Melina…
Ya no le cabía duda: ¡cada vez se acercaba más! Sabía que esas tallas no habían sido labradas por el hombre; formaban parte de la estructura alienígena. Ellos las habían colocado allí. ¿Por qué?
¿Podía tratarse de un mensaje dirigido a la humanidad?
Lo estudió. Tanto el hombre como la mujer miraban más allá de la columna, con el interés reflejado en sus rostros. Hauser siguió la dirección de sus ojos. Allí, en la plataforma circular, había una cámara. Tenía, aproximadamente, el tamaño y la forma de un hombre.
Parecía una invitación bastante clara. Podía entrar en la cámara…, ¿y qué pasaría? ¿Lo conservarían para tenerlo como una referencia futura de un espécimen del Homo sapiens? El término significaba «hombre racional»; ¡pero él no estaba seguro de que sería muy racional emprender la acción que le invitaban a tomar!
Sin embargo, si los alienígenas habían estado al corriente de la existencia del hombre, también debían de saber cómo capturar a un espécimen si lo querían. No necesitaban montar una trampa para el alma aventurera que descubriera este oculto lugar.
Observó de nuevo las figuras talladas en la columna. ¿Podía tratarse de unos ejemplos de las muchas criaturas que los alienígenas habían conocido, los machos y las hembras de los sistemas de la galaxia? ¿Una pareja de cada una, como en el Arca de Noé? ¿O se trataba de una especie de monumento para que cada ser que lo visitara se encontrara representado en él?
Pero, ¿por qué?
Miró con mayor atención algunas de las otras figuras. Muchas resultaban indescifrables; no obstante, otras apenas eran reconocibles. Por ejemplo, había una pareja de perfectos Monstruos de Ojos Saltones, del tipo que usualmente se utilizaba en los videocómics para representar la Amenaza Maligna del exterior. Sus ojos saltones miraban hacia… una cámara que, evidentemente, estaba diseñada para contener a uno de ellos.
Una figura parecía un cruce entre una araña gigante y una serpiente pequeña. Seguro que también habría una cámara para ella.
Como en la Tierra no existían esas criaturas, y jamás habían existido, por todo lo que él sabía, los seres que aparecían aquí debían ser viajeros galácticos. ¡Jamás caerían en semejante trampa!
Entonces lo comprendió: ¡comunicación! Debía de tratarse de cámaras de comunicación, cada una para su respectiva especie. Quizá tuvieran un sistema central de telefonía, de modo que los viajeros pudieran llamar a casa o, por lo menos, averiguar dónde se encontraban los servicios locales.
¿Confiaba en los antiguos alienígenas?
¿Qué tenía que perder?
Hauser se acercó a la cámara del hombre y entró.
Se produjo un leve resplandor de luz verde y un medido cliqueteo, como si se activara un motor. Luego…
La galaxia estaba atravesada por líneas de comunicación y comercio…
¡Así que éste era el lugar de donde lo había recordado! La cinta de enseñanza de los alienígenas. Ahora lo tenía en su orden adecuado. Escuchó y observó, no con sus sentidos, sino con su mente.
En el borde de la galaxia, muy alejado aún de las fauces del agujero negro central, el polvo formaba una espiral y nacían nuevas estrellas. Algunas adquirieron sistemas planetarios; otras resultaron adecuadas para el desarrollo de la vida. Algunos de estos planetas «vivos» eran prospectivas para un nuevo comercio, para reemplazar aquellos que se perdían en el interior cuando sus sistemas penetraban en el horizonte de sucesos y se perdían para siempre. La experiencia les había mostrado que el proceso podía ser acelerado presentándoles una tecnología avanzada a los comerciantes incipientes, facilitando de ese modo su desarrollo hasta que se convertían en comerciantes plenos. De esta forma, la red de la galaxia se mantenía a un nivel constante, pese a la incesante pérdida de planetas avanzados. El aspecto y la química de las nuevas especies no importaban; los únicos requisitos eran que fueran capaces de dominar la tecnología avanzada y que la emplearan de un modo positivo.
El curso normal era que una especie comerciante se desarrollara después de varios miles de millones de años de vida en un planeta, siempre que algún cataclismo natural no la borrara de la superficie. Semejante especie podía avanzar desde la primera realización mental como fuerza comercial al viaje interestelar en unos pocos millones de años. Entonces, adquiriría los contactos galácticos y empezaría a realizar el intercambio en unos cientos de años…, siempre que se le proporcionara adecuadamente la tecnología. La posibilidad de que una especie que no recibiera ayuda alcanzara el estado comercial pleno era de una entre diez; aproximadamente la mitad llegaban a destruir sus planetas y, por lo tanto, a sí mismas antes de dar el salto al espacio. Muchas de las que quedaban perdían el interés y se alejaban de la investigación espacial, prefiriendo la seguridad del aislamiento. Sin embargo, las especies que recibían ayuda tenían un 50 por ciento de posibilidades, ya que eran asistidas en la primera oleada de su ambición y lograban completar el proceso antes de destruir su entorno con una guerra, el agotamiento de sus recursos o un accidente.
Sin embargo, esa ayuda tenía sus riesgos. A veces, a una especie que habría sido eliminada por una selección natural (destruyéndose a sí misma), se le permitía sobrevivir. Semejantes especies piratas podían embarcarse entonces en la destrucción de especies legítimas, empleando esa tecnología de una forma negativa en vez de positiva. Las especies piratas tendían a gustar de la conquista por sí misma, incapaces de apreciar las ventajas del intercambio normal. Si se les permitía continuar, tales especies sembrarían el mismo caos en la galaxia que aquél con el que asolaron su planeta madre, y todo culminaría en la destrucción a una escala mucho más amplia.
Sí, pensó Hauser, y la presentación se detuvo en el instante en que expresó su pensamiento privado, dándole tiempo para que asimilara el material a su propia manera. Dale una pistola a un niño, y quizás empezará a dispararle a otros niños. No era algo inteligente.
De modo que se tomaron precauciones, y resultaron efectivas. Una de ellas era exigirle a la especie prospectiva que consiguiera el vuelo espacial por iniciativa propia, antes de que se la ayudara; ello garantizaba que sólo una especie capaz de realizar un esfuerzo bien ejecutado y continuado, de naturaleza adecuada, se beneficiaría de ello. Otra fue la ocultación de la completa naturaleza de dicha ayuda, de modo que una especie poco curiosa jamás se beneficiara de ella. La tercera precaución no se especificaba.
Sin embargo, el tiempo en que se establecía la ayuda y la ejecución de la misma variaba de miles a millones de años. Era posible que no sólo los individuos que plantaban la ayuda, sino toda su especie, hubieran muerto antes de que las especies que las recibían se manifestaran como comerciantes. Una vez que se plantaba la ayuda, jamás se retiraba. No había una segunda oportunidad. Ello hacía que la decisión tomada resultara crítica.
Hauser volvió a reaccionar. ¡Antes de que un hombre le diera una pistola cargada a un niño, debería meditarlo con mucha cautela! En especial, si sabía que no tenía forma alguna de quitársela. Así, podía colocarla en un estante alto de modo que el niño no pudiera llegar a alcanzarla hasta que hubiera crecido; además, podía ocultar su naturaleza, de forma que el niño que no la inspeccionara con suma atención pudiera arrojarla sin haberla usado. Pero el niño que crecía y tenía la inteligencia de comprender la naturaleza de la pistola tenía la posibilidad de descubrir que se trataba de algo muy útil para mantener su hogar a salvo de los ataques.