Выбрать главу

– De momento cuatro: uno en el dormitorio de la madre, otro en el de Carol, y otros dos encima del armario de la cocina. Ignoro la marca y el modelo de los aparatos. Lo más probable es que esa información aparezca en la parte trasera y no puedo examinarlos porque están sujetos con velcro. No hay forma de arrancarlos sin hacer ruido.

– Y si lo hacemos y él está a la escucha sabrá que los hemos encontrado.

– Ese es el problema. Si intento arrancarlos, nos oirá; si busco huellas, el cepillo hará ruido y también se enterará. Además, en el caso de que encontrara una huella, tendría que transferirla para poder procesarla.

»El otro problema es la fuente de energía -dijo Darby-. Funcionan con pilas. No puede tenerlos en marcha todo el día, así que hay muchas posibilidades de que use un control remoto. Así puede encenderlos y apagarlos para que la pila no se gaste. Si dispusiera de la marca y el modelo del aparato, podría introducirlo en el Google y averiguar sus características concretas. Esto nos daría una idea de la duración de las pilas, si es que funcionan por control remoto, y de la amplitud de onda. Algunos cubren un radio de ochocientos metros, y casi todos pueden transmitir a través de paredes y ventanas con claridad meridiana.

– ¿Cómo sabes tanto de micrófonos?

– Uno de los primeros casos importantes en los que trabajé tenía relación con la mafia. Gracias a los federales hice un cursillo rápido sobre aparatos de escucha. A juzgar por lo que vi en la casa, dudo que éstos sean tan sofisticados. Incluso podrían ser de fabricación casera.

– Es curioso que menciones a los federales. Esta mañana he recibido un mensaje de la oficina de Boston. El especialista en perfiles de la ciudad quiere hablar conmigo.

– ¿Qué quería?

– Aún no he hablado con él.

– Creo que nuestro hombre sacó a Carol de la casa y la metió en el maletero de una furgoneta. Pero, cuando abrió las puertas, descubrió que Jane Doe no estaba allí. La buscó, no pudo encontrarla, y en algún momento decidió que debía marcharse. Pero antes volvió a entrar y colocó los micrófonos en puntos estratégicos para poder oír cómo procesábamos el lugar. Tengo casi la certeza de que anoche nos estuvo escuchando. ¿Cuánta gente hay destinada a la protección de Jane Doe?

– De momento sólo un agente.

– Incrementa la vigilancia. Y asegúrate de que comprueban la identidad de todas las personas que entran en la UCI.

– Ya estoy en ello. La prensa sabe que está ingresada en el Mass General. Emitieron un reportaje en directo desde la puerta del hospital. Apareció en todos los noticiarios.

– ¿Y Jane Doe?

– A las nueve de esta mañana seguía sedada.

– Creo que no estaría de más que alguien confeccionara una lista con los nombres de los voluntarios que están colaborando en la búsqueda de Carol Cranmore. Comprobar las matrículas por si hay alguien de fuera de la ciudad. ¿Ha habido suerte en relación con la familia de Terry Mastrangelo?

– Estamos trabajando en ello. -Banville dejó la taza en el plato-. En cuanto a los micrófonos, ¿tienes idea de la clase de equipo de control que podría usar ese tipo?

– En función de la fuerza de frecuencia del micro, podría ser algo tan simple como un receptor de FM. He oído hablar de receptores camuflados en walkmans, pero en esos casos la onda es muy reducida. Si usara algo parecido tendría que hallarse cerca de la casa. Para escuchar a mayor distancia se necesita un equipo más sofisticado, trastos grandes que no son fáciles de disimular.

– Así que en estos momentos nuestro hombre podría estar en las inmediaciones de la casa de los Cranmore sentado en su furgoneta.

– Por favor, no me digas que estás pensando en mandar coches patrulla a peinar la zona -dijo Darby.

Si el secuestrador de Carol se percataba de que los agentes paraban a los coches, no vacilaría en largarse de la zona. El pánico podría inducirle a matar a Carol.

– No te niego que es tentador, pero sería demasiado arriesgado -dijo Banville-. No, pensaba en cómo podríamos aprovecharnos de esto.

– ¿Una trampa?

– Da la impresión de que tienes algo en mente.

– Primero tenemos que averiguar la onda de emisión de los micros. Después instalamos vallas: cortamos cualquier salida de las calles adyacentes. Coop y yo nos metemos en uno de los cuartos y, mientras comentamos las pruebas, rastreas la frecuencia.

– No es descabellado. Pero lo cierto es que no estamos preparados para rastrear frecuencias.

– Los federales sí. Vienen, descubren la frecuencia a la que transmiten esos aparatos y estrechan el cerco. Pero hay que actuar enseguida. Estoy bastante segura de que los micros funcionan con pilas. Tal vez dispongamos sólo de un día o dos antes de que se agoten.

Banville miró por la ventana, la gente entraba en la cafetería. Su semblante era impenetrable. Cualquier emoción, desde la tristeza hasta la sorpresa, quedaba cuidadosamente oculta bajo la expresión impasible que le caracterizaba.

– Esta mañana un periodista del Herald me acorraló y me preguntó si tenía algo que comentar sobre la relación entre Carol Cranmore y otra mujer desaparecida que respondía al nombre de Terry Mastrangelo.

– Dios.

– Imagina mi asombro. Así que ahora, para colmo, tengo que enfrentarme a filtraciones. -Ahora la miraba a ella-. ¿Quién más sabe lo de Mastrangelo?

– Todo el personal del laboratorio -dijo Darby-. ¿Y de los tuyos?

– He intentado reservar la información para algunas personas clave. El problema es que los casos de desaparición, sobre todo los de esta magnitud, crean una atmósfera muy competitiva. Los periodistas quieren ser los primeros en dar la noticia y están dispuestos a pagar por ello. Te sorprendería saber las cantidades que se manejan.

– ¿Se te ha acercado alguien?

– A mí no. Saben con quién se las ven. Pero hay muchos tipos en comisaría que necesitan una ayuda para pagar las pensiones de manutención de los niños o para cambiarse las ruedas del coche. ¿Quién más del laboratorio está al tanto de lo de los micrófonos?

– De momento sólo Coop y yo.

– Déjalo así.

– Mi jefe quiere que lo tenga al día de todo -dijo Darby-. Me estás poniendo en una situación comprometida.

– Por lo que a él se refiere, fui yo quien encontró los micrófonos. Tú no sabes nada de ellos.

– ¿Y si usamos al periodista? Consigue que publique que el laboratorio forense está planeando registrar a fondo la casa, digamos, mañana por la noche, en busca de ciertas pruebas. Así nos aseguramos de que está escuchando.

– Había tenido la misma idea. Deja que haga unas cuantas llamadas y te digo algo. ¿Quieres que te lleve hasta la casa?

– Voy a por un café y volveré a pie. El aire fresco me ayuda a pensar.

El móvil de Darby sonó cuando se disponía a levantarse. Era Leland.

– El AFIS ha conseguido identificar las huellas de Jane Doe a la una de la madrugada. Se llama Rachel Swanson, y es de Durham, New Hampshire. Tenía veintitrés años cuando desapareció.

– ¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?

– Casi cinco años. Aún no tengo los detalles, sólo algún dato preliminar. ¿Ha habido suerte en la casa?

– Nada.

A Darby no le gustaba mentir a Leland, pero Banville era el encargado de la investigación y él había decidido cómo quería llevarla.

– He hablado con Neil Joseph y le he pedido que haga un informe del caso, a ver qué aparece en el NCIC -dijo Leland-. Y también me he puesto en contacto con alguien del laboratorio estatal de New Hampshire. Nos enviarán los resultados por fax.

– Voy hacia allí.

Capítulo 28

Al mediodía Darby estaba al corriente de los hechos que habían rodeado la desaparición de Rachel Swanson.

En la madrugada de Año Nuevo de 2001, Rachel Swanson, de veintitrés años, se despidió de sus amigos en Nashua, New Hampshire, montó en su coche y recorrió el trayecto de una hora que la separaba de Durham, hacia la casa en la que se había instalado poco tiempo atrás junto con su novio, Chad Bernstein, quien no había asistido a la fiesta por hallarse enfermo. Lisa Dingle, una vecina que volvía a casa de otra fiesta de Nochevieja, vio el Honda Accord de Rachel subiendo la calle sobre las dos de la madrugada. Rachel saludó a su vecina con la mano y entró en su casa por la puerta lateral.