– En realidad no.
– Eres tan correcto…
– No -dije. Pensé de nuevo en el dolor del alma en aquella isla-, no lo soy.
– ¿Cómo puedo estar segura?
– De nuevo, talentos ocultos, intento no ufanarme.
– Está bien. Pero déjame que te tranquilice. Rick y yo ya no estábamos juntos cuando nos conocimos.
– Entonces, ¿qué quería tu ex marido Rick?
– Dijo que estaba en París. Que era urgente que viniese.
– ¿A París?
– No, a Six Flags Great Adventure en Jackson, Nueva Jersey. Pues claro que a París.
Ella cerró los ojos. Esperé.
– Lo siento. No era necesario.
– No, me gusta cuando te pones sarcástica. ¿Qué más dijo tu ex?
– Me dijo que me alojase en el Hotel D'Aubusson.
– ¿Y?
– Eso es todo.
Me acomodé en la silla.
– ¿Eso fue todo lo que te dijo? ¿«Eh, Terese, soy Rick, tu ex marido con el que no hablabas desde hace una década, ven a París de inmediato y alójate en el Hotel D'Aubusson, y oh, es urgente»?
– Algo así.
– ¿No le preguntaste por qué era urgente?
– ¿Te estás haciendo el tonto aposta? Por supuesto que se lo pregunté.
– ¿Y?
– No me lo quiso decir. Dijo que necesitaba verme en persona.
– ¿Y tú lo dejaste todo y viniste?
– Sí.
– Después de todos estos años, tú vas… -Me interrumpí-. Espera un momento. Dijiste que estabas oculta.
– Sí.
– ¿También te ocultabas de Rick?
– Me ocultaba de todos.
– ¿Dónde?
– En Angola.
¿Angola? Lo dejé correr por el momento.
– ¿Cómo te encontró Rick?
Apareció el camarero. Traía dos tazas de café y lo que parecía ser un sándwich de jamón y queso sin tapa.
– Los llaman Croque Monsieurs -me explicó.
Lo sabía. Un sándwich de jamón y queso sin tapa, pero con un nombre de fantasía.
– Rick trabajaba conmigo en la CNN -dijo-. Es probablemente el mejor reportero de investigación del mundo, pero detesta estar ante la cámara, así que siempre está fuera de escena. Supongo que me rastreó.
Terese estaba menos bronceada de lo que lo estaba en aquella isla bendecida por el sol. Los ojos azules tenían menos brillo, pero aún veía el anillo dorado en cada pupila. Siempre me han gustado las mujeres de pelo oscuro, pero sus rizos más claros me habían conquistado.
– Bien. Continúa.
– Así que hice lo que me pidió. Llegué aquí hace cuatro días. Desde entonces no he tenido ni una sola noticia de él.
– ¿Lo llamaste?
– No tengo su número. Rick fue muy específico. Me dijo que se pondría en contacto conmigo cuando llegase. Hasta ahora no lo ha hecho.
– ¿Por eso me has llamado?
– Sí. Tú sabes buscar a las personas.
– Si soy tan bueno buscando personas, ¿cómo es que no te pude encontrar?
– Porque no pusiste mucho empeño.
Eso podía ser verdad.
Se inclinó hacia delante.
– Yo estaba allí, ¿lo recuerdas?
Sí, lo recordaba.
No añadió lo obvio. Me había ayudado entonces, cuando una vida muy importante para mí colgaba de un hilo. Sin ella, hubiese fracasado.
– Ni siquiera sabes si tu ex ha desaparecido.
Terese no respondió.
– Bien podría ser que estuviese buscando una pequeña revancha.
Quizás ésta es la idea un tanto retorcida que tiene Rick de lo que es una broma. O quizás, sea lo que sea, no era tan importante. En realidad quizás cambió de opinión.
Siguió mirándome un poco más.
– Si ha desaparecido, no sé muy bien cómo ayudarte. Sí, de acuerdo, puedo hacer algo en casa. Pero estamos en un país extranjero. No hablo ni una palabra del idioma. No tengo a Win para ayudarme, a Esperanza o a Big Cyndi.
– Yo estoy aquí. Hablo el idioma.
La miré. Había lágrimas en sus ojos. La había visto destrozada, pero nunca con ese aspecto. Sacudí la cabeza.
– ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
Ella cerró los ojos. Esperé.
– Su voz -respondió.
– ¿Qué pasa con la voz?
– Rick y yo comenzamos a salir en mi primer año de estudios universitarios. Estuvimos casados durante diez años. Trabajamos juntos casi cada día.
– Vale.
– Lo sé todo de él, todos sus estados de ánimo. ¿Sabes a qué me refiero?
– Supongo.
– Pasamos temporadas en zonas de guerra. Descubrimos cámaras de tortura en Oriente Medio. En Sierra Leona vimos cosas que ningún ser humano debería ver. Rick sabía cómo mantener la perspectiva personal. Siempre se mostraba ecuánime, siempre mantenía sus emociones controladas. Detestaba la exageración que acompaña de forma natural a las noticias en la televisión. Así que he oído su voz en toda clase de circunstancias.
Terese volvió a cerrar los ojos.
– Pero nunca le había escuchado ese tono.
Le tendí la mano sobre la mesa, pero ella no la cogió.
– ¿Como qué? -pregunté.
– Había un temblor que nunca le había oído. Creí… creí que quizás había estado llorando. Estaba más allá del terror; y eso en un hombre al que jamás había visto antes asustado. Dijo que quería que estuviese preparada.
– ¿Preparada para qué?
Ahora había lágrimas en sus ojos. Terese unió las manos como si rezase, con la punta de los dedos apoyados en el puente de la nariz.
– Dijo que lo que iba a decirme cambiaría toda mi vida.
Me eché hacia atrás y fruncí el entrecejo.
– ¿Utilizó esa frase exacta, cambiar toda tu vida?
– Sí.
Terese tampoco era aficionada a la hipérbole. No estaba muy seguro de cómo tomármelo.
– ¿Dónde vive Rick? -pregunté.
– No lo sé.
– ¿Podría vivir en París?
– Podría.
Asentí.
– ¿Se volvió a casar?
– Eso tampoco lo sé. Como dije, no hemos hablado en mucho tiempo.
No iba a ser fácil.
– ¿Sabes si todavía trabaja para la CNN?
– Lo dudo.
– Quizás podrías darme una lista de amigos y familiares, algo con lo que empezar.
– Está bien.
Su mano temblaba cuando cogió la taza de café y se la llevó a los labios.
– ¿Terese?
Ella mantuvo la taza levantada, como si la utilizase para protegerse.
– ¿Qué podría decirte tu ex marido que podría cambiar toda tu vida?
Terese desvió la mirada.
Autobuses rojos de dos pisos circulaban junto al Sena cargados de turistas. Todos los autobuses llevaban el anuncio de una tienda en el que aparece una atractiva mujer con la Torre Eiffel en la cabeza. Tenía un aspecto ridículo e incómodo. El sombrero Torre Eiffel se veía pesado, mal equilibrado en la cabeza de la mujer, sujetado por una delgada cinta. El cuello de cisne de la modelo se torcía como si estuviese a punto de quebrarse. ¿A quién se le había ocurrido que era una buena manera de hacer publicidad de la moda?
Aumentaba el número de peatones. La chica que había arrojado la lata aplastada ahora estaba haciendo las paces con el damnificado. Ah, los franceses. Un guardia urbano comenzó a hacer gestos a una camioneta blanca que obstaculizaba el tráfico. Me volví y esperé a que Terese respondiera. Dejó la taza de café.
– No me lo imagino.
Pero había un tono de ahogo en su voz. Una buena pista si estuviese jugando a las cartas con ella. No me mentía. De eso estaba bastante seguro. Pero tampoco me lo estaba contando todo.
– ¿No existe ninguna posibilidad de que tu ex solo se muestre vengativo?
– Ninguna.
Se detuvo, miró a lo lejos e intentó rehacerse.
Había llegado el momento de dar el gran paso.
– ¿Qué fue lo que pasó, Terese?
Ella sabía a qué me refería. Sus ojos rehuían los míos, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
– Tú tampoco me lo dijiste nunca -respondió.