Todavía no podía correr, porque la gente que tenía delante le bloqueaba el estrecho canal. Había pensado que ya no estarían allí cuando saltaran las alarmas, pero parecían confusos y permanecían quietos. Mientras tanto, los guardias atravesaban la pantalla, con sus propias armas convertidas en otros tantos destellos rojos.
¿Podía ir hacia el otro lado? En el monitor, su esqueleto se detuvo y dio media vuelta, mostrando su propia indecisión. Vio que Richter y Helm se acercaban. ¡Eso era peor!
No había ninguna salida, ni hacia delante ni hacia atrás. Se volvió a un lado, saltó el pasamanos que servía de guía y cargó contra el mismo panel de rayos X. De repente, en el monitor, su esqueleto se hizo más grande; luego atravesó su propia imagen esquelética, destrozando la pantalla. Las mujeres que había en la estación prorrumpieron en gritos.
Esa maniobra le consiguió una salida…, pero no en dirección al metro. Tenía que escapar de los matones. Y, ahora, ¿adonde podía ir?
Su otro yo oculto tomó el mando. Emprendió la carrera hacia delante, esquivando a la gente inmóvil y con la boca abierta, hasta que llegó a unas escaleras mecánicas. Lo llevarían hasta los trenes que viajaban en ángulo recto con los de allí, en el siguiente nivel inferior. Pero aún no sabía adonde iba. Podía tomar un tren, seguro, pero…, ¿hacia dónde?
Richter y sus matones llegaron al arranque de las escaleras mecánicas. Consultó el dispositivo de rastreo. El parpadeante punto rojo que era su presa aparecía en la pantalla, avanzando firmemente hacia abajo. Richter hizo girar el dispositivo, comprobando los alrededores. Cerca del fondo de la escalera había varias otras escaleras mecánicas que indicaban arriba.
Su presa tomaría una de ésas, con la intención de deslizarse hasta el nivel de la calle y perderse allí. No desearía tomar un metro, porque no había ningún lugar donde ir. Así que, en vez de perseguirle y llegar demasiado tarde, lo rodearían. Entonces sí que no tendría realmente ningún lugar donde ir. Aquél era un trabajo asqueroso; resultaba malditamente difícil intentar atrapar a un hombre en un lugar público. Pero pronto estaría hecho, y desaparecerían.
Indicó que todo el mundo menos Helm siguiera en el mismo nivel.
– ¡Vamos, vamos, vamos! -aulló, y a Helm-: Tú, ven conmigo. -Echaron a correr escaleras abajo detrás de Quaid.
Quaid alcanzó el final de las escaleras y miró cautelosamente a su alrededor. Ningún matón. Corrió hacia delante, vio unas escaleras mecánicas que subían y se encaminó hacia ellas. Seguía sin ver ningún matón. Pero no confiaba en esto. En cualquier momento aparecerían a la carga doblando alguna esquina, con las pistolas llameando. Decididos a eliminarle…, ¿porque soñaba con Marte? No, porque no era lo que él creía que era.
Nada de aquello parecía tener mucho sentido. Necesitaba tiempo para esclarecer la situación, para explorar cada rincón de su fragmentada memoria y sacar cualquier cosa que hubiera allí. Quizá descubriera que era un criminal que… No, no le habrían dado a un criminal un apartamento agradable, un trabajo decente y una mujer como Lori. A menos que lo mantuvieran oculto hasta el momento en que tuviera que testificar en un juicio importante. Sí, eso podía tener algún sentido. No deseaban que recordara las cosas prematuramente, ya que entonces existía la posibilidad de que regresara con su gente en vez de servirles de testigo. Eso explicaría por qué Lori, que, como descubrió, no sentía nada por él, se había mostrado tan amistosamente abierta. Su trabajo consistía en mantener su mente ocupada. O su pajarito. Debieron suponer que era lo mismo. Puede que hubieran tenido razón, de no ser por la excepción de la mujer de su sueño de Marte.
Ya estaba subiendo por las escaleras mecánicas. Miró hacia atrás, y lo único que distinguió fue a ciudadanos corrientes. ¿Dónde se encontraban los matones? ¡Por entonces, deberían de haberle alcanzado!
Miró hacia arriba…, ¡y allí estaban! Cuatro agentes que llegaban al descansillo superior y que ojearon en su dirección. Intentó encogerse, escondiéndose entre los demás usuarios; pero era demasiado alto para lograrlo. Su única esperanza residía en que no le vieran antes de que se acercara lo suficiente…
Escudriñaban hacia abajo, comprobando toda la zona. ¡LE VIERON!
No hubo ninguna pausa, ninguna petición de rendición. Simplemente, empezaron a disparar.
Quaid amagó a un lado. Un desafortunado usuario recibió un tiro en la cabeza. Cayó hacia atrás, a los brazos de Quaid. Su rostro había desaparecido.
Estallaron gritos cuando el resto de la gente comprendió lo que ocurría. Todos los ciudadanos se agacharon en la escalera, intentando apartarse de la línea de tiro. Eso dejó a Quaid expuesto, la única persona que estaba de pie.
No podía agacharse como los demás; le localizarían en segundos ahora que sabían dónde se encontraba. En realidad, su otro yo no pensaba consentirlo. Ya se había puesto en movimiento y subía la escalera, empleando el cuerpo sin cara como un escudo. Tenía la pistola en la mano, y disparó contra sus enemigos. Uno, dos, tres, cuatro…, y los cuatro matones cayeron por ese orden, cada uno atravesado por una bala.
Quaid desconocía quién era su otro yo, pero empezaba a caerle bien. ¡Ese tipo era un superviviente!
De momento estaba a salvo. Podía largarse de la estación de metro y…
Una bala zumbó junto a su oreja. ¡Desde atrás! Se volvió para echar un vistazo. Allí estaban Richter y Helm, que corrían hacia las escaleras mecánicas, disparando a medida que se acercaban. En ese momento entraron en contacto con ellas y empezaron a subir por encima de los usuarios tumbados, sin dejar en ningún momento de dispararle. Si se hubieran detenido para apuntar adecuadamente, Quaid hubiera muerto sin siquiera saber que se encontraban allí.
Quaid alzó el cadáver que había empleado como escudo, se volvió y se lo arrojó a los dos agentes, tumbándolos hacia atrás. Luego se lanzó escaleras arriba. Llegó hasta el final y corrió pasillo abajo.
Si esos dos eran los únicos que le perseguían ahora, disponía de una ventaja aproximada de unos diez segundos. ¿Adonde podía ir? ¿Seguir subiendo para salir a la calle? Quizás hubiera más matones apostados en la salida. Si lo conseguía, seguiría en la misma zona; le buscarían con coches y, tal vez, con vehículos aéreos. No podía regresar a su apartamento; Lori le delataría de inmediato, si es que primero no le disparaba.
Eso le dejaba únicamente el metro. Las líneas recorrían toda la ciudad y llegaban hasta las afueras, con transbordos por todas partes. ¡Los agentes serían incapaces de cubrir cada salida de todo el sistema del metro! De manera que, si lograba subirse a un vagón sin que le siguieran, su ventaja de diez segundos se transformaría en una de diez minutos, y conseguiría salir de la ciudad antes de que se hicieran una idea de dónde se encontraba.
Su cuerpo ya conocía esa información. Corría pasillo abajo, encaminándose hacia otra línea. Se metió la pistola en la cintura del pantalón; ya estaba dentro de la zona de seguridad, así que no activaría ninguna alarma más.
Llegó hasta el andén donde ya había un convoy. Los últimos usuarios se esforzaban por entrar en los vagones. Corrió a lo largo de la plataforma que, afortunadamente, en ese momento estaba vacía, en dirección al tren.
El último pasajero subió. Sonó el silbato de partida. La puerta se cerró.
Quaid dio un salto enorme y se metió en un vagón en el último segundo, evitando las puertas por un pelo. ¡Lo había conseguido! Trastabilló, tratando de no chocar contra los otros pasajeros. Estuvo a punto de caer; sin embargo, mantuvo el equilibrio.
Las balas destrozaron los cristales de la puerta justo encima de su cabeza y salieron por el otro extremo. ¡Richter y Helm habían llegado! Si se hubiera encontrado en una postura erguida…