– ¿El qué?
– A los No'ui. Una especie comerciante alienígena. Prepararon esto para nosotros, para cuando llegáramos a la mayoría de edad. Si es que nos cualificábamos. Y me parece que no damos la talla. Pero… -Se detuvo, recordando algo más-. ¿Sabes algo sobre el ácido hidrazoico?
Ella se concentró, mientras la excavadora avanzaba dando tumbos.
– Es un líquido incoloro, venenoso y altamente explosivo. Una vez llegué a olerlo. ¡Es asqueroso!
– ¿Cómo sería a escala planetaria? Quiero decir, miles de toneladas de ese líquido.
– ¡Supongo que como el infierno! ¿Por qué?
– Los alienígenas…, iban a emplearlo para producir aire. Quiero decir, con agua. Pensaban derretir el hielo y combinarlo…, no lo sé, no soy químico. ¿Tiene algún sentido?
– Yo tampoco soy química, ¡aunque creo que sólo tendría sentido para un alienígena!
– Pero, con una tecnología alienígena avanzada, ¿sería posible? Me refiero, ¿podría descomponerse el ácido hidrazoico y el agua y volver a combinarlos en el aire, empleando lo sobrante para que un reactor nuclear le diera energía a todo?
Ella sacudió la cabeza.
– ¡Tendría que preguntárselo a alguien que supiera más que yo del asunto! Sin embargo, a mí me suena como algo descabellado.
Él suspiró. Quizá fuera descabellado. Pero era algo que también tenía en la mente. Esperaba que los alienígenas supieran lo que hacían.
La perforadora continuaba su avance, llevándolos hasta Cohaagen. Quaid no creía que disfrutara del encuentro.
23 – Peor
A la mañana siguiente, sujetos todavía por grilletes, incómodos, aunque sin haber sido maltratados (para sorpresa de Quaid), fueron llevados a la elegante oficina de Cohaagen. Había supuesto que Richter le golpearía despiadadamente, aunque le hubieran prohibido matarle, y que Melina sería presa de los matones, ya que era una mujer hermosa y desvalida (porque estaba esposada). Sin embargo, les proporcionaron comida y la posibilidad de utilizar las instalaciones sanitarias, y les dejaron solos (aunque vigilados por una cámara) para dormir. Naturalmente, no hablaron, sabiendo que cada palabra que dijeran sería examinada concienzudamente en busca de pruebas que emplear contra los rebeldes. Por lo tanto, fue incómodo; pero no malo.
Ahora sabía que iba a ser malo. Les habían dejado en paz hasta que Cohaagen pudiera interrogarles directamente, y Quaid sabía que el hombre haría todo lo que considerara necesario para conseguir sus fines. Richter era un matón, brutal pero sin imaginación para generar un daño real. Cohaagen, en cambio, era un criminal de guante blanco, menos violento en los modales aunque diez veces más peligroso.
Ve a comunicarle a tu especie…
¿Comunicárselo a Cohaagen? ¡Imposible! El hombre no mantenía los intereses de la especie en la mente, y menos aún los intereses de la galaxia. Lo único que deseaba era aquello que fuera bueno para la Colonia de Marte, tal como él lo definía: en resumen, poder para Vilos Cohaagen. La ciencia de los No'ui representaba un poder más allá del conocido por el hombre; no debía caer en las manos de este mezquino dictador.
De hecho, Quaid estaba dispuesto a resistir una tortura horrible antes que entregar la información. Cohaagen desconocía lo referente al centro de mensajes alienígena; había sido escondido entre el caos de senderos sinuosos, de modo que sólo una persona con una curiosidad y una persistencia especiales lo descubriera. La Resistencia le había encomendado a Hauser la misión de averiguar el sentido del acertijo del artefacto alienígena y, de ese modo, se le motivó; de lo contrario, jamás hubiera mantenido esa persistencia. Además, habiendo descubierto hacía poco tiempo el amor que sentía por Melina, lo hizo por ella, para lograr su confianza y que también le amara. ¡No, no pensaba entregar el mensaje No'ui aquí!
Que comprendan que la elección depende de ellos.
Porque la humanidad tenía que ignorar el artefacto, tal como hiciera hasta ahora, o invocarlo y emplearlo de forma positiva, como era la intención de los No'ui. Si el hombre intentaba usarlo negativamente, se destruiría. Eso era lo que significaba el símbolo de la nova: una nova era una estrella que consumía su energía en poco tiempo, de hecho provocaba una explosión, destruyendo todo lo que había a su alrededor. El complejo alienígena estallaría, quizás activando el ácido hidrazoico que había enterrado debajo del glaciar subterráneo, liquidándose a sí mismo y a la colonia humana al mismo tiempo. Ésa era la elección: usarlo o perderlo. Pero Cohaagen sólo fingiría emplearlo de modo adecuado; en vez de eso, establecería un monopolio científico, empleando el poder no sólo para convertirse en el dictador de Marte, sino de toda la especie humana. Eso era con lo que los alienígenas no habían contado, ya que desconocían la duplicidad. Para olios, algo era o no era; ni siquiera podían comprender el concepto relativamente inocuo de «figurativo». Eran criaturas de mente literal, que salían del huevo con el conocimiento genéticamente codificado, con sus valores ya establecidos.
Dejamos la cuestión en sus manos.
Ésa era la esencia de su conclusión. Le entregaron el mensaje a una persona -la primera que llegó hasta su centro de mensajes-, y confiaban en ella para que hiciese lo correcto. Le habían convertido en su emisario, y pensaba honrar la confianza depositada en él. Quería que la humanidad se convirtiera en comerciante de pleno derecho, una de las especies importantes de la galaxia. Así que pensaba mantener el secreto ante Cohaagen, dejando que el complejo alienígena fuera destruido antes que pervertido. Con ese fin, se hallaba preparado para entregar su vida y la de Melina. Sabía que ella querría que fuera de ese modo. No le contó nada para que no pudiera revelar el secreto.
¡Melina! ¿Y si Cohaagen la torturaba a ella en presencia de Quaid? Cohaagen lo haría, si pensaba que eso sería efectivo. ¿Podría Quaid soportarlo?
Sólo existía una respuesta: tendría que resistirlo.
Quizá tuvieran suerte y Cohaagen no estuviera al corriente de lo que había descubierto Quaid. Después de todo, parecía que antes, cuando preparó el implante de memoria y envió a Quaid a la Tierra, lo ignoraba. El traidor Benny no se enteró de nada, de lo contrario no habría matado a Kuato. Creyó que el único secreto era que el artefacto alienígena producía una atmósfera y cómo activarlo. ¡Eso era lo más insignificante!
Los pensamientos de Quaid se vieron interrumpidos cuando unos hombres entraron en la oficina llevando un cuerpo. Lo arrojaron sobre la mesa de conferencias. Era Kuato, la cabeza encogida que crecía desde el pecho de George.
Cohaagen lo contempló.
– ¡Así que éste es el gran hombre!
Richter y Benny, de guardia al lado de Quaid y de Melina, rieron entre dientes. Estaban satisfechos con lo que habían conseguido. Habían logrado desentrañar el misterio del líder del Frente de Liberación de Marte, destruyéndole a él y a su organización.
Quaid vio que Melina no podía reprimir un gesto de dolor. Aún se culpaba por el colosal error de llevar a Benny a su refugio más secreto. Pero, ¿cómo podía saberlo? Benny había estado de su lado, ayudando a su causa, ayudándoles a escapar de la persecución. Benny era un profesional; con eso estaba todo dicho. Sería mejor culpar a Quaid, o a su aspecto Hauser, por no reconocer a otro profesional cuando lo veía.
Cohaagen examinó con atención la cabeza de Kuato. Hizo un gesto de asco.
– No me extraña que se mantuviera oculto.
Se apartó y les hizo una seña a los matones, que recogieron el cuerpo y se lo llevaron. Otro matón limpió la mesa. Cohaagen era quisquilloso en lo referente a la apariencia; no deseaba que quedara ninguna mancha desagradable.