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«Y si él está escuchando en este momento, lo oirá y sabrá que hemos encontrado el micrófono.»

Darby se levantó; le temblaban las piernas. Corrió de nuevo hacia la habitación de Carol.

Capítulo 26

Encontró un segundo micrófono debajo de la cama de Carol, prendido al armazón. Como el primero, esta unidad estaba colocada de tal modo que resultaba imposible ver la marca o el número de serie.

Dos aparatos de escucha. Darby se preguntó cuántos más habría en la casa.

Este hallazgo le llevó a pensar en otra cuestión: si el secuestrador de Carol se había tomado la molestia de instalar micrófonos dentro de la casa, ¿controlaba también la emisora de la policía y los móviles? Radio Shack vendía escáneres policiales, y las frecuencias de los móviles eran fáciles de captar si se disponía del equipamiento adecuado.

Coop estaba en la cocina. Ella atrajo su atención, se llevó un dedo a los labios y luego escribió su descubrimiento en un pedazo de papel.

Él asintió y empezó a registrar la cocina. Darby salió a la calle.

Los sabuesos y sus amos registraban el bosque, sus ladridos resonaban en la noche cálida. De pie en el porche, ella marcó el número de Banville mientras veía cómo un hombre cojeaba hasta llegar a un poste telefónico y grapaba en él una foto de Carol. Se preguntó si el secuestrador de Carol estaría ahora en su coche, escuchando.

Darby recordó el equipo de control que los federales habían usado en un caso en el que ella y Coop habían trabajado el año anterior. El equipamiento era grande y pesado. Si el secuestrador de Carol usaba algo similar, debía de tenerlo instalado en algún lugar como la parte trasera de una furgoneta.

Banville contestó a la llamada.

– ¿Dónde estás? -preguntó Darby.

– Volviendo de Lynn -dijo Banville-. Esta mañana recibí una llamada con información sobre LBC. Ha estado viviendo en casa de su novia los dos últimos meses. Calza un cuarenta y dos, no tiene botas y dispone de dos testigos que jurarán que LBC estaba con ellos la noche del secuestro de Carol Cranmore. Creo que podemos tacharlo de la lista. Hemos detenido a todos los pedófilos locales. Ahora están en comisaría.

– ¿Cuánto tardarás en llegar a Belham?

– Ya estoy aquí. ¿Pasa algo?

– Dime dónde estás.

– Tomando un café en Max's, en Edgell Road.

Darby conocía el lugar.

– No te muevas. Me reúno contigo dentro de diez minutos.

Antes de marcharse entró a ver a Coop. Darby decidió acudir a su cita con Banville a pie; con todo ese tráfico llegaría antes que en coche y le concedería la oportunidad de poner en orden las ideas.

Daniel Boyle estaba al otro lado de la calle: vio cómo Darby McCormick se alejaba andando de Coolidge Road, cabizbaja y con las manos embutidas en los bolsillos del anorak. Se preguntó adónde iría.

Durante la última hora, mientras empapelaba las casas vecinas colocando los carteles bajo los limpiaparabrisas y dentro de los buzones, había estado escuchando los movimientos de Darby y de su acompañante por los cascos. El iPod que llevaba en el bolsillo era en realidad un receptor de seis canales que le permitía pasar de un micrófono a otro de los seis que había colocado en la casa.

Había oído la conversación que Darby y su colega habían mantenido en el cuarto de Carol. Después de que su compañero se fuera, ella había rondado un rato más por la habitación, abriendo cajones, antes de dirigirse al dormitorio de la madre. Había oído mucho movimiento por allí, sobre todo cerca del estante inferior de la librería donde él había colocado uno de los micrófonos.

Luego Darby había vuelto a la habitación de Carol, donde había pasado una media hora antes de bajar a la cocina. No había hablado con su colega. Unos minutos después ella salía al porche para hacer una llamada.

¿Por qué tenía que salir para usar el móvil? Si había encontrado algo interesante, alguna prueba nueva, ¿por qué no efectuar la llamada desde la casa? ¿Por qué había preferido salir?

Boyle había colocado los micrófonos en lugares estratégicos donde nadie debía buscar. ¿Los había encontrado?

Era obvio que había descubierto algo. Al hablar por teléfono parecía nerviosa o excitada, y no dejaba de mirar a un lado y a otro de la calle, como si supiera que él andaba cerca, mezclado con el resto de voluntarios. Le había visto andar cojeando hasta el poste telefónico y colgar un cartel. Había optado por la cojera porque quería seguir en las proximidades de la casa. El poli que repartía los carteles no le había puesto ninguna objeción.

Boyle vio a Darby tomar Drummond Avenue. Habría querido seguirla para ver adónde iba.

No. Era demasiado arriesgado. Ella le había visto. Debía marcharse para estar a salvo.

Boyle conectó el receptor de los micrófonos que había colocado en la cocina y fue cojeando hasta su coche. Lo único que oyó fue el eco de pisadas.

La recepción del iPod se debilitó. El receptor del coche tenía una banda más amplia. Sin duda, la policía buscaba una furgoneta, así que había optado por usar su adquisición más reciente, un viejo Aston Martin Lagonda, el mismo coche que había llevado su padre-abuelo. El motor y la transmisión del vehículo eran nuevos, pero el exterior pedía a gritos una capa de pintura. El esmalte había empezado a saltar en varios puntos, sobre todo alrededor de las manchas de óxido.

Boyle cogió su nueva BlackBerry. Richard se la había dado la noche anterior. El teléfono estaba equipado con tecnología encriptada, a salvo de ser interceptado por la policía o por cualquiera que intentara escuchar mediante un escáner. El teléfono robado había sido reprogramado para que la compañía telefónica no pudiera rastrear las llamadas.

– ¿Qué hace Darby?

– Sigue andando -respondió Richard-. Me pregunto si encontró los micrófonos que escondiste en la casa.

– Lo mismo me preguntaba yo. ¿Qué quieres hacer?

– Creo que deberíamos presuponer que los ha encontrado. ¿Dónde los compraste?

– En ningún sitio. Son caseros.

– Bien, así no podrá seguir su pista. ¿Tienes más?

– Sí.

– Deberíamos dejar algunos en casa de Slavick.

– ¿Aún quieres seguir adelante con el plan?

– Sin ninguna duda -dijo Richard-. Hay que echar el anzuelo. Luego te llamo.

Boyle arrancó el coche y se alejó del tumulto hasta encontrar una calle tranquila.

Veinte minutos más tarde iba conduciendo por un barrio más pijo. Allí no había coches aparcados en la calle, ni madres sentadas en los porches. Este barrio tenía bonitos jardines y casas pintadas con gusto.

Mientras Boyle examinaba los edificios, recordó que no estaba tan lejos de donde vivía Darby. Se preguntó si su madre seguiría viviendo allí. Era fácil de averiguar.

Allí estaba, la casa de color blanco. La puerta de detrás de la reja estaba abierta. Había alguien en casa.

Boyle fue hasta el final de la calle. Se puso guantes y sacó el paquete postal de debajo del asiento. Bajó la ventanilla, dio media vuelta y arrojó el paquete sobre los blancos peldaños de la casa blanca.

Al tomar la autopista Boyle se sintió relajado, al mando de la situación. El plan estaba en marcha. Ahora lo único que necesitaba era conseguir un camión de FedEx o de UPS, y un cadáver.

Capítulo 27

Darby encontró a Banville tomando un café en uno de los reservados de vinilo rojo, al fondo del local. No había nadie más cerca de él. Pegado a la ventana que daba al pequeño aparcamiento había uno de los carteles impresos con la foto de Carol Cranmore.

– He encontrado micrófonos en casa de Carol -dijo Darby después de sentarse-. No creo que lleven mucho tiempo, ya que no hay polvo en ninguno.

– ¿Has dicho micrófonos? ¿Cuántos has encontrado?