Una de las razones por las que se detuvo a interrogar a Lori, cuando sabía que los matones subían a su apartamento, era que sabía cuánto tiempo les tomaría llegar. Incluso el ascensor más rápido no podía cubrir los doscientos pisos en un instante. El ascensor era rápido, casi un cohete; pero se veía limitado por la aceleración que los residentes normales podían soportar, aun cuando se le diera al mando de «prioridad». De modo que dispuso de tiempo.
Sin embargo, ahora era él quien tenía que cubrir, y rápidamente, esos doscientos pisos. Gracias a su técnica, bajaba a la velocidad máxima. En línea recta, habría sido una caída de seiscientos metros; tal como iba, resultaba una escalera de kilómetro y medio de longitud. ¿Podía recorrer esa distancia en cinco minutos? Sería mejor que fuera capaz de hacerlo, ya que les llevaría a los matones un minuto cerciorarse de que se había marchado, quizá dos más coger un ascensor rápido de bajada, y tres más llegar hasta la planta baja. Máximo, seis minutos…, menos si, con suerte, conseguían un ascensor de inmediato. Si era afortunado, tendría una ventaja sobre ellos de un minuto y, si no lo era, quizá ninguna en absoluto. Así que continuó bajando a un ritmo aparentemente suicida. ¡Sería un suicidio no hacerlo!
Una vez llegara al primer nivel, sabía que podría atajar a través del edificio y descender por el techo inclinado que cubría el muelle de descarga de mercancías semisubterráneo. Eso le ahorraría más tiempo para su huida hasta el metro. De modo que tenía que ser este camino para éclass="underline" su huida, y no del fuego u otra clase de emergencia, sino del asesinato. Cinco plantas, diez, quince…, perdió la cuenta, y no le importó, porque lo único vital era la planta baja. ¡Un minuto!, pensó. ¡Dadme un minuto de ventaja sobre ellos, y jamás me encontrarán! Lo que significaría seis minutos para ellos. ¿Serían lo suficientemente estúpidos como para retrasarse en el apartamento? ¡Rezaría por ello!
Richter abrió camino hacia el apartamento. Su rostro se contorsionó furioso cuando vio a Lori tendida inconsciente en el suelo. Él no había deseado que ella aceptara aquella misión, pese a lo importante que era para su promoción…, para la de los dos. Le había advertido a Lori que el hombre llamado Quaid era peligroso, pero ella simplemente se había reído de él, díciéndole que se mostraba demasiado protector. Bueno, ahora no podría reírse. Se arrodilló a su lado e intentó gentilmente hacerla volver en sí.
– Lori -llamó con suavidad-. ¡Lori! -Los ojos de ella aletearon y se abrieron, y gruñó mientras se acariciaba el hematoma en su sien-. ¿Estás bien?
Ella asintió cuidadosamente.
– Lo siento -dijo con voz débil-. Creo que lo estropeé.
– ¿Qué es lo que recuerda?
– Hasta ahora nada.
Mientras tanto, Helm había sacado un pequeño aparato de rastreo y lo había activado oprimiendo un botón. Lo sostuvo en la mano y lo giró, con unos movimientos de búsqueda. De repente, un punto rojo empezó a parpadear cuando el aparato apuntó a la ventana. Lo mantuvo en esa posición y apretó otro botón.
En ese momento la pequeña pantalla del rastreador cobró vida, mostrando un plano tridimensional del edificio desde el lugar donde se encontraban. Parecía un modelo hecho de cristal transparente. Cerca del extremo inferior, el parpadeante punto rojo se movía en una frenética espiral, como si fuera una mosca envenenada. Estaba bajando por las escaleras, y a una buena velocidad.
De pronto, el punto abandonó el edificio. Richter cruzó hasta la ventana, con Helm pisándole los talones. Vieron a Quaid descender por el plano inclinado de un tejado en dirección a la zona de uso común.
– ¡Mierda! -exclamó Richter-. ¡El metro! ¡Vamos! ¡Vamos!
Helm y los otros dos agentes se lanzaron hacia la puerta, pero Richter se quedó atrás. En silencio, ayudó a Lori a ponerse en pie y la abrazó. Había transcurrido demasiado tiempo desde la última vez que la había tenido en sus brazos, y sólo Dios sabía cuándo dispondrían de la próxima oportunidad.
– Recoge tus cosas y márchate -dijo, liberándola con pesar de su abrazo.
– ¿Y si lo traen de vuelta? -preguntó Lori mientras él se encaminaba hacia la puerta.
Richter se detuvo en la puerta. Se volvió, y Lori sintió miedo ante la expresión en sus ojos.
– No lo harán -dijo. Se dio bruscamente la vuelta y desapareció.
Quaid emitió un silencioso suspiro de alivio cuando llegó a salvo a la estación del metro. Había dispuesto de su minuto de ventaja, quizá más. ¿Qué habían hecho los imbéciles ahí arriba, entretenerse con Lori? Si ése era el caso, de forma irónica, le debía a ella un favor, aunque tenía la convicción de que no había sido algo voluntario por su parte. Lamentaba haber tenido que golpearla, pero fue el único modo de impedir que diera la alarma antes incluso de que llegaran los matones. No la había amado, aunque sí le gustaba, y no la hubiera herido por nada en el mundo…, antes de que estallara esta situación. Ella le había parecido demasiado buena para ser verdad, y ahora ya sabía que era demasiado buena para ser verdad. Simplemente, cumplía una misión. Seis semanas…, ¡no le asombraba que el recuerdo de sus ocho años con ella no cambiara nunca! En realidad, se trataba de una experiencia de seis semanas.
Había creído que su vida era monótona. ¡En este instante, ya no parecía aburrida! No obstante, la hubiera cambiado con gusto para recuperarla. Por lo menos estaría a salvo, en vez de huir para salvar la vida, sin tener ninguna idea de adonde ir o de quién era. Si pudiera volver atrás, se mantendría bien apartado de Rekall, y tendría los ojos y los oídos bien abiertos para investigar la situación sin llamar la atención, hasta que supiera lo suficiente como para actuar evitando que le persiguieran los matones.
La gente le miraba. Quaid frenó la marcha y, de vez en cuando, observaba por encima del hombro. Si no tenía a los matones pisándole los talones, lo mejor era que se perdiera entre la multitud. ¿Cuan lejos se encontraban de él? Había rogado un minuto de ventaja, y lo había conseguido; pero tenía la certeza de que no abandonarían la búsqueda. Debía coger un coche hacia ninguna parte en especial y perderlos por completo.
Naturalmente, transcurrieron varios minutos antes de que llegara el metro. Esperó más allá de la zona de seguridad, sin desear comprometerse antes de que fuera absolutamente necesario. Tres, cuatro minutos…, ¿cuánto tiempo se mantendría la situación? ¡Era un blanco perfecto! Obtuvo ventaja al escapar del edificio, pero en este momento la suerte se le ponía en contra.
Entonces escuchó el ruido del metro. ¡Lo iba a conseguir! Se encaminó hacia la entrada.
Se dio cuenta de que sería mejor que se deshiciera del arma; quizá tuviera un dispositivo por el que pudieran rastrearla. Ciertamente, no lograría pasarla por la zona de seguridad, de modo que no conseguiría subir al vagón con ella.
Miró hacia atrás una vez más…, y vio a Richter y compañía entrar corriendo en la estación. ¡Maldición! ¡Otros treinta segundos, y los habría dejado atrás!
Modificó de inmediato el plan. Se quedó en la cola, pero se guardó el arma. ¿Qué importancia tenía una alarma, cuando los asesinos lo habían encontrado? Se metió entre los paneles.
Contempló el pequeño monitor que había delante de la fila de los usuarios. ¡Era un esqueleto andante, y la pistola que llevaba en la mano brillaba con un rojo intenso! Las alarmas aullaron y se encendieron unas luces rojas. Unos guardias salieron a interceptarle. ¡No había nada relajado en esta zona de seguridad!