A Justin le pareció bien, y al momento los tres se separaron. Todos tenían sus vidas y sus trabajos que atender. Pero mientras Justin se encaminaba hacia el Porsche, su plan de ir a ver a Winona y de cenar temprano con ella empezó a cobrar más fuerza que nunca.
La había dejado sola durante dos días, aunque la había llamado por teléfono. Sabía que necesitaba tiempo para pensar.
Justin no quería ponerla en ningún aprieto contándole la historia de las joyas. Solo quería ponerla en un aprieto en lo tocante a una relación entre ellos. Y ninguna piedra, por muy preciosa que fuera, iba a apartarlo de ella. Ese día no. No era capaz de esperar más.
Capítulo Cinco
– ¡Winona!
Cuando Winona apenas había abierto la puerta del Restaurante Royal, la camarera gritó su nombre. Sheila abandonó a su cliente y fue directamente hacia ella.
– No hago más que oír hablar a todo el mundo de ti y ese bebé. Déjame ver.
Sheila se metió un caramelo masticable de frutas en la boca y condujo a Winona con el carro hasta una mesa al final, sin dejar de hablar todo el tiempo; y lo suficientemente alto para que se enterara todo el mundo.
– Llamó el doctor Webb. Dijo que te pusiera en una mesa donde no hubiera corrientes y que empezara a servirte; llegará en un momento, pero le ha retrasado un poco un paciente. Entonces estás saliendo con el doctor Webb, ¿eh? Dios, está como un tren expreso. A ver este bebé… Vaya, pero qué bonita eres.
Sheila levantó a Angela del carro y la niña se deleitó con las atenciones de la camarera.
Winona estaba demasiado cansada como para discutir con Sheila, y era demasiado mayor como para enfadarse porque hablara en voz tan alta. De modo que se quitó la cazadora y se dejó caer sobre el asiento, deseando poder tomarse un whisky doble en lugar de un vaso de agua. El caso era que, en los últimos dos días, Sheila no era la única habitante de Royal que había presumido que existía una relación de pareja entre Winona y Justin.
No tenía sentido. La gente debería estar hablando del accidente. Esa era la gran noticia en la ciudad, la crisis. Quien viera o dejara de ver Winona no debería importarle a nadie.
– Bueno, cariño, si no quieres decir nada, no se lo contaré a nadie -dijo Sheila en voz alta mientras dejaba el bebé en el carro-. Pero espero que te des cuenta de que nadie tiene curiosidad malsana. Todos te queremos -colocó dos salvamanteles sobre la mesa y sacó una libreta-. No parece ni india, ni hispana. Con ese pelo rubio y esos ojos azules… ¿Pero has encontrado ya a la madre?
– Todavía no.
– ¿Bueno, entonces qué vas a comer? El doctor Webb me dijo que empezaras sin él.
– Ya, pero prefiero esperarlo…
– No, no. Dijo que estarías cansada de trabajar y de ir con el bebé todo el día de arriba a abajo. Llegará. Dijo que se retrasaría diez minutos. Pero quiere que empieces a comer. Las costillas de hoy están muy tiernas. Y tengo un pastel de plátano para chuparse los dedos.
– Creo que tomaré una ensalada.
– Venga, chica, no puedes alimentarte de ensaladas como un conejo. Además, a los hombres les gustan llenitas -señaló las empanadas de ruibarbo que había tras el mostrador de cristal-. ¿Necesitas que te caliente algún biberón? ¿Te has acostado con el doctor Webb?
– Quiero ensalada de maíz. Nada de postre. Sí, gracias por ofrecerme lo del biberón. Y en cuanto a los demás, no es asunto tuyo.
– Veo que la pregunta no te ha hecho sonrojar. Si quieres que te dé un consejo, yo agarraría a ese hombre con todas mis armas, A algunos hombres se les puede hacer sufrir un poco, les gusta la caza. Pero con él, yo no me arriesgaría. Es demasiado guapo y demasiado rico. En cuanto puedas, llévate a ese chico a la cama y no dejes que mire a otra.
– Muchísimas gracias -Winona se paso la mano por los ojos, deseando que Sheila la dejara en paz.
– ¿Le has contado ya a los Gerard lo del bebé?
Winona suspiró. Era más fácil responder a las preguntas que intentar evitar contestarlas.
– Sí. Aún están de vacaciones en Japón, pasándoselo de maravilla. Pero hablé con ellos por teléfono hace dos noches.
– Te quieren mucho -Sheila colocó los cubiertos; otros dos clientes la llamaron, pero estaba claro que ella aún no quería moverse de allí-. Y sé además que estarían muy contentos de que tuvieras una relación con Justin, porque las familias Webb y Gerard siempre han estado muy unidas.
Winona resopló, apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la mano y miró a Sheila.
– De acuerdo. Me rindo. Mantengo una apasionada e inmoral relación sexual con el doctor Webb. Si eso va a haceros felices, cuéntaselo a toda la ciudad, cuéntaselo al mundo entero…
Se quedó muda cuando de pronto vio una cara aparecer detrás de la de Sheila. Para colmo de males, Justin estaba sonriendo.
– Eh, cariño. Por favor, no le des todos los detalles de nuestra vida sexual a Sheila. No le habrás contado lo que hicimos en el Porsche hace dos noches, ¿verdad?
Con suavidad, como si fueran pareja, Justin se inclinó y le dio un beso en la cabeza, acarició al bebé y se sentó frente a ella como si fuera todo ello la cosa más natural del mundo.
– Sheila, solo tengo cuarenta y cinco minutos como máximo. Quiero la hamburguesa más grasienta que tengas en la cocina, muy hecha, y con una tonelada de patatas fritas…
– Como si necesitaras decírmelo, cielo -Sheila se dio la vuelta, claramente satisfecha, y fue a encargar lo que había pedido Justin.
Winona tardó unos minutos en recuperarse del susto, porque de pronto, sin saber por qué, el corazón le iba a cien por hora y estaba empezando a ponerse muy nerviosa. Había estado tranquila hasta que había entrado Justin. Y el beso que se habían dado dos noches atrás volvió a su memoria acompañado de una punzada de culpabilidad.
Sintió que él la miraba. Nada nuevo, por amor de Dios; se conocían desde hacía miles de años. Pero nada era igual desde que se habían besado. Él nunca… Él jamás la había mirado así, como se mira a una mujer en la que uno está interesado sexualmente. La miraba como si se la estuviera imaginando en la cama, y disfrutando, encima, de ello.
Ella paseó la mirada nerviosamente por el restaurante. Los taburetes de skay rojo estaban todos ocupados, y el largo mostrador de fórmica lleno de clientes.
El restaurante resultaba cómodo, familiar. Normalmente, estaba en el Restaurante Royal tan a gusto como en casa. Excepto esa noche.
Experimentó una sensación de pánico; como si el mundo entero estuviera derrumbándose encima de ella. No le importaba que él la mirara de aquel modo tan enervante, tan seductor e íntimo. No. Pero ella siempre había sabido cómo responder a Justin, cómo comportarse cuando estaba con él, y de repente todo eso parecía tambalearse. Por fin Justin dijo algo.
– Pareces cansada, Win.
– Gracias, doctor. Es precisamente lo que a una chica le gusta oír.
– Y no solo un poco cansada. Se ve que estás agotada.
Ella se alarmó inmediatamente. ¿Qué había sido de todas las palabras dulces que había utilizado en presencia de Sheila?
– ¿Quieres que te dé un puñetazo en el estómago? Me siento perfectamente -le soltó. El no se dio por aludido.
– ¿Algo va mal?
Ella se relajó de repente. Después de todo, aquel era el Justin que conocía de toda la vida; la persona que sabía todo de Angela.
– Todo va mal.
– Bueno, pues lo arreglaremos. Pero será algo duro si no quieres ser más específica.
Entonces, Winona se lo contó. Aunque Angela debería haber sido entregada a los Servicios Sociales correspondientes nada más encontrarla, nadie tenía ningún problema con que ella cuidara del bebé temporalmente. Sin embargo, todo el mundo, especialmente su jefe, no dejaba de recordarle que el hecho de que el bebé hubiera sido abandonado a su puerta no le daba ninguna ventaja o derecho legal sobre él. Y ella lo sabía. Pero por esa razón, una de las primeras cosas que había hecho era informarse de cómo iba el asunto de la acogida.