– Lo siento, tengo que marcharme.
– ¿Pasa algo?
– No, no, solo es que desde el accidente nada parece sentarme bien. Tal vez sea algo de estrés postraumático o alguna tontería de esas. Solo han pasado un par de semanas. Supongo que esperaré un poco más antes de tirar la toalla e ir a ver a un médico. Bueno… -se puso de pie, le dio un apretón a Winona en la mano y un beso en la frente al bebé.
Winona levantó al bebé para que eructara mientras sonreía mientras Pamela se marchaba del local… Pero la sonrisa se borró enseguida de su rostro y apretó a Angela contra su pecho.
No podía desembarazarse de la sensación de que algo que ella no entendía aún estaba importunando a Justin. Antes no había importado. Antes no había sido asunto suyo, ni había tenido derecho a saber ni a querer ofrecer su ayuda.
Pero ya sí.
Estaba arriesgando sus sentimientos, de un modo que no había hecho antes, por un hombre que se lo merecía. Pero por un hombre del que ya no estaba segura si la necesitaba y deseaba de verdad o no.
Capítulo Diez
Cuando Justin recogió a Winona para salir a cenar, estaba tan angustiado que tuvo ganas de reírse de sí mismo. Nunca había sido una persona nerviosa. Sin embargo, esa noche el pulso le latía demasiado deprisa y el estómago le hacía cosas raras; le sudaban las manos y el pequeño estuche que llevaba en el bolsillo de la americana parecía pesarle una tonelada.
Supuso que se sentiría mejor cuando la viera; solo que no fue así.
Winona se entretuvo unos minutos a la puerta mientras daba instrucciones a Myrt y hablaban del bebé. Se puso un abrigo de paño negro que desde luego le iba a hacer falta, porque era una noche de enero muy fría, pero Justin la había visto un momento con el vestido negro y los zapatos de tacón. Incluso cuando Win se arreglaba, nunca vestía ropa llamativa. Pero esa noche tenía un aire especial, peligroso, inquietante. Justin no supo qué pensar de todo ello; del pronunciado escote del vestido, de la sombra color humo que se había aplicado en los ojos, o del sutil pero letal perfume que se había puesto.
Los nervios que había sentido antes de verla parecieron a punto de estallar en ese momento.
Antes incluso de aparcar a la puerta de Claire's ya estaba tirándose del nudo de la corbata.
Aunque Royal era una ciudad adinerada, la personalidad de la ciudad nunca había sido formal. Claire's era la excepción. Cuando uno entraba en el local parecía escuchar el suave murmullo del refinamiento. Las mesas estaban vestidas con manteles de lino blanco, y en cada una había un centro de mesa de capullos de rosa recién cortados. En los menús no figuraban precios. En un rincón del comedor había un pianista vestido de esmoquin interpretando suaves canciones de amor.
Cuando le hubo quitado el abrigo, Winona se dio la vuelta y le susurró al oído:
– He estado antes aquí. Los Gerard venían para celebrar ocasiones especiales, igual que todo el mundo; al menos todos los que puedan permitírselo, claro. Pero siempre me he preguntado… ¿Qué pasa si alguien se tropieza? ¿O eructa?
A pesar de su nerviosismo, Justin empezó a relajarse.
– No pasa nada -le aseguró-. Aquí no puede ocurrir nada malo, de modo que no te preocupes.
Winona abrió el menú y sonrió cuando el camarero se acercó a la mesa.
– Creo que queremos empezar con la mejor botella de vino que tengan en la bodega.
– Sí, señor -dijo el camarero antes de darse la vuelta.
– Quítate los zapatos, Win. Estas sola conmigo. Hoy nos vamos a dar un homenaje por todo lo alto. Nada de pensar en bebés ni de preocuparnos por nada más. ¿De acuerdo?
Winona sonrió con tanta dulzura que sintió la tentación de ponerse a cantarle canciones de amor. Se dieron la mano suavemente, con ternura, como si no hubiera nadie más que ellos en el restaurante.
Justin no tenía idea de cómo había podido vivir tanto tiempo sin ella. Y mientras la miraba sintió un momento de felicidad plena. Pero desgraciadamente el momento no pareció durar mucho.
La suave sonrisa de Winona se volvió de pronto hierática.
– Caramba, Justin, tenía pensado hablar contigo… pero hay dos hombres sentados en la mesa de la esquina que no paran de mirarte. No pueden ser de aquí, porque no los conozco y, además, van vestidos de un modo un tanto extraño.
Justin no volvió la cabeza. Ya se había fijado en los dos hombres cuando habían entrado.
– Sí, se llaman Milo y Garth. Vaya par, ¿no?
El camarero les llevó el vino y Justin sirvió un poco del líquido rojo oscuro en la copa de Winona.
– ¿Entonces los conoces? Oh, diantres, vienen hacia aquí.
Maldita sea. Solo había dos personas en el planeta que Justin quisiera ver esa noche. Una era el bebé y la otra, la que más deseaba, era Win. Pero se vio obligado a levantar la cabeza, porque en ese momento los dos hombres se acercaron a la mesa sonriendo cortésmente.
– Doctor Webb, qué alegría volver a verlo. No queremos interrumpir su cena, pero cuando lo hemos visto pensamos en venir a saludarlo.
– Me alegra verlos -mintió Justin, y enseguida les presentó a Win, aunque de ningún modo iba a pedirles a los dos hombres que se sentaran a la mesa con ellos-. Milo y Garth han venido de Asterland, Winona.
Milo se volvió y le sonrió.
– Sí, llegamos ayer.
– Y están aquí para investigar las dificultades que ha habido con el avión. Esperemos que juntos podamos dar con alguna solución, ¿verdad, caballeros?
– Eso esperamos todos -Milo asintió con la cabeza-. Y ya que está aquí, doctor Webb, Garth y yo hemos estado repasando la lista de pasajeros. ¿Por casualidad conoce a una tal señorita Pamela Miles y una tal señorita Jamie Morris?
Justin notó que Winona lo miraba. Le rozó la pierna con la suya, esperando que entendiera que prefería llevar eso él solo.
– Sí, ambas mujeres viven aquí. Aunque espero que examinen toda la lista, y no solo a dos pasajeras que resultan ser americanas.
– Por supuesto, por supuesto. Solo es que, naturalmente, las pasajeras americanas son las que menos familiares nos resultaron.
Y también sería mucho más cómodo encontrar a algún americano a quien echar la culpa. Claro que Justin se cuidó de no expresar su opinión en voz alta
– Bueno, para serle sincero no estoy en posición para contestar a ninguna pregunta acerca de esas dos mujeres. Ni tampoco la señorita Raye. Pero tanto la señorita Miles como la señorita Morris llevan toda la vida en Royal, y les aseguro que son personas normales.
– Estoy seguro. Gracias por su atención -dijo Garth, despidiéndose de ellos.
Cuando por fin se alejaron lo suficiente para no escuchar lo que decían, Winona lo miró con el ceño fruncido.
– No me parece tan raro que el gobierno de Asterland haya enviado a alguien a investigar el caso. Pero me pillaron para sacarme información nada más llegar. Me dio la impresión de que pensaron que podrían sonsacarle más a un médico que a la policía. Pero ahora nos vamos a olvidar totalmente de ellos, ¿vale?
– Vale.
Durante la cena, Justin y Winona charlaron animadamente sobre distintos temas. El camarero les sirvió el solomillo con salsa bernesa, guisantes y patatas asadas. Cuando finalmente se llevó los platos, volvió para ofrecerles unas natillas, pero a Winona ya no le cabía más.
– No puedo más.
– Claro que sí -dijo, y le hizo una seña al camarero para que les llevara dos platos.
Justin la oyó protestar, pero cuando llegó el postre lo único que le oyó decir fue:
– Ay, qué ricas. Qué ricas…
– No estoy seguro, pero yo diría que normalmente no permiten que los clientes tengan orgasmos delante del resto de la clientela.
– Que se aguanten. Ese es su problema -dijo Winona con la audacia y picardía de siempre-. Has traído una carreta para sacarme luego de aquí, ¿no?
– No. Pero sí que he traído otra cosa -se metió la mano en el bolsillo derecho, y se dio cuenta de que le estaban temblando las manos otra vez.