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– Y eso que le dejamos recado de que se pusiera en contacto con nosotros lo antes posible.

– Bueno, pero todos sabemos que llamará en cuanto pueda -añadió Justin.

Por el ruido que estaban haciendo los de la mesa de póquer, pareció que pronto se iban a quedar solos. Justin aprovechó para estudiar a sus compañeros.

– Está claro que pensáis que algo va mal. Matthew asintió inmediatamente.

– Lo hay.

Dakota concurrió:

– Algo va muy mal.

Ben asintió también.

– Creo que deberíamos esperar a quedarnos solos. No me importaría tener una pistola en la mano; me parece que haya algo acechándome detrás de cada sombra.

– Ssss. Me estáis metiendo miedo. Venga, tranquilidad -dijo Justin pausadamente-. A ver, hubo un robo, pero ninguno de nosotros sabemos cómo o por qué ocurrió. Pero quienquiera que robara las joyas estaba sin duda en el vuelo a Asterland. Y como hemos recuperado dos de las joyas, no solo le llevamos ventaja al ladrón, sino que él o ella estará probablemente ya fuera del país. En realidad, que yo sepa, casi no queda nadie en Royal de las personas que tomaron aquel vuelo…

– Robert Klimt -dijo Ben.

– Que está en coma.

– Lady Helena… -le recordó Matthew.

– Que continúa en el hospital, con la pierna rota y las quemaduras.

Matthew frunció el ceño.

– Quedaba alguien más. Sí, la profesora. Pamela no sé qué…

– Sí, Pamela Miles, la que estaba bailando con Aaron la noche de la fiesta -Justin alzo las manos-. Vosotros la visteis, ¿no? No es posible que ella fuera nuestra ladrona. Y otra persona de Royal que iba en el vuelo era Jamie Morris, pero ella iba a casarse, de modo que no creo que sea la persona que buscamos.

– Sí, sí -Dakota sonrió; Justin había conseguido tranquilizarlos, siempre lo conseguía-. No he oído ningún ruido desde que se cerró la puerta hace unos minutos. Creo que ya se han ido todos los del póquer, y que somos los únicos que quedamos aquí. Ve tú delante, Macduff. Pongámonos en marcha y averigüemos qué pasa aquí.

Ben iba a la cabeza. En realidad, el pasillo no tenía nada de misterioso. Justin, al igual que los demás, siempre sentía que los secretos encerraban un peligro. Todo el mundo conocía la leyenda de las joyas del club. Y nadie la creía.

Aunque una persona, pensó Justin mientras notaba el peso de las piedras en el bolsillo, desde luego la había creído.

Detrás de la cocina había una espaciosa alacena, y allí había unas estrechas escaleras que llevaban hasta la bodega. Al final de la bodega había una pesada puerta de resorte, que a simple vista parecía parte de la pared y no se distinguía si uno no se acercaba bien. Cada uno de ellos tenía una llave de esa puerta. Pero desgraciadamente, como Dakota había dicho, la puerta estaba sin cerrar, y se abrió cuando el primero de ellos presionó ligeramente con la mano. Detrás había un pasadizo de piedra; un pasillo estrecho, seco y frío como un sepulcro, mal iluminado por bombillas desnudas que colgaban del techo a intervalos regulares. Allí dentro no hacía tanto frío como fuera en el exterior, pero Justin se estremeció de todos modos. -¡Santo Cielo! ¡Qué horror! -exclamó Dakota. Justin se adelantó. De momento no vio nada tras los anchos hombros de Dakota, pero sintió la gravedad del problema en el tono de voz de su amigo. En un segundo, pasó a ser médico al cien por cien. Nada más ver el cuerpo acurrucado en el suelo, reconoció a Riley Monroe. Se agachó y le buscó el pulso, pero solo le bastó mirarlo para saber lo que pasaba. Hacía tiempo que no tenía pulso. Probablemente, un par de días. Demasiado tiempo como para hacer algo por el viejo guardés.

Detrás de él los demás empezaron a moverse.

– Busca la otra joya en la caja -dijo Ben en tono triste.

Matthew respondió.

– El diamante rojo tampoco está. Aquí no hay nada.

Entonces habló Dakota en tono muy bajo.

– ¿Justin?

Justin entendió que tanto Dakota como los demás estaban esperando a que a él se le ocurriera alguna idea. Nadie había pronunciado la palabra asesinato, pero todos sabían que eso era lo que había ocurrido.

– Bueno, Riley tiene un golpe en la cabeza, pero no creo que esa fuera la causa de la muerte. Creo que lo derribaron, y después le hicieron algo más. Ni un tiro ni un navajazo; no hay sangre por ninguna parte. Pienso que tal vez le hayan inyectado algo, lo cual implicaría que el asesino lo había planeado todo al detalle. Y aquí hace una temperatura tan baja que no puedo asegurar cuándo ocurrió, pero diría que hará un par de días…

– ¿Hace un par de días? ¿Quieres decir, la noche en que el avión de Asterland intentó despegar? -preguntó Ben.

Justin se quitó la cazadora y cubrió la cara de Riley, para seguidamente levantar la vista.

– Sí, es lo que yo pienso.

Todos se miraron, pero fue Matthew el que habló.

– Qué lío. Tenemos un muerto, un diamante rojo robado y un accidente de avión. Si se lo decimos a la policía, nos arriesgamos a que se produzca un incidente internacional; lo peor que podía ocurrir ahora que Asterland y Obersbourg tiene un acuerdo de paz tan precario. Y nos arriesgaríamos a eso sin ni siquiera saber si nuestro ladrón de joyas es un americano o uno de Asterland.

– No tenemos razón para pensar que el accidente y el robo están relacionados -dijo Dakota-. Los dos sucesos podrían haber coincidido.

Justin se puso de pie lentamente.

– Es cierto. Pero en este momento eso no importa tanto. Tenemos que ocuparnos de Riley. No tenemos otra elección que llamar a las autoridades.

– Lo sé -Matthew adelantó un pie y clavó el talón en el suelo-. Pero la cuestión es ¿qué autoridades? Han asesinado a Riley. Está claro que tenemos que llamar a la policía. Pero eso no quiere decir que tengamos que contarles todo lo relacionado con el club, la historia de las joyas o nuestra larga lista de misiones por el mundo. Quiero decir, una cosa es contarles lo de Riley, y otra muy distinta hacer pública esta situación. Ojalá alguien de dentro pudiera aconsejarnos. Aquí hay problemas muy gordos aparte de la muerte de Riley.

– Estoy de acuerdo -dijo Ben-. Pero solo necesitamos que un policía conozca toda la historia; alguien en quien podamos confiar.

Inmediatamente, Justin pensó en Winona.

– Bueno… Lo primero que tenemos que hacer es ocuparnos de Riley. Pero en lo referente a alguien de confianza del departamento de policía, tengo una sugerencia…

Justo en ese momento, empezó a sonar el busca del hospital. Justin maldijo para su interior. No podía estar en tres sitios a la vez, sin embargo, esa era una de esas noches en las que tendría que hacerlo.

Winona estaba con el teléfono pegado a la oreja cuando la cara regordeta de Wayne asomó a la puerta de su despacho. Mientras terminaba la llamada, su jefe dio un paso hacia delante y miró a su alrededor. El despacho era tan pequeño y estaba tan lleno de cosas que apenas se cabía. En ese momento, aparte de archivos y una mesa cuya superficie no había visto la luz desde hacía meses, la habitación estaba llena de accesorios de bebé; y Angela en sí misma no ocupaba lo que se dijera poco espacio entre las mantas, los sonajeros y los biberones. Sin embargo, al ver a Wayne empezó a hacer pompas con la boca de emoción.

Wayne suspiró largamente.

– Por fin puedo verte un momento. ¿Te has enterado del asesinato de Riley?

– Claro.

– No me gusta que haya estos líos en mi ciudad, y en esta semana es lo único que ha habido -Wayne se rascó la barbilla-. ¿Cuánto tiempo vas a tener al bebé en la oficina, Raye?

Wayne era un perro ladrador, pero su mordisco era aún peor.

– El bebé no me ha impedido seguir trabajando como una mula -dijo a la defensiva.