Se lo dije.
– ¿Te enfrentaste al entrenador?
– Sí.
– ¿Por qué? -preguntó.
– ¿Qué quieres decir con por qué?
– Lo has complicado todavía más. Es un bocazas. Los chicos lo entienden.
– Jack casi lloraba.
– Entonces yo me ocuparé. No necesito tu rollo de macho.
– No iba de macho. Quería que dejara dé molestar a Jack.
– No me extraña que Jack no jugase en la segunda mitad. Su entrenador probablemente vio tu estúpido comportamiento y fue lo bastante listo como para no avivar las llamas. ¿Ahora te sientes mejor?
– Todavía no -dije-, pero después de que le aplaste la cara en el Landmark sí, creo que sí.
– Ni se te ocurra.
– Ya lo has oído.
Ali sacudió la cabeza.
– No me lo puedo creer. ¿Qué demonios te pasa?
– Estaba apoyando a Jack.
– Ése no es tu papel. Aquí no tienes ningún derecho. Tú no eres…
Se interrumpió.
– Dilo, Ali.
Cerró los ojos.
– Tienes razón. No soy su padre.
– No era eso lo que iba a decir.
Lo era, pero lo dejé correr.
– Puede que no sea mi papel, si es que la cosa iba de eso, solo que no iba de eso. Podría haber ido a por ese tipo incluso si lo hubiese dicho de otro chico.
– ¿Por qué?
– Porque está mal.
– ¿Quién eres tú para reprochárselo?
– ¿Reprochárselo? Puedes hacer las cosas bien o hacerlas mal. Él lo hizo mal.
– Es un estúpido arrogante. Algunas personas son así. Es la vida. Jack lo comprende, o lo comprenderá con la experiencia. Eso es parte del crecimiento; tratar con los estúpidos. ¿Es que no lo ves?
No dije nada.
– Si mi hijo resultó tan herido -prosiguió Ali, furiosa a más no poder-, ¿quién te crees que eres para no decírmelo? Incluso te pregunté de qué estabais hablando en la media parte, ¿lo recuerdas?
– Sí.
– Dijiste que no era nada. ¿En qué estabas pensando, en proteger a la viejecita?
– No, por supuesto que no.
Ali sacudió la cabeza y guardó silencio.
– ¿Qué? -pregunté.
– Te he dejado acercarte demasiado a él.
Sentí que mi corazón se hacía añicos.
– Maldita sea -añadió.
Esperé.
– Para ser un tipo maravilloso que por lo general es la mar de perceptivo, a veces puedes ser muy obtuso.
– Vale, quizás no tendría que haber ido a por él. Pero si hubieses estado allí cuando le gritó a Jack que lo hiciese de nuevo, si hubieses visto el rostro de Jack…
– No estoy hablando de eso.
Me detuve; pensé.
– Entonces tienes razón. Soy obtuso.
Mido un metro noventa, Ali es treinta centímetros más baja. Se me acercó y echó la cabeza hacia atrás para mirarme.
– No voy a Arizona para instalar a Erin. Al menos no solo por eso. Mis padres viven allí y sus padres viven allí.
Sabía a quién se refería con «sus»: a su difunto marido, al fantasma que había aprendido a aceptar e incluso, a veces, a abrazar. El fantasma nunca se va. Ni siquiera estoy seguro de si debería, aunque hay momentos en los que desearía que lo hiciese y, por supuesto, pensar eso es una cosa horrible.
– Ellos, me refiero a los abuelos por las dos partes, quieren que nos vayamos a vivir allí. Para tenernos cerca. Tiene sentido cuando lo piensas.
Asentí porque no sabía qué otra cosa hacer.
– Jack y Erin y, diablos, yo también, lo necesitamos.
– ¿Necesitáis qué?
– Una familia. Sus padres necesitan ser parte de la vida de Jack. No pueden soportar el frío allí arriba más tiempo. ¿Lo entiendes?
– Por supuesto que lo entiendo.
Mis palabras sonaron raras incluso a mis oídos, como si las hubiese dicho otro.
– Mis padres han encontrado un lugar que quieren que veamos -dijo Ali-. Está en el mismo edificio que el de ellos.
– Los edificios no están mal -dije, por decir algo-. Los gastos son pocos. Pagas una tasa mensual y ya está.
Ahora fue ella la que no dijo nada.
– Así que para decirlo claro, ¿qué significa eso para nosotros?
– ¿Quieres trasladarte a Scottsdale? -preguntó.
Titubeé.
Ella apoyó una mano en mi brazo.
– Mírame.
Lo hice. Entonces dijo algo que nunca vi venir:
– Lo nuestro no es para siempre, Myron. Ambos lo sabemos.
Un grupo de chicos pasó corriendo junto a nosotros. Uno chocó conmigo y se disculpó. Un árbitro tocó el silbato. Sonó una bocina.
– ¿Mamá?
Jack, bendito sea su pequeño corazón, apareció por la esquina. Ambos nos volvimos para dedicarle una sonrisa. No nos sonrió. Por lo general, no importa lo mal que haya jugado, Jack viene corriendo como un cachorro, con muchas sonrisas y levantando las manos. Es parte del encanto del chico. Pero aquel día no.
– Hola, chico -dije, porque no estaba seguro de qué decir. En muchas ocasiones oigo a las personas en situaciones similares decir: «Un buen partido», pero los chicos saben que es una mentira y que los compadeces y eso les hace sentirse peor.
Jack corrió hacia mí, me rodeó la cintura con los brazos, enterró su rostro en mi pecho y comenzó a sollozar. Sentí que otra vez se me partía el corazón. Permanecí allí, con las manos en su nuca. Ali miraba mi rostro. No me gustó lo que vi.
– Un mal día -dije-. Todos lo tenemos. No dejes que eso te afecte, ¿vale? Hiciste todo lo que pudiste, no se puede pedir más. -Entonces añadí algo que el chico nunca comprendería pero que era absolutamente cierto-: La verdad es que estos partidos no tienen ninguna importancia.
Ali puso las manos en los hombros de su hijo. Él me soltó, se volvió hacia ella y ocultó el rostro de nuevo. Permanecimos así durante un minuto, hasta que se calmó. Di una palmada y me obligué a sonreír.
– ¿Alguien quiere un helado?
Jack reaccionó de inmediato.
– ¡Yo!
– Hoy no -dijo Ali-. Tenemos que hacer las maletas y prepararnos.
Jack frunció el entrecejo.
– Quizás en otro momento.
Esperé que Jack dijese «jooo, mamá», pero quizás él también había percibido algo en su tono. Agachó la cabeza y luego se volvió hacia mí sin decir nada más. Chocamos los nudillos -así era como nos decíamos hola y adiós, el saludo de los nudillos- y Jack fue hacia la puerta.
Ali hizo un gesto con los ojos para que mirase a la derecha. Seguí el gesto hasta el entrenador.
– Ni sueñes pelearte con él.
– Me desafió -respondí.
– Los grandes hombres se apartan.
– Quizás en las películas. En los lugares llenos con polvos mágicos, conejos de Pascua y hadas bonitas. Pero en la vida real, el hombre que se aparta es considerado un cobardica de tomo y lomo.
– Entonces por mí, ¿vale? Por Jack. No vayas a ese bar esta noche. Prométemelo.
– Dijo que si no iba, buscaría satisfacción o algo así.
– Es un bocazas. Prométemelo.
Me obligó a mirarla a los ojos.
Titubeé pero no mucho tiempo.
– Vale, no iré.
Ella se volvió para alejarse. No hubo ningún beso, ni siquiera uno en la mejilla.
– ¿Ali?
– ¿Qué?
El pasillo de pronto pareció muy vacío.
– ¿Hemos acabado?
– ¿Quieres vivir en Scottsdale?
– ¿Quieres que te responda ahora mismo?
– No. Pero yo ya sé la respuesta. Tú también.
3
No estoy muy seguro de cuánto tiempo pasó. Quizás un minuto o dos. Entonces me fui hacia el coche. El cielo estaba gris. La llovizna me mojó. Me detuve por un momento, cerré los ojos y alcé el rostro al cielo. Pensé en Ali. Pensé en Terese en un hotel de lujo de París.
Bajé el rostro, di dos pasos más y fue entonces cuando vi al entrenador Bobby y a sus colegas en un Ford Expedition.
Un suspiro.
Los cuatro estaban allí: el segundo entrenador Pat al volante, el entrenador Bobby en el asiento del copiloto y los otros dos trozos de carne con ojos sentados atrás. Saqué el móvil y apreté la tecla de marcado rápido. Win respondió a la primera.