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– Articule -dijo Win.

Es así como responde siempre, incluso cuando ve con toda claridad en el identificador de llamadas que soy yo, y sí, es cabreante.

– Será mejor que des la vuelta.

– Oh -exclamó Win con la voz de un niño feliz en la mañana de Navidad-, bueno, bueno.

– ¿Cuánto tardarás?

– Estoy al final de la calle. Sospeché que iba a pasar algo así.

– No le dispares a nadie.

– Sí, mamá.

Mi coche estaba cerca del final del aparcamiento. El Expedition me siguió a marcha lenta. La lluvia arreció un poco. Me pregunté cuál sería su plan -sin duda algo estúpidamente chulesco- y decidí seguirle el juego.

Apareció el Jaguar de Win y esperó en la distancia. Yo conduzco un Ford Taurus, también conocido como El Gallinero. Win detesta mi coche. No quiere sentarse en él. Saqué las llaves y apreté el mando a distancia. El coche hizo el típico ruido y se abrieron las cerraduras. Entré. Entonces el Expedition se movió. Aceleró y se detuvo detrás mismo del Taurus para impedirme la salida. Bobby fue el primero en saltar del vehículo; se acariciaba la barbilla. Sus dos colegas lo siguieron.

Exhalé un suspiro y miré como se acercaban por el espejo retrovisor.

– ¿Puedo hacer algo por usted? -pregunté.

– Oí que su chica le metía la bronca -respondió.

– Espiar las conversaciones es de mala educación, entrenador Bobby.

– Me dije que quizás cambiaría de opinión y no aparecería. Así que pensé que podríamos solucionar esto ahora mismo. Aquí.

Bobby acercó su rostro al mío hasta casi tocarlo.

– A menos que sea un gallina.

– ¿Ha comido atún?

El Jaguar de Win se detuvo junto al Expedition. Bobby dio un paso atrás y entrecerró los ojos. Win se apeó. Los cuatro hombres lo miraron y fruncieron el entrecejo.

– ¿Quién demonios es ése?

Win sonrió y levantó una mano como si lo acabasen de presentar en un programa de entrevistas y quisiese agradecer los aplausos del público presente en el estudio.

– Es un placer estar aquí -dijo-. Muchas gracias a todos.

– Es un amigo -expliqué-. Está aquí para nivelar las probabilidades.

– ¿Él? -Bobby rió. El coro lo imitó-. Oh sí, claro.

Salí del coche. Win se acercó un poco más a los tres colegas.

– Le romperé el culo -anunció Bobby.

Me encogí de hombros.

– Le deseo suerte.

– Por aquí hay mucha gente. Hay un claro en el bosque detrás de aquel campo -dijo, y señaló el camino-. Nadie nos molestará allí.

– ¿Tendría la bondad de decirme cómo conoce la existencia de ese claro? -preguntó Win.

– Yo fui aquí al instituto. Allí le rompí el culo a mucha gente. -Sacó pecho mientras añadía-: También fui el capitán del equipo de fútbol.

– Qué guay-dijo Win con un tono monótono-. ¿Puedo llevar su cazadora del equipo en el baile de graduación?

Bobby señaló con un dedo gordo en la dirección de Win.

– Tendrá que usarla para quitarse la sangre si no se calla.

Win intentó con todas sus fuerzas no mostrarse demasiado risueño.

Pensé en mi promesa a Ali.

– Somos dos adultos -dije. Me parecía estar escupiendo vidrio molido con cada palabra-. Tendríamos que ser capaces de evitar llegar a las manos, ¿no le parece?

Miré a Win. Win fruncía el entrecejo.

– ¿De verdad ha utilizado la expresión «llegar a las manos»?

Bobby apareció en mi espacio personal.

– ¿Es un gallina?

Otra vez con la gallina.

Pero soy un gran hombre y los grandes hombres se van. Sí, claro.

– Sí -respondí-. Soy un gallina. ¿Contento?

– ¿Lo habéis escuchado, muchachos? Es un gallina.

Hice una mueca pero me mantuve firme. O débil, todo depende de cómo se mire. Sí, el gran hombre. Ése era yo.

Creo que nunca había visto a Win tan desolado.

– ¿Le importaría mover ahora el coche para que me pueda marchar? -pregunté.

– Vale -respondió Bobby-, pero se lo avisé.

– ¿Me avisó de qué?

Estaba de nuevo en mi espacio personal.

– No quiere pelear, vale. Pero entonces queda abierta la temporada de caza de su chico.

Sentí latir la sangre en mis oídos.

– ¿De qué habla?

– El chico espástico que lanzó a la canasta equivocada será el objetivo durante el resto de la temporada. Si tenemos la oportunidad de que falle, la aprovecharemos. Si vemos una oportunidad para meternos en su mente, la usaremos.

No estoy seguro de si me quedé boquiabierto. Miré hacia Win para asegurarme de que había escuchado bien. Win ya no parecía tan desolado. Se frotaba las manos.

Me volví hacia el entrenador.

– ¿Habla en serio?

– Como la vida misma.

Repasé mi promesa a Ali buscando un agujero. Después de la lesión que acabó con mi carrera en el baloncesto necesité probarle al mundo que me sentía bien. Así que estudié abogacía en Harvard. Myron Bolitar, el estudiante-atleta, el educado e impecable abogado. Me había licenciado en derecho. Eso significaba que podía encontrar agujeros.

En realidad, ¿qué había prometido hacer? Pensé en las palabras exactas de Ali: «Esta noche no vayas al bar. Prométemelo».

Bueno, eso no era un bar, ¿verdad? Era una zona boscosa detrás de un instituto. Claro, podía estar desafiando la intención de la ley, pero no la letra. Aquí lo importante era la letra.

– Pues vamos allá -dije.

Los seis caminamos hacia el bosque. Win prácticamente daba saltos. A unos veinte metros entre los árboles había un claro. El suelo estaba cubierto de colillas y latas de cerveza. El instituto. Nunca cambia.

Bobby ocupó su lugar en el centro del claro. Levantó el brazo derecho y me hizo un gesto para que me acercase. Lo hice.

– Caballeros -llamó Win-, permítanme un momento de su tiempo antes de que ellos comiencen.

Todas las miradas se volvieron hacia él. Win estaba con el segundo entrenador y los otros dos matones cerca de un árbol.

– Creo que sería una negligencia por mi parte -continuó Win- no ofrecerles este importante consejo.

– ¿De qué cono está hablando? -preguntó Bobby.

– No hablo con usted. Este consejo es para sus tres amiguitos. -La mirada de Win recorrió sus rostros-. Quizás se sientan tentados en algún momento de intervenir para ayudar al entrenador Bobby. Ése sería un grave error. El primero que dé aunque solo sea un paso en su dirección acabará hospitalizado. Observen que no he dicho detenido, herido, o siquiera dañado. Hospitalizado.

Todos se limitaron a mirarlo.

– Éste es el final de mi consejo. -Se volvió hacia mí y el entrenador-. Ahora volvamos al asunto que nos ha traído hasta aquí y sigamos con la riña anunciada.

Bobby me miró.

– ¿Este tipo es de verdad?

Pero yo ya estaba metido de lleno en el asunto y eso no era bueno. La furia me consumía. Y eso es un error cuando peleas. Hay que calmar un poco las cosas, evitar que el pulso se dispare, conseguir que la descarga de adrenalina no te paralice.

Bobby me miró y por primera vez vi la duda en sus ojos. Pero en ese momento recordé cómo se había reído, cómo había señalado la canasta equivocada, y lo que había dicho:

«¡Eh, chico, hazlo de nuevo!».

Respiré hondo.

Bobby levantó los puños como un boxeador. Yo hice lo propio, aunque mi pose era mucho menos rígida. Mantuve las rodillas flexionadas, salté un poco. Bobby era un tipo muy grande y el matón local y acostumbrado a intimidar a sus oponentes. Pero estaba fuera de su liga.

Unos rápidos apuntes sobre la pelea. Uno, la regla principaclass="underline" nunca sabes de verdad cómo irá. Cualquiera puede soltar un puñetazo afortunado. Confiarse demasiado es siempre un error. Pero la verdad era que el entrenador no tenía ninguna posibilidad. No digo eso por falsa modestia o por ser repetitivo. A pesar de que los padres en aquellas gradas querían creer en sus entrenadores y sus ligas de tercer grado, superagresivas, los atletas generalmente se gestan en el útero. De acuerdo, necesitas el ansia, el entrenamiento y la práctica, pero la diferencia, la gran diferencia, es la capacidad natural.