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Mientras tanto, Justin se había puesto la cazadora y estaba abrochándose la cremallera.

– ¿Sabes una cosa? Ya cuando eras una niña rebelde me di cuenta de una cosa de ti. Siempre supiste ver la verdad bajo la superficie de las cosas. Nunca te dejaste engañar por las tonterías de la gente. Jamás fui capaz de mentirte, Win, ni siquiera cuando quise hacerlo.

– Bueno… eso es bueno -dijo convincentemente.

Pero él había conseguido confundirla de nuevo. Winona organizó sus pensamientos, empeñada en volver al tema inicial. Algo le pasaba a Justin, algo le preocupaba, y ella estaba empeñada en averiguarlo.

Sin embargo, antes de que Winona pudiera abrir la boca, él se inclinó hacia ella.

Media ciudad, tal vez más, estaba en el Restaurante Royal; el bebé lloriqueaba ya casi a pleno pulmón; los niños de otra mujer gritaban; y Sheila le gritó algo a Manny, que estaba en la cocina. Aun así, él la besó. Simplemente se agachó y posó los labios sobre los suyos.

Como una flor hambrienta de sol, todo su cuerpo se estiró para que él lo tocara. Alzó la cabeza al tiempo que sus párpados se cerraron con suavidad. Winona cerró los ojos y vio un despliegue de fuegos artificiales y de suaves llamas plateadas. Con los ojos cerrados, Winona cortó todas las imágenes sensoriales que había en el restaurante hasta que no fue consciente de nada excepto del doctor Justin Webb y de su peligrosa boca.

Intentó pensar con sensatez, pero no le quedaba ni un ápice.

Oh, Dios mío, ella no se dejaba llevar. Ni con los hombres ni con nadie. Uno se encariñaba con la gente, y después era abandonado, aunque fuera sin mala intención, se le partía el corazón. Uno no se moría de eso; pero, sencillamente, el corazón nunca dejaba de dolerle. No había nada que mereciera la pena ese dolor. Estaba segura de eso.

Pero sus labios se engancharon a los de Justin y no los soltaron. A excepción de los labios ninguna otra parte de su cuerpo tocaba con alguna de Justin. Su lengua cálida y sedosa acariciaba la suya, pero no de manera exigente, sino tan solo ofreciéndose…

Un inmenso calor la recorrió de pies a cabeza.

El bebé aumentó el volumen de su llanto. Un niño pasó junto a ellos galopando hacia el cuarto de baño. Un plato calló al suelo ruidosamente. Pero ella no se inmutó.

Entonces, Justin levantó la cabeza, y Winona vio que sus ojos eran más oscuros que el cielo a medianoche.

– ¿Es buena idea, verdad? Besarse en público.

– ¿Qué?

– Toda la ciudad sabe que nos conocemos. Pero así… así verán que estamos unidos, que estábamos pensando en casarnos incluso antes de que Angela llegara. De este modo pareceremos una pareja. De modo que no parecerá afectado ni malo cuando nos casemos.

– ¿Cuando nos casemos? -repitió ella.

– Y tienes toda la razón. Te había pedido que te casaras conmigo por un motivo muy serio. Es porque pensé que lo nuestro funcionaría. Y eso lo pensé muchos años antes de que tú pusieras los ojos sobre esta belleza que tenemos aquí.

Le rozó la mejilla, y entonces se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta.

Todo el ruido de antes cesó de pronto. Tan solo se oía el chirrío de la máquina de discos al cambiar de canción. Algunas personas se mostraban corteses. Pero otras o bien la miraban fijamente a ella, o bien a Justin.

Rápidamente, Winona recogió todo, agarró el carro del bebé y salió del local.

Justin le había puesto una droga a sus besos. Tal vez no reconociera ella la sustancia, pero estaba allí. En su sabor. En el ambiente. En su mirada. Y fuera lo que fuera, aquella maldita sustancia se le había subido a la cabeza.

Cuando por fin salió a la calle unos minutos después, aspiró el aire helado del invierno y, sin ton ni son, sonrió.

Su situación no tenía nada de graciosa. Nada. Tenía que averiguar qué ocultaba Justin, y punto. De algún modo le pareció que aún había una proposición de matrimonio flotando en el aire. Pero aún más preocupante y sorprendente le resultó pensar que él quería de verdad casarse con ella.

Pero ¡ay…! qué bien besaba.

Capítulo Seis

Cuando Justin aparcó el Porsche delante del edificio sede del Club de Ganaderos de Texas, apagó el contacto y se quedó sentado en el coche. La reunión con los compañeros era a las ocho, y ya pasaban unos minutos. Tenía que centrarse en el accidente de avión y en el asunto de las joyas, pero en lo único que podía pensar en ese momento era en Winona.

Estaba tan enamorado de ella…

En realidad, hacía tiempo que la amaba. Y lo había sabido tiempo antes de besarla. Pero había sido durante ese beso cuando por primera vez había soñado que Winona podría sentir lo mismo por él. El asunto del bebé había sido la primera emoción que Winona le había revelado por voluntad propia… Pero el beso que se habían dado nada tenía que ver con Angela. Tenía que ver con ellos dos; con algo nuevo, fuerte y poderoso que estaba naciendo entre ellos.

Bien sabía Dios que Win era cabezota, cerrada y demasiado independiente para apoyarse en él. Pero a él no le importaba. Se daba cuenta de que Winona estaba muy confundida por los sentimientos que habían surgido entre ellos, pero tal y como había dicho Shakespeare, todo valía en el amor y en la guerra. A Winona no iba a pasarle nada porque estuviera un tanto desconcertada.

Finalmente, salió silbando del coche y se dirigió hacia el edificio.

En la chimenea de piedra de la sala ardían alegremente unos troncos. Sobre la repisa colgaba la cabeza de un jabalí. Bajo una araña de Tiffany había una mesa de billar, con los tacos listos para empezar a jugar. Los muebles eran de cuero, grandes sofás y sillas, con otomanas para descansar los pies. Pero esa noche no había nadie sentado.

Justin sintió la tensión que flotaba en el ambiente. Matt estaba paseando de un lado a otro como un animal enjaulado; Dakota estaba junto a la ventana, pensativo e inmóvil. Aaron aún no había regresado de Washington, pero Ben estaba ya allí…

– Siento haberos hecho esperar, pero… Eh, menudas caras de funeral tenéis todos. ¿Hay más malas noticias? Dakota, supongo que habrás estado buscando el diamante rojo.

– No. Vine antes para hacer precisamente lo que quedamos -dijo Dakota-. Solo que cuando llegué aquí me di cuenta de que había un problema. La puerta de la bodega estaba abierta.

Justin maldijo entre dientes, y Dakota continuó.

– Se lo dije a Hank Langley, puesto que él es el dueño del club. Dijo que informaría a los demás miembros, pero que nosotros cinco, incluido Aaron, podríamos llevar las riendas de la situación. Necesitamos descubrir juntos qué está pasando, decidir juntos qué hacer. Me pareció mejor esperar hasta este momento para empezar a investigar. Cuando acabe la partida de póquer, nos quedaremos solos. Ojalá pudiera estar aquí Aaron; me da la impresión de que vamos a necesitar sus consejos.

Matthew rotó los hombros hacia delante y hacia atrás, como si quisiera liberar tensión.

– En principio, el encontrar la puerta de la bodega abierta no debería resultar tan sorprendente. Ya sabemos que alguien robó las piedras, y claramente tendría que acceder por algún sitio.

– Sí -Ben se adelantó-. Excepto que el vigilante nocturno debería haberse dado cuenta de que había una puerta abierta y haber dicho algo.

– ¿Riley no tiene anotado nada en la hoja sobre las dos últimas noches? -preguntó Justin.

– Nada de nada -respondió Dakota en tono frustrado.

– Vaya, qué extraño.

Justin sabía, al igual que todos los demás, que el viejo vigilante era la persona de más confianza que tenían. Tal vez Riley no fuera muy despabilado, pero siempre había sido una persona leal y de confianza.

– ¿Aún no habéis localizado a Aaron? -preguntó Justin.

– No -contestó Matthew-. Sabemos que sigue en Washington; lo cual no sería ningún problema si pudiera localizarlo o bien en la embajada o en la habitación del hotel. Pero la embajada se comporta como si no lo esperaran allí, y si el hotel le está dando nuestros mensajes, no ha contestado a ninguno.