Cierto, pensó Quaid, recordando la escena en el espaciopuerto. Una bala podía conseguirlo con la misma facilidad que una máscara explosiva. El hombre era un idiota de los que disparaban primero, con la misma probabilidad de matar a un inocente que a la persona a la que perseguía. Pero debió de recuperar los sentidos, porque el disparo no llegó nunca.
– Por cierto -jadeó Quaid, como si estuvieran haciendo aquello por pura diversión-. ¿Has oído hablar alguna vez de una compañía llamada Rekall?
– Hubo un tiempo en que fui modelo para ellos. ¿Por qué?
– Sólo me preguntaba. -Las cosas iban ocupando su lugar en su mente, aunque se estuvieran haciendo pedazos en otros aspectos.
Quaid siguió a Melina mientras ésta, con movimientos atléticos, avanzaba a lo largo de las vigas, descendía por tuberías y se balanceaba de un puntal a otro. ¡Quizá su aspecto fuera el de una mujer sensual, pero ahora también era una acróbata!
Sin embargo, las contorsiones de él hicieron saltar el arma que llevaba a la cintura. Quaid no pudo cogerla; lamentándolo, tuvo que contentarse con verla caer. Melina había soltado la suya sobre el techo o la había perdido de una manera similar. Ya no disponían de ningún modo con que devolver los disparos.
Mientras tanto, Richter y Helm descendían por el lado del hotel, una empresa mucho más fácil y corta. ¡Estaban recuperando la distancia!
Quaid y Melina saltaron al suelo cerca de una sólida pared. Richter y Helm aterrizaron casi simultáneamente. Emprendieron la carrera, disparando sus armas.
Quaid miró a su alrededor y no vio ningún lugar en el que ocultarse. Buscó frenéticamente el arma que se le había caído; pero estaba perdida entre la basura que había al pie del domo. En cualquier caso, no disponía de tiempo para continuar la búsqueda. ¡Las cosas se ponían mal para el equipo de casa!
Richter aminoró la velocidad hasta un paso rápido cuando llegó a distancia de tiro. Alzó el arma, apuntando con cuidado. Sonreía con una mueca. ¡Su intención era no hacer prisioneros!
Entonces un coche derrapó en una esquina, interponiéndose entre Richter y Helm. Se detuvo delante de Quaid y Melina.
¡Se trataba de Benny, el taxista vestido como un músico de Jazz!
– ¿Una carrera? -preguntó.
Se lanzaron de cabeza al interior del taxi, cayendo uno encima del otro cuando Benny pisó el acelerador y arrancó con una sacudida de cola.
– ¡Al Último Reducto! -jadeó Melina-. ¡Aprisa!
Richter disparó desde la acera, y la ventanilla trasera del taxi saltó hecha añicos. Quaid empujó a Melina hacia abajo para evitar los volantes trozos de cristal.
– ¡Jesús! -exclamó Benny-. ¿Están en problemas, amigos? -Pisó el acelerador a fondo.
Tras ellos, Richter y Helm subieron a su coche y se lanzaron en medio del tráfico, haciendo sonar sus armas.
Benny dio un volantazo y se metió por el túnel principal.
– ¡Cuidado con lo que hacen, amigos! ¡Tengo seis hijos que alimentar!
Benny dio un pronunciado giro a la izquierda y se metió en un conducto que atravesaba el abismo. El movimiento juntó a Quaid y a Melina. ¡Deseaba poder hacerlo de forma deliberada! Pero, tal como estaba la situación, se separó con cuidado, sin querer producir ningún malentendido.
El pavimento de este conducto era bastante irregular. A medida que el coche avanzaba de segmento en segmento a máxima velocidad, se encendieron bastantes luces y las ruedas produjeron sonidos rítmicos. Calumf, calumf, calumf, transmitidos a través del chasis. El efecto era extrañamente calmante.
– ¿Tiene un arma, Benny? -preguntó Quaid.
– Bajo el asiento, amigo.
Quaid hurgó debajo del asiento delantero y encontró una pistola en una funda oculta. La sacó y le echó un vistazo. Era un arma especial para profesionales, y estaba cargada. ¡Este taxista sí que sabía cómo protegerse cuando la situación lo requería!
Miró hacia atrás. Richter tenía el torso fuera del coche. Captó el resplandor del cañón de un arma. El espejo retrovisor de Benny saltó hecho pedazos. ¡Richter mejoraba la puntería!
Quaid se inclinó fuera de la ventanilla y tomó puntería. La bala dio en el blanco; el parabrisas del coche de Richter se hizo añicos.
El coche dio unos bandazos, aunque no perdió el control. Eso indicaba que no le había acertado al conductor. Una pena. Vio que una mano que empuñaba una pistola quitaba los fragmentos de cristal que aún quedaban en el parabrisas. Luego, el fuego se reanudó desde el interior del coche.
¡Lo único que había conseguido era hacerle más fácil a Richter la tarea de dispararles! En realidad, parecía que el hombre estaba buscando una artillería más pesada. ¿De qué disponía?
Richter abrió fuego. Un guardabarros saltó del coche. Disparó de nuevo. Otra ventanilla voló hecha pedazos. ¡De acuerdo, ya había demostrado que tenía un arma de gran calibre!
Quaid volvió a disparar; sin embargo, su arma no parecía adecuada para la situación. Los dos hombres del otro coche iban agazapados, de modo que no podía lanzar un buen disparo y, a menos que le diera a uno de ellos, no iba a conseguir gran cosa. Parecía que unas protecciones metálicas cubrían las ruedas delanteras, razón por la que el coche era casi invulnerable al daño que le podía infligir su arma. No obstante, ese cañón de Richter…
Richter disparó de nuevo. En esta ocasión, el techo del taxi saltó por los aires.
– ¡Maldita sea! -gritó Benny-. ¡Ni siquiera he terminado de pagar el taxi!
Aún se les avecinaba algo peor. Uno de los neumáticos del coche de Benny reventó cuando tomó una curva. El taxi perdió el control y dio una voltereta, deteniéndose en posición invertida en uno de los arcenes del conducto.
Quaid apenas fue consciente de lo que hacía; probablemente, su personalidad de Hauser había tomado de nuevo las riendas, como hacía siempre en momentos de crisis graves. Se dio cuenta de que cogía a Melina y la envolvía entre sus brazos todo lo posible, tratando de protegerla del impacto.
Antes de que se detuvieran por completo entró en acción.
– ¡Fuera! -ordenó. Se contorsionaron debajo de los asientos suspendidos y salieron por el parabrisas roto-. ¡Aprisa! ¡Aprisa! -les urgió, poniéndose de pie y tirando de Benny y de Melina.
– Oh, Cristo -gruñó Benny-. ¡Ahora van tras de mi!
Los tres echaron a correr, apenas a tiempo. El coche de Richter tomó la curva y se detuvo con un chirriar de frenos. Él y Helm bajaron, y acribillaron el destrozado coche con sus metralletas.
20 – Kuato
El sonido de los disparos debía de haber alertado al encargado del Último Reducto. Mantuvo la puerta abierta mientras Melina, Quaid y Benny entraban en tromba, y la cerró rápidamente tras ellos apenas estuvieron dentro. Quaid se detuvo en seco, momentáneamente confuso ante la escena que lo recibió.
Tony y los otros mineros habían alzado su mesa y, con ella, una sección del suelo. Un agujero boqueaba allí. ¿Era una vía de escape de algún tipo?
Melina sabía exactamente lo que era. Se metió en el agujero y desapareció en la oscuridad. Benny la siguió, lanzando aterradas miradas por encima del hombro. Quaid se arrancó de su inmovilidad y se metió también rápidamente.
Los mineros volvieron a colocar la mesa y reanudaron su partida de póquer justo en el momento en que Richter, Helm y seis soldados entraban a la carga en el bar, dispuestos a todo.
Los jugadores de cartas contemplaron a los hombres armados con una pizca de curiosidad. La escena era tan tranquila y pacífica como un club de bridge una bochornosa tarde de jueves, pero Richter no se dejó engañar. Sabía que aquellas criaturas subhumanas estaban protegiendo al hombre que había matado a Lori y, por esa sola acción, habían puesto en entredicho su derecho a vivir. No le importaba a cuántos de ellos tuviera que matar a fin de conseguir la información que necesitaba.