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– Yo no he dicho eso. Pero lo hará. Tengo dos en casa. Sé el tiempo que hay que dedicarlos, y es todo el día. ¿Adonde crees que vas con todo esto, Winona?

– Sabes adonde voy. Estoy buscando a la madre.

– Eso no es lo que te estoy preguntando, y lo sabes. Estás ya tan encariñada con esa niña que se te nota en la cara. No es tuya. Y estás transgrediendo las normas, lo sabes muy bien, al no entregarla a los Servicios Sociales.

– No me han presionado.

En ocasiones, Wayne se mostraba fastidiosamente lógico.

– Porque esto es Royal. Y porque eres tú, y todo el mundo te conoce y quiere -gruñó Wayne-. ¿Pero si un policía no se comporta con rectitud, cómo vamos a hacer que los demás cumplan las leyes?

– No estoy incumpliendo la ley.

– Lo sé. No he dicho que estés haciendo eso. Deja de eludir el tema.

Ella asintió.

– Lo siento.

Lo sentía de verdad. Por muy difícil que su jefe pudiera mostrarse a veces, Wayne siempre había estado de su parte, y se daba cuenta de que se tomaba aquella discusión tan en serio como ella.

– De acuerdo. En cuanto hasta dónde quiero llegar, te diré que quiero encontrar a los padres. Y no he terminado aún con eso. Pero si eso no sale bien, me gustaría adoptar a Angela. O si no puedo adoptarla, acogerla en mi casa.

– De acuerdo, me gustan las respuestas sinceras -Wayne se pasó la mano por la cara-. Si necesitas que alguien informe del carácter que tienes, del tipo de padre adoptivo que serías, y ese tipo de cosas, acude a mí, Raye -dijo en tono gruñón.

No podía besar a su jefe; eso no habría sido apropiado, y además a él no le haría ninguna gracia.

– Gracias -dijo con sinceridad.

– Sí, bueno. No solo he venido a decirte eso. ¿Conocías a Riley Monroe?

– Sé que era el vigilante del Club de Ganaderos de Texas. Y hacía las veces de camarero en muchas de sus fiestas. Siempre me pareció un hombre muy agradable. No me lo imagino metido en ningún lío. Pero no lo conocía personalmente.

Wayne asintió.

– Sí, todo el mundo opina lo mismo. Quién diría que acabaría asesinado. La cuestión es que no vamos a poder ocultárselo a la prensa. La gente querrá enterarse e ir a presentarle sus respetos. Sobre todo porque Riley no tenía familia. Pero no quiero que los medios conozcan los detalles del caso hasta que no termine la investigación. Debemos llevar esto con reserva. Y sé que tú no te ocupas de homicidios, pero quiero que todo el mundo en la comisaría lo sepa.

– No hay problema.

Alguien gritó que había una llamada de teléfono para Wayne y este volvió corriendo a su despacho.

En el mismo momento en que ella iba a descolgar el teléfono, este sonó.

– ¿Winona?

– ¿Sí? -Winona estuvo segura de que la voz de mujer le resultaba conocida.

– Estoy en tu casa, querida…

– ¿Cómo dice?

– Solo quería saber si eres alérgica a algo.

– Bueno, no, pero…

– Bien. No quería arriesgarme a preparar algo de comer que no te fuera bien. Y Justin no creyó que querrías que me quedara a cuidar del bebé hasta que las dos nos hubiéramos sentado a charlar, pero no es como si no nos conociéramos de nada. De modo que quiero decirte desde ya que estoy disponible. Y adoro los niños. Y estaré aquí, ayudándote con la casa también, de modo que no pasa nada si el bebé se queda aquí. Y eso es todo, querida. Sé que estás en el trabajo y que no podéis recibir llamadas personales. No pasa nada.

La mujer colgó bruscamente, y Winona se quedó mirando el auricular durante unos segundos, totalmente aturdida. Sí, le sonaba la voz de la mujer, pero no conseguía localizarla. Y la conversación en sí, hablando de cocinar, de alergias y del bebé, no tenía sentido para Winona. Podría haberle alarmado la idea de que en su casa hubiera una extraña, de no haber surgido el nombre de una persona en la conversación. El de Justin.

Winona miró a Angela, que estaba en un capazo sobre la mesa.

– Angela, será mejor que vayamos a comer a casa, si te parece bien.

La niña empezó a mover las piernas, como si la idea le hubiera emocionado.

Cuando llegó delante de su casa, Winona vio un coche extraño aparcado en el camino. Salió del coche, sacó a Angela y la bolsa de esta lo más rápidamente posible, y se dirigió hacia la puerta. Iba a meter la llave cuando se dio cuenta de que no estaba echada.

Nada más asomar la cabeza, estuvo a punto de darle un infarto.

No había platos sucios en la pila y los azulejos de la cocina estaban limpios. En la encimera se estaba enfriando un bizcocho y en la lumbre se estaba cocinando algo que olía de maravilla. Winona no sabía hacer bizcochos. Y desde luego no hacía, o más bien no sabía hacer, estofados.

Dio unos pasos más. Tanto la lavadora como la secadora estaban en marcha en el lavadero. Y lo más chocante fue que había ropa doblada encima de la secadora. Doblada. No rebujada de cualquier manera.

Aquello era terrorífico. Aun así, se quitó la cazadora y continuó paseando por la casa con Angela en brazos. Estaba claro que allí había un intruso, pero no uno peligroso, sino más bien extraño.

En el suelo del cuarto de baño no había ni una sola toalla. Tampoco calcetines, bragas o tejanos en el suelo de su dormitorio. La cama estaba hecha. Hecha. Y con sábanas limpias. Como vivía la gente de verdad.

Con el bebé seguro entre sus brazos, se acercó de puntillas al salón, donde sabía que estaba el intruso por el estruendo que salía de allí. Al asomarse vio el trasero de una mujer inclinada pasando la aspiradora debajo del sofá.

Como si hubiera sentido que no estaba sola, la mujer se dio la vuelta de repente, se llevó la mano al pecho y apagó el aspirador al mismo tiempo.

– No te asustes -dijo Winona con afecto-. Puedo ayudarte con esto. Hay grupos de apoyo para todo tipo de problemas. Confía en mí. Puedo enseñarte a vivir con la suciedad. Yo lo hago a diario…

La mujer dejó caer la mano y se echó a reír con ganas.

– Justin siempre dijo que eras un bicho. No te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Te acuerdas de Myrt?

– Por supuesto.

Winona habría reconocido al ama de llaves de Justin en cuanto le hubiera echado un buen vistazo.

– Bueno, entonces este es nuestro bebé. Por si no lo sabías tuve cuatro hijos. Y ahora tengo siete nietos. Pero apenas los veo. Todos mis hijos se marcharon tan lejos por los trabajos y todo eso. Estoy deseando tomar en brazos a un bebé.

Poco a poco Winona se estaba haciendo a la idea de lo que pasaba allí; pero no estaba del todo segura.

– Justin me dijo que estabas demasiado ocupada, intentando trabajar a jornada completa y cuidar del bebé al mismo tiempo. Dijo que estabas agotándote. Su casa es grande, pero no hay mucho que limpiar. Sobre todo porque casi nunca está en casa. La verdad es que tiene tanto sitio que sería mucho más fácil que el bebé y tú…

– Vaya…

Winona sintió que le cedían las rodillas.

– Pero a mí no me importa. Me paga mucho dinero, que, por supuesto, es la mitad de lo que merezco… porque soy la mejor abuela que podrías contratar. Horneo que da gusto, jamás pierdo la paciencia con un niño. Y me encanta limpiar.

– Me está asustando -dijo Winona.

– Necesitas ayuda, y yo estoy aquí. Y Justin me paga un salario, de modo que no tienes que preocuparte por eso. Puedo quedarme a dormir cuando quieras…

– Asombroso…

– Ojalá no tuviera las noches tan libres, pero desde que Ted murió… Bueno, pero vayamos a lo importante. ¿Cada cuantas horas toma biberón? ¿A qué hora hay que bañarla? ¿Cuándo se pone pesada?

Myrt tendió los brazos, indicándole a Winona que quería que le pasara al bebé.

Winona lo hizo con mucho cuidado, y entonces se quedó derecha como una vara, observando cada movimiento de la mujer. Y al cabo de unos momentos se dio cuenta de que la mujer se había enamorado del bebé nada más tomarla en brazos.