El pánico era una sensación nueva. Había estado en la gloria todo el día, puesto que ella llevaba mucho tiempo deseando tener un bebé. Winona intentaba ser realista, para mentalizarse de que Angela no estaría con ella mucho tiempo. Solo era que… estar con la pequeña le parecía lo más natural del mundo. Había tenido que hacer mil cosas, empezando por llevar al bebé al hospital para hacerle un chequeo. Después habían ido con ella a la comisaría, había hablado con Wayne y después llamado a algunas madres del vecindario, antes de pasarse por el supermercado para comprar cosas. Cuanto más ocupada estaba, más encantado parecía el bebé. Pero después habían vuelto a casa. Y allí estaban, las dos solas.
Angela había sido un verdadero ángel durante todo el día, pero en ese momento estaba llorando, y Winona se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo cuidar a un bebé.
Alguien llamó a la puerta. Winona se dio la vuelta, rogando a Dios para que no fuera otra vecina con otra silla de paseo. Estaba muerta de hambre y exhausta.
Antes de llegar a la puerta, el pomo giró y Justin asomó la cabeza. Al verlo el pulso se le aceleró de inmediato. Siempre le pasaba lo mismo. Incluso después de toda una jornada de trabajo, Justin tenía un aspecto tan acelerado como el Porsche negro que había dejado aparcado delante de su casa. Entró lleno de energía, con la cara atezada por el viento, los ojos vivos y brillantes y una sonrisa provocativa en los labios.
– ¿Win? ¿Estás ahí…? Ah, veo que sí. Estás un poco ocupada, ¿no?
– ¡No creí que dijeras en serio lo de venir! ¡Pasa, pasa!
Deseó haber podido cepillarse el cabello y ponerse un poco de carmín. ¿Pero, qué importaba? Solo era Justin. Y por mucho que le hiciera rabiar, se alegró de verlo.
– ¿Sabes algo de bebés? -le preguntó con el llanto del bebé de fondo.
– Nada.
No importaba. Cerró la puerta de la casa con firmeza.
– Tú eres médico, tienes que saber algo…
– Sí, llevo mucho tiempo intentando decírselo a mis pacientes -se quitó la cazadora y dio un paso hacia el salón, pero al momento se paró en seco-. ¡Santo Cielo! ¿Ha pasado algún rebaño por aquí?
– Muy gracioso. Son accesorios para el bebé. Me los han prestado las vecinas. Escucha, Justin, sepas o no algo… por favor, agárrala un momento, ¿quieres? Solo necesito un minuto. Lo que tarde en ir a calentar un biberón e ir a por un pañal limpio.
– Vale.
– No te preocupes por el llanto; normalmente es un amor. Solo tengo que averiguar qué le pasa, pero si tú…
– Eh, Win. Créeme, no pasa nada. He venido a echarte una mano.
No era que no creyera a Justin, solo que su ayuda le parecía tan extraña. Tal vez la gente de la ciudad lo tuviera por un soltero despreocupado, pero Winona lo conocía bien. Algo le había pasado en Bosnia, porque desde que había vuelto era otra persona; más callado, más introvertido, y había dejado la especialidad que solía amar en favor de la cirugía plástica. Pero su fama de buen cirujano se había extendido por todo el sudoeste.
Su participación en el Club de Ganaderos de Texas era otro compromiso no reconocido.
Además, Justin siempre había sido un amigo en su vida… cuando no se mostraba insufrible.
– ¿Qué quieres decir con que has venido a ayudar? -le preguntó con recelo.
– Pues precisamente eso -le quitó el bebé de los brazos-. Pero ahora es esta llorona la que importa. Ve a preparar el biberón. Y yo intentaré ponerle el pañal si me dices dónde están.
Winona se llevó la mano al pecho. Con solo veintiocho años ya estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco.
– ¿Te ofreces voluntario para cambiarle el pañal? ¿Llevas mucho tiempo con estos síntomas? ¿Tienes fiebre? ¿Un tumor cerebral, tal vez?
Esos insultos solo consiguieron que él le revolviera el pelo, antes de salir del salón con el bebé en brazos. El teléfono sonó seis veces en la hora siguiente, y dos vecinas más se pasaron con una silla para el coche y mantas. Pero la confusión y el nerviosismo no fue igual con Justin allí. Winona ya no sentía pánico. Al contrario a la inexperiencia que decía tener, Justin actuó como un veterano tanto con los pañales como con los eructos. En cuanto le oía hablar, el bebé empezaba a hacer pompas y a babear.
– Igual que las demás mujeres de la ciudad -dijo Winona entre dientes.
– ¿Cómo?
– He dicho que la niña se ha enamorado de ti desde que la levantaste en brazos por primera vez.
– Sí, me he dado cuenta de que ha dejado de llorar. ¿Crees que reconoce a un tipo guapo, a pesar de lo joven que es? A alguien con clase, gusto, inteligen… ¡Ay!
Winona le dio un golpe con un cojín, y rápidamente él lo echó a un lado con una sonrisa. Llegadas las ocho, no solo habían alimentado y cambiado a Angela, sino que esta descansaba plácidamente en su moisés. Winona no se había dado cuenta del momento en que Justin le había ordenado que se sentara en el sofá y le había puesto un plato de comida en las manos, pero parecía que por fin pillaba algo de cena; estaba medio tirada en el sofá, cenando mientras acunaba el moisés con un pie enfundado en una fina media.
Justin estaba de rodillas en la alfombra, intentando arreglar un intercomunicador para el bebé, y por ello rodeado de clavos y tuercas. Estaba decididamente adorable.
La tele estaba encendida, pero ninguno de los dos la estaba viendo. Winona la había dejado encendida para subir el volumen si acaso daban alguna noticia del aterrizaje de emergencia del avión de Asterland. Sin embargo, temporalmente, era como si estuvieran en una isla los dos solos, exceptuando al bebé que dormía allí cerca.
– ¿Y qué dijo tu jefe de la situación con Angela? -le preguntó Justin.
– Bueno, como yo me suelo ocupar de los niños abandonados y con problemas, Wayne no tuvo que darme permiso para ocuparme del caso. Hombre, cuando me vio aparecer esta tarde con el bebé en una mochila, sí que se sorprendió un poco. Pero toda la comisaría está muy ocupada con el asunto del avión.
– Lo sé. El Club de Ganaderos de Texas ha estado especialmente implicado con ciudadanos de ambos países. Hemos ofrecido nuestra ayuda, y espero que las autoridades acepten nuestra oferta. Me doy cuenta de todo el trabajo policial que hay que hacer primero para conseguir pruebas y huellas y todo eso… pero ya ves cómo la crisis esta está afectando a toda la ciudad. Todo el mundo quiere saber lo mismo; qué fue lo que causó el aterrizaje de emergencia. Si fue un fallo mecánico, está bien, ¿pero y si fuera un sabotaje terrorista?
– Según he oído, ese jet en particular es uno de los aparatos más seguros que existen. Cuesta creer que no fuera más que un simple fallo mecánico.
Winona se puso un cojín en el regazo.
Cada vez le estaba costando más no mirar a Justin. Que ella supiera, Justin ya era multimillonario, y precisamente por eso resultaba aún más divertido verlo manejando un destornillador.
– ¿Y qué piensa la gente en tu comisaría? ¿Tenéis alguna razón para pensar que hubo juego sucio detrás del aterrizaje de emergencia?
– Esta tarde no había pruebas que condujeran en esa dirección… pero la verdad es que es demasiado pronto para asegurar nada. Tal vez hayan recogido todas las pruebas relevantes, pero llevará semanas hasta que puedan obtener respuestas completas. Todo el mundo sabe la tensión que había entre Asterland y Obersbourgh… Y la fiesta del Club de Ganaderos fue la primera ocasión en la que se juntaban los dos países después de más de diez años. Yo creo que tienes razón, Justin. Tú y los chicos del Club de Ganaderos de Texas deberíais participar en la investigación, y la verdad es que me sorprendería que no os pidieran ayuda.
Winona se inclinó hacia delante para asomarse al interior del moisés. Le preocupaba el accidente de avión, pero en ese momento, en ese día, había algo distinto que ocupaba su mente y su corazón.