Se trataba de una mujer, con las trenzas claras de su cabello alborotadas. De hecho, era Lori.
Se quedó perplejo…, y atontado. ¿Su esposa le había estado disparando? ¿Cómo era posible?
– Lori… -comenzó.
Ella le clavó ferozmente el tacón de su zapato en el pie. Incluso a través del calzado, resultó efectivo; el dolor le inundó. Durante un momento aflojó su presa.
Ella le lanzó un codazo a la cara, obligándole a retroceder, aunque no a soltarla por completo. Se volvió, apoyándose en el brazo de él, y comenzó a aporrearle con una serie rápida de golpes en el pecho, cuello y cara. Sabía lo que estaba haciendo; éstas no eran unas bofetadas inocuas, sino golpes bien dirigidos y sorprendentemente fuertes que le causaban daño. De hecho, habrían dejado sin sentido a un hombre menos recio. Lo único que le protegió fue su masa y su buena condición física; tensó los músculos de forma automática y apartó la cara, aguantando los golpes y haciendo que resbalaran sin surtir todo su efecto.
Atontado más por la identidad de su atacante que por los propios golpes, Quaid no los devolvió. ¿Cómo podía estar haciéndole eso su adorable y amante esposa? ¡Esta misma mañana había sido tan dulce y sexy, las manos tan suaves y evocadoras! Si se hubiera tratado de otra persona, habría contraatacado casi antes de recibir el primer impacto. Pero, contra Lori…
No obstante, ella sólo se estaba desentumeciendo. En ese momento ya disponía del espacio adecuado para atacar más fuerte. Se echó hacia atrás para lanzar el golpe de gracia. Éste no lograría evitarlo o esquivarlo.
La golpeó en el estómago. El golpe resultó más fuerte que veloz, y ella era ligera. De algún modo, sin embargo, no puso toda su fuerza en él, ya que aún se mostraba reticente a hacerle daño. Además, había quedado un poco atontado por el violento ataque al que se había visto sometido, y se sentía algo debilitado. El efecto de la droga aún no se había desvanecido por completo, lo cual empeoraba la situación. Incluso así, el golpe la mandó hasta la cocina.
Logró mantenerse de pie, bajo ningún aspecto derrotada. Se hallaba en mejores condiciones para luchar de las que él había sospechado. De hecho, parecía que había un montón de cosas acerca de ella que él desconocía. Pero, ¿cómo podía estar involucrada en esta conspiración para matarle? ¡Ni siquiera le interesaba Marte!
Se tambaleó hacia ella, sabiendo que debía dominarla e interrogarla. Nunca se le había ocurrido pensar que ella estuviera al corriente de algo sobre esta sorprendente situación; sin embargo, ahora que tenía la certeza de que así era, tenía que descubrir lo que ella sabía.
Lori cogió un cuchillo de trinchar de un gancho de la pared. Empezó a acosarle, sintiendo más confianza en sus posibilidades que él en las suyas propias. Retrocedió, dándose cuenta de pronto de que no se enfrentaba a una aficionada.
Miró a su alrededor en busca de la pistola que ella siempre tenía allí, y la descubrió en un rincón de la habitación. Avanzó hacia allá, pero ella interceptó su camino, lanzando un corte experto hacia su brazo tendido. El intentó hacerse a un lado y proseguir su camino hacia la pistola; sin embargo, ella consiguió contraatacar y hacerle un pequeño corte en el pecho. Le mantenía a raya, atacándole a cada ocasión que él se concentraba en el arma en vez de en ella, aunque no consiguió producirle ninguna herida letal. Él se estaba convirtiendo en una masa de cortes superficiales y sangre goteante.
Una vez más, amagó hacia el arma con la mano izquierda. Ella lanzó el cuchillo hacia el brazo, produciéndole otra herida…, y se vio sujeta por su puño derecho. Fue un golpe contundente el que recibió en la mandíbula.
Se tambaleó hacia atrás, atontada. Rápidamente, Quaid le cogió el arma y la apuntó hacia ella.
– ¡Habla!
Ella guardó un terco silencio. Él apoyó el cañón de la pistola contra su oído. No estaba para bromas, y se lo demostraba con toda claridad. La dura personalidad alternativa se había apoderado de él de nuevo.
– ¿Por qué mi propia esposa intenta matarme?
– Yo no soy tu esposa -repuso ella.
Él amartilló la pistola. Lori se dejó llevar por el pánico.
– ¡Te lo juro por Dios! No te había visto nunca hasta hace seis semanas. Nuestro matrimonio es, simplemente, un recuerdo implantado… ¡aggghh! -Quaid la agarró por el pelo y tiró de su cabeza hacia atrás. ¿Cómo podía ella afirmar que ocho años de matrimonio no existían? ¡Él los recordaba!
Recordaba la forma en que ella había cruzado la calle aquel primer día. Recordaba su boda, el sorprendente contraste entre el humilde traje de gala de su padre y el esmoquin de última moda de piel de rana marciana del padre de ella. Recordaba su viaje de luna de miel tan vividamente como si hubiera ocurrido ayer; el trayecto en el subtren transcon, la suite en el caro hotel donde habían sido atendidos por toda una flota de droides de servicio. Había sido la primera vez que había dormido en una cama de gelatina, la primera vez que había probado el champagne venusiano. Lo habían tomado en estilizadas copas aflautadas de cristal moldeadas a cero g en una de las estaciones espaciales. Todavía podía ver la extraña forma del cristal, sentirlo en su mano, saborear el burbujeante vino azul.
Pensó de nuevo en los primeros años que habían pasado juntos en el antiguo vecindario de él. Lori había parecido tan fuera de lugar allí como un diamante lunar en un reciclador de basura, y recordó lo feliz que se había sentido cuando él había aceptado finalmente mudarse a su nuevo apartamento. Nunca olvidaría la celebración de aquella noche… ¿Cómo podía Lori decir ahora que nada de aquello había ocurrido? Él lo recordaba.
No obstante, ella había intentado matarle, y no había sido ninguna confusión de identidades. Sabía quién era él y le quería ver muerto. Eso indicaba que había cierta verdad en lo que le decía.
– ¿Crees que soy idiota? -dijo Quaid amargamente.
La mirada y la postura de Lori indicaron que eso era exactamente lo que pensaba. Parecía haberse convertido en una fría zorra, tan diferente de la amante que había sido mujer como el propio Quaid lo era de la máquina de matar que parecía haberse apoderado de su cuerpo. Su traje de tenis estaba roto y tenía hematomas en el rostro, pero parecía más altiva que humillada.
– ¡Recuerdo nuestra boda!
– Fue implantada por la Agencia -repuso llanamente ella.
– ¿Y enamorarme de ti? -Aunque, en ese momento, se dio cuenta de que no la amaba de verdad. Recordaba amarla; pero, de alguna manera, experimentaba un sentimiento más verdadero hacia la mujer de Marte. Oh, Lori era muy buena en la cama; sin embargo, no era lo mismo. ¡Esta idea absurda empezaba a tener sentido!
– Fue implantado.
– Nuestros amigos, mi trabajo, ocho años compartidos…, ¿eso también fue implantado por la Agencia?
– El trabajo es real -contestó ella, impertérrita-. Pero la Agencia te lo consiguió.
– Tonterías. -Quaid apartó a Lori, pero siguió apuntándola con la pistola. Intentó mantenerse escéptico; no obstante, la certeza empezaba a erosionar la incredulidad. Había demasiados misterios ínfimos -y significativos- que quedaban resueltos por la situación. La aversión de ella por su sueño de Marte…, ¿por qué se suponía que debían mantenerle alejado de Marte? El esfuerzo de Harry para que no fuera a Rekall…, ¿por qué se suponía que ni siquiera tenía que recordar Marte, ya fuera algo verdadero o falso? Había un montón de cosas que todavía no comprendía; pero, por lo menos, esto le brindaba una base para que la situación tuviera algún sentido. Posiblemente se había dejado engañar por la vida que creía llevar -una esposa como Lori, un amigo como Harry-, razón por la que no pudo vislumbrar la vida que realmente pudo haber llevado. Era como si hubiera que derrumbar las viejas estructuras antes de poder erigir otras más sólidas y nuevas. Confirmando algunas de sus sospechas, Lori dijo: