Darby no sabía qué decir, aunque tenía la sensación de que debía añadir algo.
– Lo siento.
La madre de Carol ya no la oyó. Había dado media vuelta y se había ido.
Capítulo 18
Tina, la enfermera que atendía a Sheila, estaba ocupada preparando una bandeja con comida cuando Darby entró en la cocina de su madre.
– ¿Cómo está?
– Ha tenido un buen día. Muchas amigas llamaron para decirle que te habían visto por la tele. Yo también lo vi. Entrar bajo aquel porche fue un acto de gran valor.
Darby recordó el día en que su madre le dio la noticia del diagnóstico, el modo en que Sheila la sostuvo, con brazos firmes y recios como acero, mientras Darby se desmoronaba.
El médico había detectado el tumor en un chequeo rutinario. El cirujano de Boston extirpó un buen pedazo del cáncer de piel de su brazo, así como numerosos nodulos linfáticos. Pero no pudo alcanzar el melanoma que ya se le había instalado en los pulmones.
Sheila había rechazado la quimioterapia porque sabía que no le serviría de nada. Dos tratamientos experimentales habían fracasado. Ahora sólo era una cuestión de tiempo.
Darby soltó la mochila sobre una silla de la cocina. Amontonadas junto a la puerta trasera había dos cajas de cartón llenas de ropa doblada con cuidado. Distinguió un suéter rosa de cachemira. Darby se lo había regalado a su madre la Navidad pasada.
Darby sacó el suéter y se vio asaltada por el recuerdo de su madre, inmóvil ante el armario de Big Red. Era un mes después del funeral. Sheila, conteniendo las lágrimas, había palpado una de las camisas de franela y luego había retirado la mano, como si algo la hubiera mordido.
– Tu madre ha estado haciendo limpieza de armarios -dijo la enfermera-. Me pidió que dejara esto en St. Pius de camino a casa. Para sus obras benéficas.
Darby asintió. Sabía que empaquetar la ropa era la manera que tenía su madre de ayudarla a sobreponerse a su dolor.
– Yo los llevaré -dijo Darby.
– ¿Estás segura? No me importa hacerlo.
– Paso por delante de St. Pius de camino al trabajo.
– Antes de dejar la ropa no estaría mal que revisaras los bolsillos. He encontrado esto.
La enfermera tendió a Darby la foto de una mujer pálida y pecosa, de pelo rubio y bonitos ojos azules, tomada en lo que parecía ser una merienda campestre.
Darby no tenía ni idea de quién era. Dejó la foto sobre la bandeja de su madre.
– Gracias, Tina.
Sheila estaba sentada en la cama, leyendo la última novela de misterio de John Connolly. Darby dio las gracias mentalmente a la luz suave que daban las lamparitas; hacía que la cara de su madre pareciera menos demacrada, menos enferma. El resto de su cuerpo estaba oculto bajo las mantas.
Darby colocó la bandeja en el regazo de su madre, con cuidado de no tocar la vía que le suministraba morfina.
– Me han dicho que has pasado un buen día.
Sheila cogió la foto.
– ¿Dónde la has encontrado?
– La encontró Tina en el bolsillo trasero de unos tejanos que dejaste para donar. ¿Quién es?
– Es Regina, la hija de Cindy Greenleaf -dijo Sheila-. Regina y tú solíais jugar juntas de pequeñas. Creo que tenías unos cinco años cuando se mudaron a Minnesota. Cindy me felicita cada año por Navidad con fotos de Regina.
Sheila tiró la foto a la papelera y posó la mirada en la pared de detrás del televisor.
Después de saber el diagnóstico, Sheila había cogido todas las fotos de la planta baja y algunas más de los álbumes, las había hecho enmarcar y las había colgado justo en esa pared, para poder verlas desde la cama.
Aquellas fotos hicieron que Darby recordara la pared que había frente al cuarto de Carol Cranmore. Darby pensó entonces en la madre de Carol, en sus palabras: tener hijos implicaba más amor del que tu corazón podía resistir. Darby siempre había oído que el amor hacia un hijo era absoluto e inquebrantable; te poseía hasta la tumba.
– La mujer que encontrasteis debajo del porche parece haber pasado hambre -dijo Sheila.
– Si la vieras de cerca, te asustarías. Tenía cicatrices y cortes por todo el cuerpo, además de llagas.
– ¿Qué le pasó?
– No lo sé. Aún no sabemos quién es o de dónde ha salido. Está ingresada en el Mass General. Ahora mismo sigue sedada.
– ¿Te han dado un diagnóstico?
– Tiene sepsis.
Darby le contó a su madre la conversación mantenida con la doctora de Jane Doe y lo que había sucedido en el hospital.
– La tasa de supervivencia de la sepsis depende de varios aspectos: el estado general de salud del paciente, la eficacia de los antibióticos contra la infección y el sistema inmunológico del enfermo -dijo Sheila-. Con lo que me has dicho sobre la baja presión sanguínea de Jane Doe, y sobre el funcionamiento de algunos de sus órganos, diría que es probable que sufra un shock séptico. La doctora tiene ante sí un reto peliagudo, intentando tratar la sepsis mientras la mantiene sedada.
– Así que el pronóstico no es muy favorable.
– Me temo que no.
– Espero que consiga despertar. Podría saber dónde está Carol… La adolescente desaparecida: Carol Cranmore.
– Lo he visto en las noticias. ¿Alguna pista?
– La verdad es que no muchas. Con un poco de suerte daremos pronto con algo.
Suerte… Darby sabía que no podía confiarse en eso, y notaba que sus nervios estaban a punto de ceder ante la presión.
Se sentó en la vieja butaca reclinable de su padre. La habían subido de la planta baja y colocado junto a la cama de Sheila para que ella pudiera dormir allí.
Al principio Darby había querido pasar las noches con ella por si despertaba y necesitaba algo. Ahora quería hacerlo para poder abrazar a su madre cuando llegara el momento de la despedida.
– Me he encontrado con la madre de Carol hace una hora -dijo Darby-. Hablar con ella, ver por lo que está pasando, me hizo pensar en la madre de Melanie. ¿Te acuerdas de la primera Navidad después de la desaparición de Mel? Tú y yo íbamos en coche, de camino al centro comercial o algo así, y vimos a los padres de Mel, en la calle, ateridos de frío, clavando una foto de Mel a un poste telefónico de East Dunstable Road.
Sheila asintió; su pálido rostro se contrajo ante el recuerdo.
– Toda la ciudad sabía lo de Victor Grady, y a pesar de eso los padres de Mel estaban allí, muertos de frío, negándose a abandonar las esperanzas… o a aceptar la verdad -dijo Darby-. Te pedí que pararas el coche, pero tú no lo hiciste.
– No quería que sufrieras más. Ya habías sufrido bastante.
Darby recordó haber mirado por el espejo retrovisor: la señora Cruz se protegía contra una ráfaga de aire y cogía con fuerza las fotos de Mel para evitar que salieran volando. La madre de Melanie fue disminuyendo de tamaño a ojos vista hasta desaparecer. En ese momento, Darby habría querido apearse del coche e ir a ayudarlos.
¿El amor de Helena Cruz por su hija seguía siendo tan intenso ahora, dos décadas después? ¿O había aprendido cómo sofocarlo, convertirlo en algo menos afilado, más fácil de sobrellevar?
– No podías hacer nada por ayudarlos -dijo Sheila.
– Lo sé. Sé que me culpaban de lo que le pasó a Mel… Supongo que aún lo hacen.
– Lo que le pasó a Melanie no fue culpa tuya.
Darby asintió.
– Ver la mirada de los ojos de la madre de Carol… Me desespera no poder ayudarla.
– La estás ayudando.
– No parece que estemos haciendo lo suficiente.
– Eso siempre es así -dijo Sheila.
Capítulo 19
Daniel Boyle abrió la puerta del sótano y rodeó el escritorio, pasando por delante de las pantallas de ordenador y de los maniquís vestidos con los trajes que él se ponía. Lo que andaba buscando estaba en la habitación contigua. Sacó las llaves y abrió el archivador. Las carpetas estaban dispuestas en orden cronológico, empezando con los proyectos más recientes para que pudiera acceder a ellos con facilidad. Los más antiguos estaban en el cajón inferior. El archivo marcado con el nombre de BELHAM era de los últimos.