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Pronto penetraron en uno de varios conductos metálicos que atravesaban el abismo que separaban las dos zonas de la ciudad. Ah… ¡ya empezaba a resultarle claro! La parte lumpen se encontraba en el otro extremo.

– ¿Es su primer viaje a Marte? -le preguntó Benny con ganas de conversar, de una forma muy parecida a como lo hubiera hecho una versión moderna de un maniquí de un TaxiJohnny.

Si se percató de los movimientos de Quaid con los zapatos y el bolso, era demasiado discreto como para comentarlo. Los turistas podían permitirse tener costumbres extrañas.

Quaid observaba a través de la ventanilla, todavía absorto por el paisaje. Semejantes montañas colosales, riscos, llanuras bañadas de rocas; la desolación perfecta; pero también fascinante. ¡Podía quedarse contemplando ese paisaje durante horas, incluso días! Sin embargo, eso sólo era una parte de la cuestión. Había soñado con Marte y anhelado viajar hasta allí. Ahora se encontraba en su superficie, y le fascinaba; sin embargo, la añoranza persistía. Por su identidad real, por la mujer, y por algo más. A pesar de su esfuerzo por descubrirlo, no conseguía percibir todo el cuadro. Era como si debajo de todas sus preocupaciones superficiales yaciera una más profunda, como el basalto bajo suelo poco profundo, indicando algún suceso horrendo e importante de su pasado que él, a costa del peligro que corría su propia vida, ignoraba. Como si el hecho de que sobreviviera fuera algo intrascendente si se lo comparaba con el significado que tenía ese estrato más profundo.

Salió de su ensoñación al darse cuenta de que el taxista le había hablado.

– Mmmm. Bueno, no… Más o menos.

Benny meditó la respuesta.

– El tipo no sabe si ha estado en Marte -musitó.

Quaid se dio cuenta de que sonaba bastante confuso. Sin embargo, era verdad. Alguien en su cuerpo había estado en Marte antes; pero el propio Quaid, como tal, nunca. Cuando recobrara la memoria podría afirmar que había estado…

Sacudió la cabeza. Cuanto más averiguaba, menos parecía saber.

El conducto desembocó en una plaza en la zona pobre de la ciudad. El contraste con la parte rica era sorprendente. La zona alta tenía calles anchas y limpias, y vistas preciosas; ésta más baja tenía calles claustrofóbicas y sombrías horadadas en la ladera de la montaña. Se hallaba bajo una noche eterna. Brillaban tenues farolas, aunque la única luz natural fluía de una arcada lejana. No se debía al cambio de horario; por pura coincidencia, el día de Marte era una media hora más largo que el de la Tierra, al que te adaptabas con tanta facilidad que casi nadie notaba la diferencia. Se debía a la naturaleza subterránea de la ciudad. Resultaba como vivir en el interior de una mina. No era ninguna broma llamar a esta parte la zona oscura de la ciudad.

La gente iba y venía con indiferencia bajo los techos bajos. Una parte importante de la población, si lo visible era típico, mostraba algún tipo de deformación. Quaid sintió un escalofrío.

Todos los edificios se hallaban en un estado lamentable y cubiertos por variadas clases de pintadas. Las casetas psíquicas parecían ser bastante populares. Numerosos carteles con el lema se busca ofrecían recompensas por Kuato y, como los del tren, ninguno mostraba su fotografía. Kuato, el legendario líder del Frente de Liberación de Marte. ¡Quaid comprendió por qué los habitantes de un lugar como éste podían anhelar la liberación! Si depositaban sus esperanzas en una figura inexistente…, bueno, quizás eso fuera mejor que no tener ninguna esperanza.

Algo flotó casi hasta la superficie de su mente; sin embargo, se deslizó antes de que pudiera atraparlo. ¿Acaso él conocía alguna forma de liberar Marte? ¿Liberarlo de qué? El hecho real es que la pobreza era algo endémico; también en la Tierra abundaba. No existía ninguna varita mágica que pudieras agitar para liberar a las pobres masas oprimidas de Marte.

¿O sí existía? Vio que los soldados patrullaban las calles por parejas. La hostilidad que había entre ellos y la gente era palpable. ¿Existía alguna forma de sacar a estas pobres personas del gueto oscuro hacia el lado soleado? ¿Proporcionarles tierras con suficiente luz para todos ellos?

Sacudió la cabeza. Él no era ningún asistente social. Siempre que los domos fueran imprescindibles para hacer viable la atmósfera, la gente corriente sería esclava de aquellos que los construían y controlaban. Era la forma de ser de Marte.

El taxi se acercó al lado de una mujer atractiva con un andar muy sensual… visto desde atrás. Llevaba a un niño pequeño de la mano.

– No está mal, ¿eh? -preguntó Benny.

Quaid tuvo que reconocer que incluso este agujero del infierno tenía sus puntos luminosos. Mientras adelantaban a la mujer, se volvió para mirarla a la cara.

Estaba horriblemente deformada. Su hijo tenía el mismo defecto congénito.

¡La oscuridad y la pobreza no eran los únicos males que los azotaban! Quaid se volvió hacia Benny.

– Dígame, ¿por qué hay tantos…?

– ¿Monstruos? -finalizó Benny por él-. Por culpa de los domos baratos, amigo. Y la falta de aire que sirva como protección contra los rayos.

Oh. No cabía duda de que el material de los domos, si era situado adecuadamente, filtraba la radiación solar dañina al tiempo que dejaba pasar la luz inofensiva. Sin embargo, un domo barato lo dejaba pasar todo. Marte se encontraba más apartado del Sol que la Tierra, de modo que la luz resultaba menos intensa; pero, aun así, seguía teniendo componentes dañinos. En la Tierra, la capa de ozono servía para filtrar casi todos los rayos peligrosos. Surgieron problemas cuando el descuido del hombre eliminó ese ozono, y no se hizo nada hasta que los casos de cáncer de piel se quintuplicaron. Eso, finalmente, atrajo la atención de los políticos, que comenzaron a escuchar a los científicos que llevaban décadas advirtiendo del peligro; entonces se decidieron a poner en práctica programas para recuperar la capa de ozono. Fueron muy caros, y tomaron su tiempo, y aún no se había terminado la tarea; sin embargo, los casos de cáncer empezaban a disminuir. Aquí en Marte, era evidente que se trataba de algo más que el cáncer; era un daño genético. Sufrían una tiranía que ni siquiera un sistema social progresista podía aliviar. Era algo inherente a las condiciones del planeta.

¡Si tan sólo hubiera una respuesta sencilla y universal! Un cambio que solucionara todos los problemas de los desvalidos. Pero ése era un sueño poco piadoso.

El taxi aparcó delante de El Último Reducto. Era un antro siniestro, incluso para los cánones que regían aquí.

– ¿Está seguro de que quiere entrar ahí, amigo? Corre el peligro de pillar alguna enfermedad.

¡Una advertencia lógica! A Quaid no le resultaba muy atractivo el lugar. Aun así, ¿dónde debía buscar, si no en el sitio que apuntaba el confuso mensaje?

Quizá tuviera algún sentido. Si la persona equivocada recibía el sobre, veía el anuncio y venía aquí, en busca del buen rato prometido, llegado a este punto se sentiría asqueado y se marcharía. Pero la persona correcta no se dejaría disuadir. De modo que era una buena forma de enviar un mensaje.

– Sé de una casa mucho mejor en la esquina -ofreció Benny-. Las muchachas son limpias, no se rebajan las bebidas y…

– Y el jefe les da una comisión a los taxistas -terminó Quaid.

Benny le miró con expresión de culpa y una amplia sonrisa. Tenía un buen número de dientes en mal estado y dos fundas de oro, una con el dibujo de una luna creciente, la otra con una estrella.

– Eh, amigo, tengo seis hijos que alimentar.

Quaid le dio una buena propina.

– Llévelos al dentista.

Benny se entusiasmó al contar el dinero. Quaid abrió la puerta y salió. Cuando Benny alzó la vista, ya se alejaba del taxi.

– ¡Eh, amigo! -le llamó Benny-. Le estaré esperando. Tómese su tiempo. Recuerde, me llamo Benny.