Decidió continuar pasillo adelante y no volver la vista atrás, cuando de pronto vio la parte superior de una cabeza de pelo rizado que salía de una sala.
– ¿Winona?
Nada más verla los latidos de su corazón redoblaron su ritmo.
Ella alzó la cabeza al oír su voz. Fue entonces cuando Justin se dio cuenta de que llevaba un bebé en brazos; claro que no tenía nada de raro ver a Winona con un niño en urgencias. A menudo, su trabajo la colocaba en medio de algún conflicto entre un niño y sus padres o el colegio. Pero vio algo en su expresión que alertó a Justin de que aquello nada tenía que ver con un día habitual en la vida de Win.
Sin embargo, ella le sonrió con la misma naturalidad y familiaridad de siempre.
– Me imaginé que estarías en medio de todo esto. Vaya mañana, ¿eh? ¿Has estado en el lugar del accidente?
– Sí, fui para allá enseguida. No soy uno de los médicos de guardia para ese tipo de cosas, pero ya sabes lo rápidas que corren las noticias en Royal. Me llamó alguien que había oído que había un incendio relacionado con el accidente, de modo que fui para allá. De verdad, ha sido un auténtico caos.
– Aún no sé si ha habido heridos graves o no. ¿Cómo ha sido?
Algo le había ocurrido a Winona. Justin no tenía mucho más tiempo que ella, pero continuó hablando, porque eso le dio la oportunidad de observarla mejor. Su aspecto era el de siempre, pero había algo distinto en su mirada. Un brillo febril. Estaba allí, acunando aquel rebujo entre sus brazos, meciéndolo sin cesar mientras hablaban. El bebé estaba callado. Sin embargo, aquella suavidad en la mirada de Win le resultaba de lo más extraña. Vulnerable. Y Winona jamás tenía aspecto vulnerable si podía evitarlo.
– Las cosas podrían haber ido peor; al menos nadie ha muerto. Robert Klimt, ¿sabes quién es?, un miembro del Parlamento de Asterland. Perdió el conocimiento y tiene heridas en la cabeza; no sé cómo estará ahora.
– Espero que todos evolucionen favorablemente. ¿Por cierto, has visto a Pamela Miles?
– Yo no la he visto, pero he oído que está bien. Sin embargo, Lady Helena…
– ¿Tiene heridas graves?
– Bueno, su vida no corre peligro. Sufre una rotura de tobillo muy complicada, pero en cuanto le preparen eso creo que tendrá que venir a verme. Tiene algunas quemaduras…
– Oh, Dios mío, es una mujer tan bella.
Justin no podía decir más de Helena. Jamás hablaba de sus pacientes con nadie, ni siquiera con Winona. Pero quería seguir observándola y no quería darle ninguna excusa para que se largara de allí.
– Bueno, creo que la mayoría de los que iban en ese vuelo han sido atendidos y dados de alta. Y toda la ciudad está tan asustada como los pasajeros, porque no ha parado de venir gente.
– ¿Te has enterado de cuál ha sido la causa del aterrizaje de emergencia?
Justin arqueó las cejas.
– Estaba a punto de preguntarte lo mismo, señorita oficial de policía. Pensaba que tú lo sabrías ya.
– Bueno, normalmente habría estado en el lugar de los hechos desde el principio -admitió de mala gana-, pero me he entretenido.
Cuando levantó una esquina de la pálida manta de franela para que Justin le echara un vistazo, este entendió por fin la emoción que había visto reflejada en sus ojos. Fiereza. La fiereza propia de una leona protegiendo a su cachorro. No tenía nada de raro pensar en Win y en la maternidad, pero hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza lo importante que podía ser para ella. Al ir a acariciar la mejilla del bebé, Justin le rozó la mano a Winona accidentalmente.
– No me digas que alguien le ha hecho daño a esta ricura, o tendré que ir a cargarme a ese alguien.
– Oh, Dios mío, Justin -dijo Winona en tono suave-. Así es exactamente como yo me sentí. ¿No te parece preciosa?
– ¿Cuál es la historia?
– Se llama Angela. Esta mañana, cuando abrí la puerta para ir adonde había caído el avión, alrededor de las siete y cuarto de la mañana, me la encontré allí metida en una canasta de mimbre. Había una nota que decía que se llama Angela y pidiéndome a mí, específicamente, que cuidara de ella.
Justin se quedó inmóvil.
– Esta no es la primera vez que has tenido que ocuparte de un niño abandonado -dijo con cuidado.
– No, por supuesto que no. Pero este es tan pequeño que está claro que primero he tenido que traerla aquí. Me imagino que sabes cómo están las cosas. En los tiempos que corren, un bebé abandonado podría significar drogas o SIDA, o cualquier otra situación problemática en el entorno del niño; de modo que antes de hacer nada, tenía que saber si el bebé estaba sano o no.
– ¿Y bien?
– El Doctor Julian ha dicho que aparentemente está muy sana. Habrá que esperar a los análisis. Cree que tiene un poco menos de tres meses.
– ¿Entonces, qué vas a hacer ahora? -estaba mirándola a ella, no al bebé.
– Encontrar a la madre, por supuesto. Royal no es un sitio tan grande. Y si hay alguien que tiene buen ojo para los niños con problemas, esa soy yo. De modo que si hay alguien que pueda dar con los padres, yo soy la que más posibilidades tiene.
– ¿Y dónde se quedará el bebé mientras tanto?
Ella alzó la cabeza y lo miró con sus grandes ojos azules.
– Yo me pasé años en hogares de acogida -dijo en tono beligerante.
– Lo sé.
– El sistema está sobrecargado. Incluso en una zona tan rica como esta, no hay respuestas para este tipo de situaciones. La adopción es al menos una posibilidad para un bebé rubio y de ojos azules; pero no para este, al menos durante algún tiempo.
– Win, hablas como si estuvieras discutiendo con un tribunal. Solo estás hablando conmigo. ¿Qué pasa? ¿Te quieres quedar con el bebé?
Ella dejó caer los hombros, y perdió la dureza de su cuerpo. Y a sus ojos asomó de nuevo esa suavidad, esa vulnerabilidad que él jamás había visto en ella.
– Nadie me dejará que me quede con ella. Estoy soltera. Y, además, trabajo a tiempo completo. Pero en este momento, especialmente hoy, hay un caos tremendo en la ciudad por el accidente del avión. De modo que lo único que tiene sentido…
Justin oyó su código por el altavoz. Un camillero pasó junto a ellos para limpiar la sala de curas. De repente, el bebé abrió su boquita, bostezó y pestañeó levemente, dejando ver unos ojos adormilados de un exquisito color azul.
Justin miró al bebé, y después a Winona.
– Ahora mismo estamos los dos muy ocupados -le dijo-. ¿Qué te parece si paso a hacerte una visita después de la cena?
– No tienes por qué hacerlo.
Oh, sí, pensó, desde luego que sí.
Capítulo Tres
Justo cuando Winona se estaba metiendo el tenedor en la boca, oyó el débil llanto del bebé. No había tenido tiempo de almorzar, y parecía que tampoco lo iba a tener de cenar. Claro que no le importaba. ¿Quién necesitaba comida? Dejó caer el tenedor ruidosamente sobre el plato y echó a correr hacia el salón.
– ¡Ya voy Angela! ¡Ya voy!
Solo había llamado a un par de vecinas esa tarde, pero parecía que la noticia del bebé había volado, y había estado pasando gente a ayudarla toda la tarde. Aquel vecindario estaba lleno de niños, una de las razones que le habían llevado a comprarse la casa allí, y casi todo el mundo tenía algún accesorio de bebés en el ático o en el garaje. Como Winona no tenia ni idea del tiempo que iba a quedarse con el bebé, habría sido una tontería comprar nada. Además, sus vecinas habían sido de lo más generosas.
La princesa estaba acostada en un moisés y cubierta con una manta de bebé color rosa, vestida con el quinto conjunto que se le ponía ese día.
– Ya está, ya está, pequeña -la tomó en brazos con cuidado y empezó a darle palmadas y a acunarla, pero por dentro empezó a sentir pánico-. ¿Tienes hambre, cariño? ¿Te molesta la luz? ¿El ruido? Lo que sea, me ocuparé de ello, cielo. Pero no llores. Vamos, vamos, cariño…