Boyle pensó entonces en la investigadora forense, la pelirroja. Nunca había secuestrado a ningún miembro de las fuerzas del orden. Ésta era, sin duda, una luchadora. Como Rachel.
La puerta del ascensor se abrió. Boyle se metió las manos en los bolsillos; sus dedos palparon los bordes de las bolsas de plástico que contenían los trapos con cloroformo. Siempre las llevaba encima, por si acaso decidía secuestrar a alguien de improviso; y siempre llevaba una bolsa en cada bolsillo desde aquella noche, años atrás, en que secuestró a una adolescente en casa de la amiga que lo había visto en el bosque…
Se paró. Aquel pelo rojo, aquellos relucientes ojos verdes… No, no podía tratarse de la misma persona.
Boyle desechó la idea. Tendría que esperar hasta que llegara a casa. Se concentró en imaginar todas las cosas maravillosas que podría hacer en el sótano con Jennifer Montgomery.
Capítulo 17
Darby aparcó detrás del coche patrulla que había estacionado frente a la casa de los Cranmore. Una extraña calma reinaba en la calle. Había esperado verla convertida en un circo de medios de comunicación.
– ¿Dónde están todos? -preguntó Darby al patrullero que estaba al volante.
– En el centro, en la conferencia de prensa. La madre también ha ido.
– Voy a echar un vistazo.
– Grite si necesita algo.
Durante la noche anterior y gran parte de la mañana había dedicado su tiempo a procesar la casa y el espacio de debajo del porche. Había examinado la zona exterior que rodeaba la construcción con una linterna y no había encontrado nada.
Sin embargo, mientras observaba el suelo y los arbustos, una parte de ella seguía albergando la secreta esperanza de hallar alguna prueba que les hubiera pasado por alto y que supusiera la clave del caso. Tras dos vueltas completas, lo único que había logrado a cambio de sus esfuerzos era embarrarse las botas y el dobladillo del pantalón.
De pie en la calzada, junto al coche del novio, dejó escapar un suspiro de frustración. La luz del crepúsculo teñía de un rojo oscuro e intenso las ventanillas y los charcos.
«De acuerdo, sabemos que llegaste a la calzada y que luego entraste en la casa. Lo más probable es que usaras una llave porque no había ninguna señal de que forzaras la puerta. Disparaste contra el novio, capturaste a Carol, y se produjo una breve pelea en la cocina. Aunque era tarde, y aunque llovía mucho y retumbaban los truenos, no podías arriesgarte a sacarla de casa si ella gritaba y se resistía porque podía atraer la atención de algún vecino, así que la dejaste inconsciente antes de salir. Te echaste a Carol encima del hombro: así tenías más libertad de movimientos y las manos libres. Corriste escalera abajo hacia la furgoneta. Utilizas una furgoneta porque así puedes transportar uno o más cuerpos sin problemas. Abriste las puertas de atrás y metiste a Carol dentro, al lado de Jane Doe…, sólo que ésta no estaba allí.»
Darby imaginó al secuestrador de Carol corriendo por la calzada, preso del pánico, abriéndose paso entre la cortina de lluvia mientras buscaba a Jane Doe.
¿Hasta dónde la había buscado? ¿Y durante cuánto tiempo? ¿Dio una vuelta en la furgoneta para ver si la encontraba? ¿Qué le llevó a desistir y volver a casa?
Otra idea la asaltó de pronto y la impulsó a sacar el cuaderno y el bolígrafo que llevaba en el bolsillo de la camisa. ¿Y si hubiera permanecido por allí y hubiera visto cómo Jane Doe salía del porche? ¿Y si había seguido a la ambulancia? Anotó: recordar a Banville que debe incrementar el número de agentes para protección de Jane Doe.
Darby se preguntó por la reacción del intruso al enterarse de que Jane Doe había estado a sólo unos metros de distancia, escondida detrás de los cubos de basura que había bajo el porche.
¿Por qué estaba Jane Doe en la furgoneta?
Posible respuesta: él planeaba deshacerse de ella porque estaba enferma.
Pero ¿dónde iba a arrojar el cadáver?
No, no lo arrojaría en ninguna parte. Lo enterraría donde no pudieran encontrarlo. ¿El plan consistía en secuestrar a Carol en primer lugar y después enterrar a Jane Doe en algún sitio de Belham?
Demasiado arriesgado. ¿Y si Carol despertaba? Ahora que la tenía en su poder, querría llevarla a su casa.
Quizás hubiera cambiado de idea sobre enterrar a Jane Doe y tomar la decisión de secuestrar a Carol.
Darby se dirigió hacia el porche. La pequeña puerta blanca estaba sellada con cinta aislante. Apretó la frente contra la fría madera húmeda.
«Esta vez le engañé de verdad, Terry. Sabía lo que pensaba hacerme en cuanto me subió a la furgoneta y estaba preparada.»
Oyó el ruido de una portezuela de coche al cerrarse y vio a Dianne Cranmore andando por la calzada, con la foto enmarcada de su hija en una mano.
Dianne Cranmore aún no había cumplido los cuarenta, llevaba el pelo teñido de rubio y su cara, más bien redonda, presentaba un exceso de maquillaje. Le recordaba a las mujeres que había visto alguna vez en los mejores bares de Boston, mujeres de Chelsea y Southie que se esforzaban por parecer encantadoras y sofisticadas mientras iban a la caza del hombre que pudiera sacarlas de sus penosos empleos y de sus aún más penosas vidas.
La madre de Carol vio la identificación que Darby llevaba colgada del cuello.
– Usted pertenece al laboratorio forense -dijo ella.
– Sí.
– ¿Puedo hablar un minuto con usted? -La mujer tenía los ojos hinchados y enrojecidos de llorar.
El agente con quien Darby había hablado antes estaba ahora de pie en la calle.
– Señora Cranmore, ¿por qué no…?
– No pienso moverme de aquí -dijo la madre de Carol-. Quiero hacerle unas preguntas. Tengo derecho a saber qué está pasando… Y no vuelva a decirme que no. Estoy empezando a hartarme de la manera en que me dan largas.
– Está bien -dijo Darby dirigiéndose al agente-. ¿Por qué no nos concede un minuto?
El agente se ajustó la gorra y se alejó.
– Gracias -dijo la madre de Carol-. Por favor, cuénteme qué novedades hay en el caso de mi hija.
– Estamos llevando a cabo una concienzuda investigación.
– Lo que, en jerga policial, significa que no va a contarme una mierda. Mi hija ha desaparecido. Mi hija. ¿Eso no significa nada para ustedes?
– Señora Cranmore, estamos haciendo todo lo posible para encontrar…
– Por favor, por favor, por favor, no vuelva a empezar con esa cantinela. Llevo veinticuatro horas oyendo lo mismo. Todo el mundo está trabajando mucho, todo el mundo está siguiendo rastros… Sí, ya lo sé todo. He respondido a todas sus preguntas y ahora me toca a mí. Puede empezar por contarme qué sabe de la mujer que encontraron debajo del porche.
– Le sugiero que hable con el inspector Banville…
– ¿Y qué pasará cuando mi hija esté muerta? ¿Entonces alguien hablará conmigo?
A Dianne Cranmore se le quebró la voz. Apretó la foto de su hija contra su pecho.
– Entiendo cómo se siente -dijo Darby.
– ¿Tiene hijos?
– No.
– En ese caso, ¿cómo puede plantarse aquí y decirme que entiende lo que estoy pasando?
– Supongo que tiene razón -dijo Darby-. No puedo ponerme en su lugar.
– Cuando tienes hijos el amor que sientes por ellos es… Es más amor del que cabe en un corazón. Es como si fuera a explotarte en el pecho. Así es cómo una se siente. Y es mil veces peor cuando te preguntas si están heridos, si están pidiendo a gritos que vayas a ayudarlos. Pero usted no lo sabe. Para ustedes es sólo un trabajo. Cuando la encuentren muerta, todos volverán a sus casas. ¿Y yo qué? Dígame, ¿qué haré yo?