– No hay ninguna familia de acogida preparada. El juez encontrará un lugar para ella cuando tenga que hacerlo. Así se hace.
– Angela no irá a ningún sitio.
Bendito Justin; él sí que la entendía. Winona se relajó.
– Me doy cuenta de que no soy la persona más adecuada para ocuparse del bebé. O que tenga derecho, o que…
– Ay, Win, cállate por favor. No tienes que justificarte ante mí -se asomó a mirar al bebé, que dormía, mientras engullía la hamburguesa que Sheila le había llevado momentos antes-. Sigue contándome. ¿Cómo va la búsqueda de los padres? Me imagino que aún no los habrás encontrado.
– Dios sabe que lo estoy intentando.
– ¿Y bien?
Winona le informó. A la cabeza de las sospechosas había dos chavalas adolescentes. Las dos tenían problemas. Las dos habían bebido y habían hecho pellas. Las dos pertenecían a familias ricas, y sus padres las habían enviado a sendas granjas residenciales.
Sheila se paró a la mesa, dejó el biberón caliente y dos pedazos enormes de tarta, pero al ver que no continuaban hablando delante de ella, se marchó.
– Me he pasado horas por los colegios hoy, y al ordenador. Después he ido a las consultas médicas, a los tocólogos, a los hospitales, a Planificación Familiar. Pero ninguna de esas personas quiere hablar. De modo que después intenté hablar con algún que otro ministro de la iglesia, con la rabí Rachel…
Justin le miró el plato y le robó unas cuantas chuletas que ella no había tocado.
– Uno de los curas me dio un par de nombres para que los comprobara. Igual que el subdirector de uno de los institutos.
– ¿Y…? -le pasó una pinchada de carne y ella la aceptó.
– Pues que podría ser una mujer adulta. La madre no tiene por qué ser una adolescente -tragó saliva, y al momento el exasperante hombre le acercó otro trozo a la boca-. De modo que llamé a la Asociación de Mujeres, pensando que tal vez yo pudiera reconocer a la madre de Angela, pero allí se mostraron tan herméticas como los médicos. Creo en la discreción, por amor de Dios. Solo que ya han pasado varios días, y no soy capaz de conseguir una pista con fundamento.
– ¿Win, estás segura de que quieres una pista?
La pregunta le sorprendió.
– ¿Me estás preguntando si ralentizaría todo por querer quedarme con el bebé? -sacudió la cabeza con fuerza-. Reconozco que me he enamorado de la niña. Sé que solo han pasado tres días, pero te juro que ya la siento como si fuera mía. Pero solo hay una manera de hacer esto bien, Justin, y es intentar encontrar a la madre. Debo saber todo lo que ha pasado para después dar los pasos legales necesarios para hacer lo que sea más conveniente para Angela. Lo reconozco, la quiero para mí. Pero solo hay una manera de hacer esto, y es por el camino correcto. Tú lo sabes.
– Lo que yo pienso, señorita Raye, es que todo esto es demasiado para ti; y es un problema que serías muy, muy tonta de no dejarme compartir contigo. ¿De qué vale tener un amigo con mucho dinero si no puedes utilizarlo de vez en cuando? Conoces mi casa. Conoces a Myrt, mi ama de llaves y cocinera. Y mientras, estás intentando trabajar a tiempo completo…
– No -lo interrumpió con firmeza.
– ¿No? ¿No? Yo no te he preguntado nada aún.
Como no veía a Sheila por ninguna parte, Winona se levantó y llevó los platos al viejo mostrador de fórmica, para dejar la mesa libre. El bebé seguía dormido, pero empezaba a moverse un poco.
– El que te haya hablado de Angela y de los problemas que tengo, no quiere decir que hoy quisiera hablarte del tema.
– Sí, supongo que me vas a hablar de bodas.
Ella asintió.
– No me vas a engatusar para que me case, Justin-dijo en voz baja.
– ¿Crees que me estás contando algo que no supiera ya? ¿Por qué demonios iba a querer engatusarte para nada?
Pero ella no se iba a dejar engañar por aquel tono suave y natural.
– Eso es exactamente lo que me ha confundido en estos últimos días. Intentar entender. Me has pedido que me case contigo cientos de veces, pero siempre pensé que lo decías en broma. Quiero decir, es una de nuestras bromas favoritas. Pero esta vez… parecías decirlo en serio. Por eso empecé a pensar que tal vez tenías algún problema -lo miró a los ojos-. Sé que te pasó algo en Bosnia.
Él se quedó callado un momento.
– ¿Qué es esto? ¿Un hombre no puede pedirle a una mujer que se case con él sin que ella piense que está mal de la cabeza o que tiene algún serio problema?
– No intentes confundirme, doctor. Sabes perfectamente que eso no es a lo que me refiero. Contesta a mi pregunta. ¿O es que no puedes hablar de Bosnia?
– No tengo ni idea de qué tiene que ver Bosnia con esta conversación. Pero sí, por supuesto que me pasaron cosas allí. Pasé un año de puro infierno.
Ella asintió despacio.
– Lo sé. Y eso siempre lo has reconocido abiertamente… ¿Pero pasó algo de lo que no hayas hablado? ¿O de lo que no hayas podido hablar? Sé que contemplaste muchos horrores, y que sufriste. Y cuando volviste a casa te especializaste en cirugía y abandonaste lo tuyo.
– ¿Y bien?
– Pues que pensando en eso, recordé que fue más o menos por esa época cuando cambiaste en otras cosas. Te ganaste la reputación de mujeriego. Es estúpido.
– No sé si es estúpido. Más bien, difícil de evitar. Tengo dinero y estoy soltero, de modo que naturalmente la presión…
– No intentes desviarme, Justin -Winona se inclinó hacia delante, sintiéndose mucho mejor, ya que Justin había dejado de mirarla como si fuera un pastel-. Estoy hablando de lo que se dice de ti en la prensa, por ejemplo, de la reputación que has ayudado a alimentar. Y no todo es cierto.
– No es mentira que estoy soltero. O que tengo los medios para…
Ella resopló.
– Lo dices como si te pasaras todo el tiempo arreglando narices o poniendo implantes de silicona. ¿Pero por qué nadie en la ciudad se da cuenta de que gracias a ti tenemos esa moderna unidad de quemados en el hospital de Royal?
– ¿Quién te ha dicho eso? -Justin se tiró de la oreja, clara señal de su nerviosismo.
– ¿Por qué quieres darle a la comunidad la impresión de que solo aceptas como pacientes a mujeres ricas que no saben dónde echar el dinero, cuando en realidad dedicas una gran parte de tu tiempo a algunos de los peores casos de quemaduras en tres estados?
– Maldita sea -se tiró de nuevo de la oreja-. ¿Quién te ha dicho eso? Alguien ha estado mintiendo y calumniando sobre mí.
– Cállate, Justin. Solo estoy intentando decirte… Sé que algo no va bien. Tal vez no sea asunto mío, pero desde que empecé a darme cuenta de lo mucho que cambiaste desde que volviste de Bosnia, no hago más que ver señales de ese cambio. Está claro que algo importante te ha estado preocupando; algo de lo que no quieres hablar. Y no sé si esa locura de querer casarte conmigo podría ser parte de eso, pero…
Como si hubiera estado hablando de algo trivial, de repente Justin se puso de pie y agarró su cazadora. Winona se dio la vuelta, confundida, buscando alguna razón para el comportamiento de Justin.
Willis Herkner entraba en ese momento por la puerta del restaurante. El muy cretino seguía trabajando para American Investigator, que al menos para Winona seguía siendo el ejemplo más escandaloso de prensa amarilla de la ciudad. Sin embargo, Winona no imaginó por qué su presencia podía molestar a Justin lo suficiente para largarse con tanta rapidez.
– Justin… -empezó a decir, pero en ese momento Angela entreabrió sus ojitos azules y su boca de corazón emitió un primer quejido. Ese primero sonó algo adormilado y decididamente suave. Pero Winona sabía que el siguiente no sería así. Había que dar de comer, bañar y dormir a la niña. Pensándolo bien, después de aquel día tan largo, ella necesitaba lo mismo.