Entonces la mancha de sangre explotó, arrojando a Quaid hacia atrás por los aires. Un agujero grande apareció en la pared. ¡Había tomado la decisión equivocada! Su mundo de sueños se estaba derrumbando, ¡exactamente de la forma en que el doctor Edgemar le había dicho que sucedería!
En ese momento chocó contra la pared, y cayó atontado al suelo. Cuatro agentes de Marte irrumpieron a través del agujero y le sujetaron.
¡Pero éste no era el fin del sueño! ¡Se trataba de la confirmación de la realidad de Marte! No le habían atacado antes porque intentaban cogerle vivo, con el fin de averiguar lo que sabía. Cuando no cayó en el engaño de la píldora, entraron a la fuerza para prenderle. ¡Encajaba a la perfección!
Tranquilizado, empezó a luchar. Trataban de esposarle, pero le dio con el codo a una mandíbula, dislocó un hombro, y se liberó de ellos a patadas y empujones. Se soltó de un agente que le aferraba el tobillo. ¡No estaban empleando armas, sólo querían abatirle!
Con las manos apoyadas en el suelo para recuperar el equilibrio, trastabilló en dirección a la puerta. ¡Pensaba largarse, y que el sueño se fuera al infierno!
Sin embargo, había alguien delante de él. Alzó la vista. Lori bloqueaba su camino. Oh, de acuerdo. Reemprendió la marcha…, y el pie de ella se aplastó contra su cara.
Se tambaleó, más herido por su odio que por el golpe. ¡No quería volver a pegarle! Ya había sido bastante desagradable allá en la Tierra.
Sólo se detuvo un momento; sin embargo, eso les brindó tiempo a los otros para cogerle y frenarle. Se puso tenso, preparándose para que las cabezas de los dos tipos que le sujetaban los brazos chocaran.
Entonces Lori le pateó los testículos, y el planeta estalló en una onda de dolor. Dejó de resistirse; sólo existían la agonía y la traición de ella. ¡Le había dicho que le amaba!
Como desde la distancia, de algún lugar más allá del radio del dolor, la escuchó hablar:
– Eso es por haberme obligado a venir a Marte. ¡Sabes cuánto odio este jodido planeta!
No, no lo sabía. Había pensado que sólo se trataba de una postura para desalentarle en su deseo de venir hasta aquí. Evidentemente, no todo lo referente a ella había sido una actuación.
Los agentes le esposaron las manos a la espalda. Estaba indefenso. Entonces Lori le lanzó un rodillazo en la cara, haciéndole perder el poco sentido que le quedaba.
Vagamente sintió que le arrastraban por el suelo hacia la puerta. Lori, al final, le había hecho un favor. Le había convencido definitivamente de sus auténticos sentimientos hacia él. Nunca más lograría engañarle. Aunque no creía que tuviera oportunidad de demostrarlo. Perdió el conocimiento.
Lori habló por un teléfono inalámbrico.
– Lo tengo -dijo, sonriéndole al rostro de Richter que apareció en la pantalla.
– Tráelo -indicó Richter.
Lori frunció los labios en un silencioso beso.
– Ciao. -Cortó la transmisión.
19 – Fuga
Richter y Helm esperaban en un coche fuera del Hotel Hilton. Richter cerró el puño con satisfacción. Él hubiera preferido matar al hombre; pero, por lo menos, la zorra había sido capaz de cogerlo con vida, cumpliendo la orden de Cohaagen.
– Tomad el ascensor de servicio -comunicó Richter-. Saldremos a vuestro encuentro.
Helm ya estaba saliendo del coche. Richter le siguió, y los dos corrieron al interior del hotel.
Quaid recuperó el sentido con las percepciones borrosas. Le arrastraban a un ascensor de servicio. Dos clientes y un mozo con un carrito se hicieron a un lado, sin interferir en sus movimientos. Debió de perder la consciencia sólo unos pocos segundos…, el tiempo suficiente para que sus testículos se asentaran en un nivel de agonía soportable.
Le incorporaron mientras aguardaban a que llegara el ascensor. Miró el suelo y no ofreció resistencia; lo único que intentaba era recuperarse por completo. Fijó los ojos en algo agradable. Después de un momento, se dio cuenta de que se trataba de las piernas de Lori. ¡Era una pena que su corazón no estuviera a la altura de su cuerpo!
También se percató de que llevaba una funda con un cuchillo sujeta al tobillo. ¡Ya no le cabía ninguna duda de que era una profesional! ¿Cómo pudo creer en ella alguna vez?
Las puertas del ascensor se abrieron. Brotó una ráfaga de disparos.
¿Eh? ¿Finalmente le habían disparado? No sintió nada.
Entonces, el agente que tenía delante cayó al suelo. El rostro del hombre parecía como un boceto de expresiones de sorpresa. No habían matado a Quaid…, el muerto era el agente. ¿Qué estaba pasando?
En ese momento, una mujer salió corriendo del ascensor. Tenía unas piernas tan atractivas como las de Lori, unos pechos más llenos y un cabello largo y oscuro. Entonces, cuando posó la mirada en su cara, quedó sorprendido. ¡Era Melina!
Melina giró, sin dejar de disparar la ametralladora. En un instante había abatido a los tres agentes que quedaban de pie y cuyas manos estaban ocupadas en Quaid. Logró no darle ni un balazo a éste. O tenía suerte, o poseía una excelente puntería.
Lori se arrojó al suelo, agitó las piernas y derribó a Melina. El arma salió volando por los aires. Lori agarró el cabello de Melina y tiró con tanta fuerza que casi le rompió el cuello. Se enroscó el pelo de Melina alrededor del puño, sujetando con firmeza su cabeza, y le aplastó la cara contra la pared. Una vez. Dos, tres veces. Melina dejó de debatirse. Quaid, que acababa de experimentarlo en carne propia, sabía lo que se sentía.
Se arrastró por encima de los cadáveres de los agentes. Con las manos esposadas a la espalda, arrancó un arma de una mano muerta. Los agentes llevaban pistolas, sólo que, en esta ocasión, no las habían empleado contra Quaid.
Lori extrajo el cuchillo de la funda del tobillo. Lo alzó muy alto, preparándose para clavarlo en el corazón de Melina. Pero se detuvo un instante.
Los ojos de Melina recuperaron el enfoque. Vio el acero que pendía sobre ella.
Era lo que estaba esperando Lori. Sin lugar a dudas, sabía quién era Melina: la mujer de su sueño. Deseaba que Melina viera lo que le aguardaba. Tal vez también deseaba que Quaid lo contemplara. Su intención era herirle de cualquier forma que pudiera, y había encontrado el modo perfecto.
– ¡No lo hagas! -gritó Quaid. No era un ruego, sino una advertencia.
Lori se volvió, y vio que él la tenía encañonada con la pistola. No obstante, también notó que se hallaba contorsionado, con las manos esposadas a la espalda. ¿Podría disparar con precisión desde esa postura?
La actitud de Lori cambió, de esa forma tan camaleónica suya. ¡Evidentemente, ya conocía la respuesta a su puntería!
– Doug… -jadeó-. Tú nunca me dispararías, ¿verdad?
Él mantuvo la pistola apuntada sobre ella.
Lori bajó el cuchillo y juntó las manos en un gesto inocuo.
– Sé razonable, cariño. Estamos casados.
Sí, eso creyó en una ocasión. Sin embargo, ahora conocía la verdad. Era mucho mejor así. El arma no tembló en sus manos.
Lori, con un movimiento sutil, colocó el cuchillo en una posición para arrojarlo, sosteniendo el extremo del acero entre los dedos. Él no tenía ninguna duda de su capacidad para lanzarlo al sitio que deseara. Se había convenido en su blanco principal.
– Considera esto un divorcio -dijo hoscamente.
Lori echó el brazo hacia atrás para lanzar el cuchillo.
Quaid disparó. La bala le dio en mitad de la frente. El cuchillo cayó de sus manos, luego fue Lori la que cayó.
Quizá la hubiera dejado marchar con vida, incluso después de que intentara matar a Melina. Odiaba matar a mujeres. Pero le había demostrado qué tipo de naturaleza tenía hasta el mismo instante final. Toda ella era una agente, tan brutal como cualquiera de los matones, y más peligrosa que la mayoría. Tuvo que hacerlo.