– ¿Has quedado ahora con ella?
– Sí, y o bien dejas de sonreír así, o tendré que darte un puñetazo -dijo Justin mientras salían de la habitación de Klimt.
– Es que en cuanto te he mencionado su nombre te has puesto, ¿cómo lo diría?, nerviosísimo. Tu sonrisa ha sido cegadora. ¡Ah, cómo caen los poderosos!
– Cuidado, jeque. Te la estás jugando -respondió Justin en tono de broma.
– Bien. ¿Entonces nos veremos de nuevo el jueves por la noche? Para hablar de lo que vamos a hacer con las dos joyas y demás.
– Sí.
– De acuerdo. Mientras tanto, intenta recordar que tienes que comer, que tienes que dormir, y que tienes que bajar de las nubes antes de montarte en el coche.
– Voy a acordarme de esta conversación cuando te enamores -le prometió Justin.
– Sí, sí -Ben sonrió y después se puso serio-. Justin… no has estado bien desde que volviste de Bosnia. Esta mujer… Me alegra mucho verte tan animado. Te lo digo en serio.
Justin salió al aparcamiento sonriendo, pero cuando se montó en el coche sintió un escalofrío.
Estaba deseando ver a Winona.
Hacía mucho tiempo que no pensaba en Bosnia, y las pesadillas recurrentes no lo acechaban desde que Winona se había implicado personalmente en su vida. Pero en ese momento, repentinamente, se sintió de nuevo nervioso, angustiado. Win iba a cuidar de él. Pero a veces sentía que Bosnia era como una mancha en su alma que se negaba a desaparecer. No había nada que consiguiera hacerle olvidar esos recuerdos, al menos no del todo.
Se dijo que debía olvidarlo, pensar en ella.
De modo que lo intentó.
Capítulo Nueve
Cuando Winona oyó que llamaban a la puerta tragó saliva con dificultad, y seguidamente se apresuró a contestar. Eran casi las seis, de modo que sabía que era Justin. Había pasado todo el día muy emocionada, deseando volver a verlo… y aún quería verlo, pero las circunstancias habían cambiado.
Abrió la puerta con Angela en brazos.
La niña estaba lista para salir a cenar, con un conjunto de color rosa pálido muy mono y zapatos de cuero rosa del mismo color. Se habría ganado el corazón de cualquiera, de no haber estado berreando como una posesa.
– Maldita sea, Justin, me temo que… -empezó a decir Winona.
– ¿Eh? -se llevó la mano a la oreja para oír mejor.
– No creo que podamos salir a cenar -gritó.
– Sí, parece que vamos a tener que poner en práctica el plan B -entró, cerró la puerta para que no entrara el frío, se quitó la cazadora y le pidió con gestos que le pasara a la niña.
– Está insoportable.
– Pues que llore conmigo, ¿verdad? Me parece que no estamos de muy buen humor, ¿eh?
– No tiene hambre, ni sueño, ni nada. No sé qué le pasa.
– Bueno, bueno, no te metas con mi segunda chica favorita -le dio primero un beso a Win en la punta de la nariz y después levantó al bebé en brazos; sorprendida, Angela dejó de llorar un momento y lo miró-. Soy el hombre más guapo que has visto en todo el día, ¿verdad?
Winona quería que le diera otro beso. Uno más apasionado y romántico que un simple beso en la nariz. Pero Angela parecía estar muy pensativa mirando a aquel apuesto hombre de ojos soñadores que acababa de aparecer. Entonces decidió. Primero sollozó desconsoladamente y seguidamente dio un grito que debió de oírse en todo el vecindario.
– De acuerdo -dijo Justin-. Ponte el abrigo y ponle el suyo al bebé.
– Justin, no podemos llevárnosla así a ningún sitio.
En el coche, la niña se tranquilizó un poco, y solo protestó una vez mientras Justin cruzaba su casa con ella en brazos.
– Me figuré que tal vez estaríamos mejor en mi casa porque no tendríamos que preocuparnos por la cena. Myrt ha preparado algo y lo ha dejado en el frigorífico. Creo que es carne asada. Mientras cenamos, quiero hablar contigo de unas cuantas cosas.
Winona no tenía idea de cómo lo hacía. En cinco minutos le había quitado la cazadora, ordenado que se quitara los zapatos y servido un vaso de vino dulce. Lo que le sorprendía era cómo conseguía hacerlo todo con Angela en brazos. Y el bebé había dejado de llorar.
– De verdad, Win, no me importa la casa en la que decidamos vivir. Si quieres quedarte en tu casa, me parece bien. Pero aquí tengo muchísimo espacio. Y Myrt ya está instalada.
Cuando entraron en la cocina intentó dejar a Angela en su carro. Ella soltó un chillido furioso, y Justin la levantó de nuevo.
Empezó a hablar de trasformar su estudio en un cuarto para el bebé, y de todas las cosas que necesitaban comprar; de que iba a dejar el Porsche y a comprarse un coche familiar, donde hubiera sitio suficiente para el bebé y para la compra. Cuando el teléfono sonó de repente, Justin fue a contestarlo con Angela en brazos.
En la cocina sacó el pan, una lechuga de la nevera, untó mostaza en el pan y preparó unos sándwiches de carne asada, y todo ello sin soltar a Angela. Le echó una mirada al bebé, como si estuviera debatiéndose entre si merecía siquiera la pena intentar comer sin ella en brazos, pero entonces empezó a comer con una mano.
Antes de que terminara la cena, Winona estaba totalmente enamorada de él.
Sí, antes había sentido deseo; y por muy fuerte este que hubiera sido, aquel era un sentimiento de otra índole. Estaba viendo a Justin en su papel de padre, viendo su paciencia, su delicadeza, su entrega sin que ni siquiera él se diera cuenta.
– ¿Justin?
– ¿Qué?
– Estás haciendo todos esos planes de boda y de vida juntos tan deprisa que me estás asustando. Has pensado ya tantas cosas, como si estuvieras tan seguro…
– Estoy seguro, Win. Nos va a encantar estar casados, de modo que cuanto antes lo hagamos, mejor. Si no resolvemos de antemano todos los detalles, ¿qué importa? Haremos las cosas poco a poco.
El bebé miró a Winona e hizo una pedorreta con la boca. Estaba claro que pensaba lo mismo que Justin.
– Si no te importa que cambie de tema un momento, solo quería decirte que… si te parece bien, en cuanto Angela se duerma, voy a tirarme encima de ti.
Con suavidad, Justin agarró al bebé de la barbilla.
– Bueno, ya has oído. ¿Cómo te puedo hacer chantaje para que te vayas a la cama?
Winona se echó a reír, pero sabía que a Angela no se le podía meter prisa.
– Tengo una idea -dijo de repente Justin.
– Las ideas no nos valen. Necesitamos un milagro -comentó Winona en tono irónico.
Pero parecía que Justin también era capaz de hacerlos. Empezó a llenar la bañera de hidromasaje del cuarto de baño de mármol y cobalto de la planta baja. Mientras Winona desnudaba al bebé en el cálido y húmedo ambiente del baño, él fue a buscar velas, las encendió y escogió un disco compacto de preciosas canciones de amor.
– ¿Ves qué rápido he conseguido que tu mamá se desnude? Y tú que pensabas que no era muy listo, ¿verdad?
Era un ambiente muy romántico para dos amantes, no para darle un baño a un bebé. Los chorros de agua caliente, los aromas de las velas perfumadas, las luces parpadeantes, las anhelantes canciones de amor. La oscuridad y la desnudez y los ojos misteriosos de Justin, mirándola desde el otro lado de la bañera mientras le acariciaba los dedos de los pies con los suyos.
El bebé gorjeaba y reía a carcajadas, bien en brazos de Justin o de ella. Y mientras la niña les hacía reír con sus monerías, Winona sintió que el deseo nacía entre ellos. También notó que Justin se relajaba, al igual que Angela. Que se dejaba llevar.
Posiblemente porque a ella siempre le había costado mucho dejarse llevar, reconocía lo mucho que controlaba Justin sus emociones. En su trabajo se entregaba al máximo. Pero lo que necesitaba y deseaba en su vida personal raramente lo demostraba delante de los demás, incluida ella… Especialmente desde que había vuelto de Bosnia.
Viendo al bebé intentando agarrarle la nariz, escuchando la risa relajada de Justin, Winona se enamoró de nuevo. Profundamente, irremediablemente.