del río nos impidió alcanzar la embarcación. Dersu hizo esfuerzos desesperados para acercarse de nuevo a la orilla. Pero ¿qué valía su fuerza en comparación con los embates del agua? El rápido retumbaba a la distancia de unos treinta metros aguas abajo. Pareció evidente que el goldno podría dominar la balsa y sería llevado hacia la cascada. Por encima del rápido, un álamo derribado y sumergido, dejaba sobresalir hacia el agua una de sus ramas. Ahora bien, cuanto más se aproximaba la balsa al rápido, más ganaba en velocidad; o sea, que el fin de Dersu parecía inevitable. Yo seguí costeando la orilla a paso de carrera, gritándole algo al gold.De repente, a través de la espesura, le vi arrojar su pértiga y colocarse al borde mismo de la balsa. Después, en el momento de rozar el álamo, Dersu saltó como un gato hacia la rama enderezada y se aferró a ella con sus dos manos.
Un minuto después, la balsa llegó al rápido. Los extremos de sus leños emergieron por dos veces de la superficie; después, se dispersó por todos lados. Di una exclamación de alegría. Pero un nuevo y angustioso problema se planteó enseguida: ¿Cómo retiraríamos a Dersu de su árbol y cuánto tiempo podrían mantenerle sus fuerzas? La rama que emergía del agua se inclinaba hacia abajo, en un ángulo de unos 30º. Dersu se aferraba fuertemente, rodeándola con brazos y piernas. Desgraciadamente, no disponíamos más que de una sola cuerda, pues todas las que poseíamos se habían empleado para atar la balsa y estaban ya perdidas. ¿Qué hacer? El menor retraso sería fatal. Las manos de Dersu podrían helarse o debilitarse: ¿qué ocurriría entonces?
Mientras consultábamos, Tchan-Lin concentró su atención sobre el gold,que nos hacía signos con la mano. Pero el estruendo del torrente nos impidió oír lo que nos gritaba. Al fin, acabamos por comprender: nos decía que abatiéramos un árbol. Hubiera sido peligroso hacer caer uno en la dirección del gold,que se arriesgaba en tal caso a ser barrido de su rama. Había que elegir, evidentemente, un árbol que creciera aguas arriba. Nos pusimos, pues, a abatir un gran álamo que parecía convenir a nuestro fin. Pero Dersu nos hizo un signo negativo. Pasamos a un tilo y ocurrió lo mismo. Por fin, el goldnos señaló su aprobación cuando fuimos hacia un abeto. Comprendimos su idea: desprovisto de ramas gruesas, este árbol no podía quedar bloqueado en la corriente y llegaría hasta Dersu más fácilmente. En aquel momento noté que el goldnos mostraba su cinturón. Tchan-Bao comprendió el gesto; Dersu nos daba a entender que había que atar el abeto. Yo me apresuré a desatar nuestras mochilas, tratando de encontrar todo lo que pudiera reemplazar, bien que mal, a las cuerdas. Reunimos así bandoleras, cinturones y cordones de zapatos. En la mochila de Dersu se encontró también una correa de reserva. Atando todo junto fijamos un cabo en la base del abeto. Después, utilizamos las hachas para zapar el árbol. Este vaciló enseguida y nos bastó un pequeño esfuerzo para hacerlo inclinar sobre el agua. Cogiendo la extremidad libre de la larga tira, Tchan-Bao y Tchan-Lin la anudaron sólidamente alrededor del tronco. La corriente llevó inmediatamente el árbol hacia el rápido y el tronco describió una curva desde el centro del río hasta su borde. Aquello permitió a Dersu aprovechar el momento en que la cima pasaba a su altura: con las dos manos, atrapó las ramas y, a continuación, para trepar sobre la orilla, se sirvió de la pértiga que yo me apresuré a tenderle.
Di las gracias a Dersu por haberme empujado al agua en el momento justo. Confuso, el goldexplicó que había sido necesario; si él se hubiera escapado, abandonándome sobre la balsa, yo hubiera seguramente perecido, y así todos estábamos sanos y salvos. Este razonamiento era justo; pero, con todo, él acababa de arriesgar su vida para evitar que yo arriesgara la mía.
Cuando el peligro ha pasado, se lo olvida pronto para volver a las bromas. Tchan-Lin lanzó una carcajada e imitó a Dersu sentado sobre la rama. Tchan-Bao afirmó que la manera de aferrarse al árbol que tenía el goldle había hecho comprender que existía un parentesco entre el salvado y un oso. Dersu, a su vez, se burló de la zambullida involuntaria sufrida por Tchan-Lin, mientras que yo fui objeto de bromas por la manera en que me había encontrado, a pesar mío, en tierra firme.
A continuación nos pusimos a recoger nuestros efectos desperdigados y no acabamos esta tarea hasta después de la puesta del sol. Por la noche, cuando nos reunimos alrededor de la hoguera, Tchan-Bao y Tchan-Lin nos contaron sus inmersiones y salvamentos de otros tiempos. Poco a poco, la conversación languideció; los narradores fumaron sus pipas en silencio y todo el mundo se acostó mientras que yo trabajaba aún en mi diario.