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– Como puede ver, está demacrada. En este estado, los órganos vitales bajan de rendimiento: el latido del corazón decrece y se vuelve irregular. Ha perdido la mayor parte del cabello por falta de proteínas. El tono macilento de su piel se debe a varias deficiencias vitamínicas. ¿Ve esa capa fina, casi imperceptible, que le cubre la piel? ¿Que casi parece vello corporal? Es lanugo. Suele verse en los casos graves de anorexia. Es la reacción del cuerpo a la pérdida de músculo y de tejido adiposo: una especie de recurso desesperado por mantener la temperatura corporal.

Darby contempló a aquella criatura enfermiza y desamparada tendida en la cama. Pensó en la foto de Terry Mastrangelo e intentó verla con los ojos de su secuestrador: como un objeto, un medio para conseguir un fin. ¿Cuánto tiempo llevaba desaparecida? ¿Y qué había tenido que soportar?

– ¿Puedo usar su linterna?

– Claro -dijo la doctora, sacándola del bolsillo.

Darby examinó el antebrazo izquierdo de la mujer.

Escrita en tinta azul, en letras diminutas sobre la zona de piel que resultaba visible entre vendajes, había una serie de letras y números: 1I R 2D I D 3D R 2D 3I.

Y debajo en tres líneas sucesivas:

2D D R 2I R D D I 3D R

3I 2D R R 2D I D 4D

La cuarta línea resultaba ilegible.

La doctora se acercó.

– ¿Qué diablos es esto?

– A bote pronto diría que son indicaciones: I de izquierda, D de derecha.

– La última letra, o número, o lo que sea… Da la sensación de que estaba escribiendo y tuvo que parar -dijo la doctora-. Quizá fue entonces cuando entró la enfermera.

Darby se había planteado la misma hipótesis.

– Discúlpeme un momento.

Nadie contestaba en Identificación. Darby llamó a Operaciones y cruzó los dedos, con la esperanza de que Mary Beth siguiera en su puesto. Lo estaba.

Pasaría al menos una hora antes de que Mary Beth llegara con su equipo. Darby sacó fotos con la cámara digital para el archivo.

Jane Doe estaba fuertemente sedada, de manera que la doctora se avino a quitarle las correas para que Darby pudiera sacar fotos de más cerca. Examinó el resto del cuerpo de Jane Doe sin hallar ninguna otra muestra de escritura.

– Vendrá alguien del laboratorio para tomar más fotos -dijo Darby cuando hubo terminado-. Tal vez tenga que volver a desatarla.

– Mientras esté sedada no hay problema. Quería preguntárselo antes. ¿Sabe por qué no la atacó a usted?

– Creo que le recordé a alguien. -Darby sacó una de sus tarjetas y escribió el número de teléfono de su casa. Se la entregó a la doctora-. Es mi número privado. Le agradecería que me llamara en cuanto despierte, sea la hora que sea. También dejaré el móvil conectado.

– Cuando encuentre a la persona que le ha hecho esto -dijo la doctora-, espero que tenga la sensatez de retorcerle los huevos a ese hijo de puta.

Capítulo 15

Darby se encargó de todo el papeleo para Mary Beth. Cuando salieron de la UCI, Darby conectó el móvil y comprobó si tenía algún mensaje. Había uno de Sheila, pidiéndole que llamara. Pudo notar en el tono de voz de su madre que estaba preocupada. El segundo mensaje era de Banville.

La batería del móvil estaba prácticamente agotada. Darby encontró una cabina junto a un par de máquinas expendedoras. Al otro lado del pasillo estaba la sala de espera de la UCI, una zona de dimensiones reducidas provista de rígidas sillas de plástico y de revistas arrugadas del sudor. Un hombre con un rosario en las manos observaba el suelo mientras una mujer sollozaba en un rincón, bajo un televisor que emitía un reportaje sobre la guerra de Iraq.

Cuando Banville atendió la llamada, Darby lo puso al día de los últimos acontecimientos.

– Convengo contigo en que las letras suenan a indicaciones -dijo Banville cuando ella hubo terminado de hablar-. Me pregunto cómo encajan los números.

– Podría tratarse de alguna clase de código.

– Y la única persona capaz de descifrarlo sigue sedada.

– Le he pedido a la doctora que me llame en cuanto despierte. Quiero estar presente cuando la interrogues.

– Me parece buena idea. Podría ayudar a que mantenga la calma. Esperemos que despierte pronto.

– Me han dicho que he salido en las noticias.

– Un reportero te filmó cuando te metiste debajo del porche con Jane Doe -dijo Banville-. Apuesto a que nuestro hombre se está poniendo muy nervioso.

– ¿Cómo lo lleva la madre?

– Pues más o menos igual que cualquier otra madre en su misma situación -dijo Banville-. La policía de Lynn fue a la última dirección que se le conoce a Little Baby Cool. Ya no vive allí y, atenta al dato, se le olvidó comunicárselo a su agente de la condicional. Les hablaré de la huella que encontramos.

– Precisamente de eso quería hablarte -dijo Darby, y emprendió la tarea de argumentar los motivos por los que era aconsejable contratar los servicios de un consultor externo.

– Lo tendré en cuenta -dijo Banville.

– La última recogida de FedEx es a las siete. Emmerich dijo que se pondría a trabajar a primera hora de la mañana.

– Es mucho dinero para algo que no sabemos si tendrá resultados.

– ¿Qué querría Carol que hicieras?

– No me había percatado de que trataras con tanta familiaridad a la víctima -dijo Banville-. Seguiremos en contacto.

Darby oyó el zumbido de la línea. Colgó el teléfono con las mejillas enrojecidas. Su atención volvió a posarse en el hombre del rosario.

En un fogonazo se vio a sí misma, con catorce años y un rosario en la mano, mientras recorría la gastada moqueta esperando a que su madre saliera de la UCI donde estaba hablando con el cirujano. Su padre se pondría bien. Big Red había salido de muchas antes; también saldría de ésta. Dios siempre protege a los buenos.

Ahora, a los treinta y siete años, ya no se lo creía.

Darby pensó en su madre, marchitándose en casa, y sintió una desazón fría y vacía agujereándole el pecho mientras se dirigía a los ascensores.

Capítulo 16

Daniel Boyle pasaba las cuentas del rosario entre los dedos mientras veía cómo la investigadora forense, la atractiva pelirroja que había ayudado a Rachel Swanson a salir de debajo del porche, desaparecía al doblar la esquina. Él se había cambiado de asiento cuando ella se puso al teléfono. Había oído buena parte de la conversación y se sintió aliviado al comprobar que la policía había encontrado la huella de la bota que había dejado en el suelo de la cocina.

Cuando la sangre del pasillo fuera procesada en el sistema CODIS, darían con el nombre de Earl Slavick. El FBI buscaba a Slavick por una serie de desapariciones de mujeres que habían empezado en Colorado.

El FBI ignoraba que Slavick residía actualmente en Lewiston, New Hampshire. Cuando Boyle decidió guiar los pasos de la policía hasta la casa de Slavick, sabía que éstos encontrarían unas botas Ryzer, del número cuarenta y seis, en el armario del despacho de Slavick, junto con algunas pruebas más que lo relacionaban con las desapariciones de varias mujeres de Nueva Inglaterra.

No obstante, a Boyle le preocupaba el tema de la escritura del brazo de Rachel. Él tenía una idea del significado de aquellos números y letras, pero sabía que la policía no lograría desentrañarlo a menos que Rachel despertara y empezara a hablar.

Boyle sabía que Rachel ya se había despertado una vez y que había atacado a una enfermera. Si volvía a despertarse, si conseguían estabilizarla durante el tiempo suficiente para introducir en su cuerpo medicamentos antipsicóticos, podría explicar a la policía lo que le había pasado a ella y al resto de mujeres del sótano.

Boyle aún se preguntaba cómo había escapado Rachel. Los dos pares de esposas eran buenos y firmes, y seguía amordazada cuando él se fue a buscar a Carol. Y Rachel estaba enferma. No podía ir a ninguna parte.