– ¿Myrt?
– ¿Sí? -la mujer se sentó con la pequeña, olvidado la limpieza de la alfombra.
Winona sintió que su respeto hacia la mujer aumentaba considerablemente.
– Se pone pesada hacia la hora de la cena, más o menos. Justo cuando voy a cenar. Y, aparte de eso, casi nunca llora a no ser que tenga una buena razón. Toma un biberón cada cuatro horas, y es muy puntual. Ahora mismo, lleva un minuto de retraso.
– Bueno, entonces voy a preparárselo. Vamos a pasárnoslo muy bien juntas, ¿verdad, bonita?
Myrt pareció perder todo el interés por lo que le estaba diciendo Winona.
– Bueno, no quiero dejarla, pero en cuanto se tome el biberón lo más probable es que se eche una siesta de dos horas. Y necesito hablar con Justin. ¿Le importaría si salgo un rato?
– Pues claro que no, querida. Eso es lo que he intentando decirte. Estoy aquí por ti, y por el bebé.
Winona agarró su cazadora y las llaves del coche y salió. En cuanto se metió en el coche llamó a su jefe para que supiera que iba a tardar un rato en volver a su mesa.
Posiblemente «un rato» fuera quedarse corta, pensó mientras salía por el camino. Cuando agarrara a Justin… bueno, no estaba segura de lo que iba a hacerle. Pero desde luego iba a hacerlo bien.
Capítulo Siete
Cuando Winona atravesó las puertas del Hospital Memorial de Royal, el pulso le iba muy deprisa. No sabía por qué estaba tan nerviosa cuando las posibilidades de dar con Justin eran mínimas. Podría fácilmente estar metido en una operación que durara horas, y ella jamás lo interrumpiría cuando estuviera ocupado con sus pacientes.
No tenía por qué verlo en ese mismo instante, se repetía Winona una y otra vez. Desde luego, no debería haberle enviado a Myrt sin su permiso, pero el hecho de ser bueno no era ninguna ofensa. Podría gritarle por eso en otra ocasión, y cierto que aún le fastidiaba que no hubieran aclarado el asunto de la proposición, pero eso era parte del mismo problema. Algo le ocurría a Justin. Se estaba comportando de un modo muy extraño. Ella quería, necesitaba, entender la raíz de aquella tontería, pero pillarlo unos minutos en el trabajo para hablar un momento con él no iba a solucionar nada.
Pero quería verlo, y tenía que ser inmediatamente. Para gritarle por dominante y manipulador, se dijo a sí misma de modo virtuoso.
Pero a pesar de haberse dado a sí misma una razonable excusa, el corazón no dejaba de latirle.
Se detuvo en el mostrador del control de enfermeras que había nada más entrar en la unidad de cirugía plástica.
– No habrá visto al doctor Webb, ¿verdad? -le preguntó a una enfermera de pantalón azul con el nombre de Mary Jo en el broche que llevaba prendido en el pecho.
La rubia reconoció a Winona e intentó sonreír.
– Ha estado entrando y saliendo desde anoche. ¿Sabe lo del accidente de los dos adolescentes en la calle Cold Creek? Stevie tiene muchos cortes en la cara.
– Ah, maldita sea -dijo Winona-. ¿Stevie Richards?
Como si hubiera más de un Stevie que viviera en la calle Cold Creek.
– Sí. Los padres llamaron anoche al doctor Webb. La familia estaba destrozada. Finalmente, el doctor Webb obligó a todos marcharse y cuando se quedó a solas con Stevie consiguió tranquilizarlo.
Normalmente, Mary Jo no le habría contado a nadie los asuntos de los pacientes, pero Winona y ellas se conocían desde hacía años. A menudo ambas mujeres intercambiaban notas e información.
– Lo que sé es que hará una hora no estaba en la habitación de Stevie, pero podría…
Winona vio que iba a descolgar el teléfono y se lo impidió.
– No, no lo llames. No quiero molestarlo si está con un paciente. No es tan importante.
Si Justin había pasado toda la noche en vela, estaría exhausto.
– Sigue en el hospital, eso lo sé -dijo Mary Jo-. Estoy bastante segura de que ha subido a la habitación de Lady Helena. Eso fue hará una media hora, de modo que tal vez has escogido un buen momento para pillarlo.
– Gracias, te debo una.
Nada más entrar en la Unidad de Quemados, Winona sintió que entraba en otro planeta. Era aquel un lugar suave, tranquilo, con las paredes pintadas de azul pálido y las luces tenues. Allí nadie tosía, porque Justin no lo habría permitido. Cualquier germen sería peligroso para una persona con quemaduras graves. Los olores eran los mismos que los de un viejo hospital, a alcohol, a lejía y antiséptico, pero de algún modo ni el silencio ni los olores contribuían a hacer de él un lugar frío.
La habitación de Lady Helena se suponía que era un secreto por razones de seguridad, pero la policía sabía dónde estaba. Cuando Winona dio la vuelta a la esquina, reconoció al doctor Harding y a la doctora Chambers. Ambos estaban de pie a la puerta, y Winona oyó la voz de Justin que salía del interior de la habitación.
Winona vaciló al otro extremo del pasillo, pues no quería interrumpir. Sabía lo que le había pasado a Lady Helena.
Tras intercambiar unas palabras que Winona no oyó, los dos doctores salieron y se alejaron por el pasillo en dirección contraria, dejando a Justin solo con Lady Helena.
– ¿Doctor Webb, cómo voy a quedar? Por favor, dígame la verdad. Nadie parece dispuesto a responder a mis preguntas. No podré enfrentarme a la verdad si no la conozco. ¿Cómo quedarán de mal las cicatrices?
En ese momento, Winona se dio la vuelta y se marchó. Había cambiado completamente de opinión. Esperaría. Su deseo de verlo, de estar con él, era puro egoísmo. Y estaba claro que había pasado una noche angustiosa y un día aún más duro; la suave y desgarradora voz de Lady Helena era como para partirle el corazón a cualquiera, y Winona no quiso importunarlo en ese momento.
Sin embargo, Winona esperó unos momentos, para poder oír la suave cadencia de su voz, a pesar de no entender las palabras que le estaba diciendo. Tras unos instantes, salió de la habitación, con la cabeza agachada mientras se metía el bolígrafo en el bolsillo de la bata blanca, con la sonrisa que había esbozado para su paciente aún en los labios; pero al momento la sonrisa desapareció.
Estaba claro que se creyó solo por un momento en el pasillo. Winona vio cómo dejaba caer los hombros y que la gallardía de su postura se marchitaba. Su apuesto rostro estaba demacrado y pálido.
No pensaba dejarlo solo en ese momento.
– ¿Justin?
Incluso antes de volver la cabeza hacia el sonido de su voz, su expresión había vuelto a ser la habitual. Automáticamente se puso derecho y en sus labios se dibujó esa sonrisa indolente y encantadora; la viril vitalidad de su cuerpo volvió a surgir. Y aquel par de preciosos ojos negros la miraron detenidamente, pero sin dar ninguna pista de lo que estaba pensando.
– Vaya, Win. ¿Estás otra vez de ronda por los barrios bajos? ¿Buscando líos?
Ese era el problema con su provocación, que le entraban ganas de darle una bofetada o de besarlo.
– Tendrías que saber que te encontraría, después de lo que hiciste -dijo con dureza.
– ¿Qué? Yo no he hecho nada.
– Estás metido en un lío. Y la gente se cuida muy bien de meterse en líos con una policía. Es hora de enfrentarse a la verdad. ¿Qué te queda por hacer esta tarde?
– Bueno, por hoy he terminado con mis pacientes, pero creo que había quedado con la mujer del seguro esta tarde. Y tengo por lo menos dos horas de papeleo -le echó una sonrisa de medio lado-. Pero puedo cancelar todo eso. Prefiero estar contigo, aunque me haya metido en un lío. Pero, Win, debes saber que no puedo prometerte ser muy buena compañía esta tarde. Estoy algo cansado.
¿Algo cansado? Cuanto más lo miraba, más se daba cuenta Winona de que tendría suerte de poder llegar a casa sin quedarse dormido al volante.
– Bueno, te prometo que solo te quitaré unos minutos…
De repente él frunció el ceño.
– Ahora que lo pienso, necesito hablar contigo. La verdad es que quise llamar antes, pero no han parado de ocurrir cosas, y no he tenido ni un momento libre para llamarte. Me alegro de que nos hayamos encontrado…