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Y él quería permitirlo. Quería quitarle la sudadera, tumbarla sobre los cojines y hundirla en una sensualidad tan grande, tan caliente, que ninguno de ellos pudiera levantarse hasta que hubiera pasado. Deseaba verla desnuda, acariciarla desnuda, tenerla desnuda.

Pero había un bebé dormido allí junto a ellos. Además, Justin tenía miedo de ir demasiado deprisa y no poder obtener las respuestas que le interesaban.

De modo que intentó respirar con normalidad y apoyó la frente contra la de ella, con los ojos cerrados, encantado de que Winona estuviera respirando también como un tren de carga. Y eso lo ayudó a relajarse, a sonreír.

– Eh, Win… Tengo mucho dinero. Lo sabías, ¿verdad?

Ella lo miró y frunció el ceño.

– ¿Y eso debería importarme?

– Sí, porque es importante. Y es importante porque puedo arreglar los papeles para un matrimonio más deprisa que la mayoría de las personas. Y conseguir también aligerar los papeles para la custodia temporal. ¿Quieres este bebé? Podemos conseguirlo.

– Justin…

Tragó saliva con fuerza cuando él se puso de pie.

Justin ya había oído moverse al bebé. Se puso los zapatos y buscó su cazadora con la mirada, pero entonces la miró de nuevo a ella. Miró esos ojos suaves y claros como la superficie de un lago. Por primera vez en todos aquellos años, líquidos y suaves para él.

– No sé lo que pasará entre tú y yo. Pero nos conocemos de toda la vida, Winona. Y te lo vuelvo a decir, tengo dinero, recursos para arreglar esto con rapidez. Los necesarios para facilitar las cosas para los dos, para hacer lo que queramos hacer. No hay ninguna mujer en mi vida. ¿Hay algún hombre en la tuya?

Ella pestañeó.

– No.

– Vamos. Necesito que seas franca conmigo. Debe de haber alguien…

– No.

Justin no pudo ahogar una sonrisa. Le acarició con energía la cabeza, agarró su cazadora y salió de la casa. Había dejado caer su proposición. Pero sabía que Winona Raye jamás le daría un sí sin pensárselo.

Pero si salía en ese momento, no le daría la oportunidad de negarse.

Aquello no solo era progresar, sino casi rozar la gloria.

Con el bebé en brazos, Winona paseaba de un lado a otro del salón. El Porsche negro de Justin había desaparecido del camino hacía una hora, pero ella no dejaba de mirar hacia donde había estado. Tal vez su visita había sido un espejismo. O tal vez le hubiera echado algo en el café; porque llevaba un par de horas en un mundo de sueños.

Angela soltó un eructo adormilado y Winona sonrió. Había imaginado que Justin le había pedido que se casara con ella en serio. Nada de bromas. Totalmente en serio.

Vaya, eso sí que tenía gracia.

Tanta que incluso después de que el bebé se durmiera, esperaba que para toda la noche, Winona aún no podía pensar, ni respirar, ni dormir. Estaba cansada como un perro, pero seguía paseando en la oscuridad.

A medianoche, fue a la nevera, se sirvió una taza de leche y se metió en la cama para bebérsela. Hacía una noche estrellada y la luna, casi llena, brillaba en el cielo negro.

Había habido hombres, pero no desde hacía un tiempo. Cuando se había dado cuenta de que había sido ella la que había estropeado todas las relaciones, había decidido dejar de intentarlo. Le costaba trabajo abrir su corazón; ni en la cama ni fuera de ella.

En realidad, se le daba bastante bien fingir en la cama. Pero no parecía que tuviera mucho sentido. Ella no se sentía infeliz sola. Le gustaba su trabajo, su vida. Tenía amistades, era respetada en la comunidad. Le gustaba sentirse así. Segura. Tal vez le costaba confiar en otros plenamente. ¿Y qué?

Pero no le había gustado el beso de Justin. En sus labios había sentido la picadura de la abeja, y se le habían puesto los nervios de punta. Ella no solía dejarse llevar así. Jamás. Jamás se volvía loca, ni perdía la cabeza por un hombre, y menos aún por unos cuantos besos ridículos.

¿Qué diantres creía Justin que estaba haciendo besándola, ofreciéndole casarse con ella?

Winona concluyó que algo le estaba pasando a Justin. Algo muy serio. La idea la tranquilizó. Dejó la taza de leche vacía sobre la mesita y se acurrucó bajo la colcha, relajándose inmediatamente. Sencillamente debería habérsele ocurrido antes. Si Justin estaba actuando como un loco, tenía que haber una razón para ello. Fuera lo que fuera, hablaría con él. Lo ayudaría, como amigos que eran.

Y le aseguraría, por supuesto, que se había dado cuenta de que él nunca había tenido la intención de proponerle matrimonio.

Dos días después, mientras Justin se dirigía hacia el lugar donde el avión de Asterland había caído, iba pensando en Winona, no en el accidente. Pero según se iba acercando al lugar del siniestro, le fue cambiando el humor.

Finalmente apareció el avión. Justin detuvo su automóvil y salió; un viento frío como el hielo le mordió las mejillas.

– ¡Justin!

Ya había reconocido a los otros dos miembros del Club de Ganaderos de Texas y sus vehículos, pero por un momento se había distraído con la visión del avión. Al oír su nombre, se dio media vuelta y se dirigió hacia sus amigos. Típicamente, Dakota Lewis no parecía notar el frío de la mañana de enero, y llevaba la cazadora abierta, como si nada. Al menos Matthew Walker tenía la nariz y las mejillas coloradas, igual que él.

– Siento llegar tarde; el coche no quería arrancar.

– Solo llevamos unos minutos esperando.

Justin miró de nuevo a su alrededor.

– Caramba. Esto es desolador.

– Aún estoy sorprendido de que nos haya llamado la policía -comentó Matthew mientras los tres se dirigían hacia el avión.

– No creo que se le haya ocurrido a la policía. Sospecho que ha debido de ser la familia de la Princesa Anna. Ninguno de los pasajeros de Asterland u Obersbourg tiene contactos en América excepto nosotros, de modo que supongo que es natural que quieran que participemos en la investigación. Nos conocen y confían en nosotros -Dakota iba el primero-. Sería distinto si tuvieran alguna pista sobre la causa del aterrizaje de emergencia. Por supuesto, el fuego es la mejor manera de destruir las pruebas. Pero me parece que, en este momento, a todo el mundo sigue preocupándole que haya sido un sabotaje. Si no se encuentran respuestas enseguida, no me sorprendería que el gobierno de Asterland enviara su propia comisión de investigación.

– Bueno, no sé lo que podemos aportar nosotros -comentó Matthew.

– Yo pienso lo mismo, pero me parece que lo importante es echarle un vistazo a todo esto. Los expertos ya han peinado la zona, pero creo que somos los únicos que conocemos a la gente que despegó en este avión. Creo que suponen que encontraremos algo que tal vez nadie más sea capaz de percibir -frunció el ceño-. Pero pensé que Aaron y Ben estarían aquí con nosotros.

Dakota asintió.

– Ben sí. Estará aquí dentro de un rato. Llamó hace un momento al móvil para decirnos que se había tenido que entretener con un recado. Pero Aaron no… Aaron se marchó a Washington hará un par de días y aún no ha vuelto.

– ¿Se ha ido a Washington? ¿Por algo relacionado con esto? -preguntó Matthew. Dakota sacudió la cabeza.

– La verdad es que no sé qué está haciendo Aaron allí, pero cuando volvió a casa por vacaciones sé que tenía algún tipo de problema con su trabajo. Supuse que había pedido la excedencia en su trabajo como diplomático, de modo que supongo que estará en la embajada en Washington; pero lo único que sé es que estaba muy preocupado por algo.

– A mí me dio la misma impresión -opinó Justin.

– Yo intenté hablar con él la noche de la fiesta, pero entonces empezó a bailar con esa profesora tan feúcha de sonrisa dulce. ¿Cómo se llama? ¿Pamela?

– Pamela Miles -confirmó Justin, recordando que la había tratado la mañana del accidente-. Ella iba en el avión. Iba a Asterland a hacer un intercambio.