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Una hora más tarde, Dingle, que sufría de insomnio, seguía despierta leyendo en la cama y oyó cómo arrancaba un coche. Levantó la vista del libro y vio el BMW negro de Chad Bernstein salir marcha atrás.

Cinco días después, al enterarse de que tanto Bernstein como su novia habían desaparecido, Lisa Dingle llamó a la policía.

La policía concentró sus esfuerzos en Bernstein. Aquel ingeniero informático de treinta y seis años había pasado por un matrimonio previo, y la ex esposa estaba más que dispuesta a relatar las historias de los malos tratos que le infligió su antiguo marido. Sabía que su ex era capaz de golpear a una mujer, y la policía también lo sabía. La ex esposa había llamado al 911 en tres ocasiones. Durante la última pelea, Chad había cogido un cuchillo y había amenazado con matarla.

Bernstein viajaba por todo el país por asuntos de negocios. Visitaba la sucursal de Londres tres veces al año. Un concienzudo registro de la casa de Bernstein no consiguió dar con su pasaporte. Nunca encontraron el BMW.

A la una menos cuarto el laboratorio de New Hampshire empezó a enviar el informe del caso por fax. No había señales de que hubieran forzado la puerta, pero se hallaron huellas de botas en un parterre situado detrás de una de las ventanas traseras: huellas de botas del número cuarenta y seis. Se hizo un molde de las huellas, y el técnico forense con quien habló Darby prometió enviarle una muestra comparativa vía FedEx ese mismo día.

– De manera que en lugar de disparar contra Chad Bernstein, nuestro hombre decidió secuestrar al novio -dijo Coop a Darby, mientras hacían footing por el Public Garden, aprovechando el inusual buen tiempo de aquel otoño para practicar ejercicio y despejarse un poco-. La pregunta que se nos plantea es por qué.

– Altera el patrón en relación con otros casos -dijo Darby-. Además, este tipo es lo bastante listo como para secuestrar a mujeres de distintos estados; así, cuando algún inspector introduce los datos en el NCIC o en el PCCV, fracasa en su intento de encontrar un denominador común excepto el de mujeres desaparecidas… Y hay casos de mujeres desaparecidas en todas partes, ¿no?

– También cambia el modus operandi. Terry Mastrangelo fue secuestrada en la calle. Rachel Swanson fue capturada cuando volvía a casa, se la llevó junto con su novio. En el caso de Carol Cranmore, el tipo entra en casa, dispara contra el novio y rapta a la chica.

– Si Rachel Swanson no hubiera escapado, estaríamos totalmente perdidos.

– ¿Sabes qué sigo preguntándome? El tiempo que debe de llevar haciendo esto.

– Sabemos que ha estado en ello durante los últimos cinco años -dijo Darby-. Ahora tenemos que averiguar para qué ha estado usando a estas mujeres. Espero que la sangre de la casa coincida con alguna muestra recogida en el CODIS.

– No paro de dar vueltas a las letras que hallaste en la muñeca de Rachel Swanson. No acabo de entender su significado. ¿Alguna idea nueva?

– Nada aparte de lo que ya te dije: parecen indicaciones de algún lugar.

Subieron corriendo un tramo de escalera y luego cruzaron el puente, por encima de los botes en forma de cisne que se dirigían al Common. Darby tuvo que acelerar para mantener el ritmo de su compañero.

Veinte minutos más tarde Darby vio uno de esos carritos donde se vendían perros calientes y dejó de correr.

– Tengo que comer algo o me caeré redonda -dijo ella-. ¿Quieres uno?

– Tomaré una botella de agua.

Mientras ella pedía un perrito con chile y cebolla, y una Coca-Cola, Coop se dedicó a charlar con otra corredora vestida con unas mallas muy ajustadas. Darby se percató de que dos mujeres, con aire de ejecutivas, que estaban comiendo en el parque no apartaban los ojos de Coop. Darby se preguntó si el secuestrador de Carol habría actuado de un modo similar: sentarse en un banco del Public Garden, a la espera de que alguien le llamara la atención.

¿Era así de simple? Darby esperaba que el proceso de selección de la víctima no fuera producto del mero azar. Quería creer que las tres mujeres tenían un denominador común.

Darby le pasó el agua a Coop. Un momento después él se reunió con ella, en un banco situado frente a un grupo de mamas que charlaban junto a una fuente.

– ¿Sabes qué le falta a este perrito caliente? -dijo Darby.

– ¿Carne de verdad?

– No. Fritos.

– Con esa porquería que comes lo raro es que no tengas un culo del tamaño de un elefante.

– Tienes razón, Coop. Tal vez debería comer sólo cogollos, como tu última novia. La que se desmayó en la fiesta de Navidad.

– Le advertí que debía cometer un exceso y añadir un poco de salsa ranchera a la ensalada de apio.

– En serio, ¿nunca te sientes culpable por ser tan superficial?

– Sí, lloro todas las noches hasta dormirme.

Coop cerró los ojos y se reclinó contra el banco para aprovechar los últimos rayos del sol de la tarde.

Darby soltó un suspiro de exasperación y fue a tirar los restos del perrito a la papelera.

– Disculpa -le dijo la vistosa rubia con quien Coop había estado charlando hacía un momento-. Espero que no me consideres demasiado atrevida, pero… ¿el chico que está sentado a tu lado es tu novio?

Darby tragó el último bocado.

– Lo era hasta que salió del armario -contestó.

– ¡Vaya! ¿Por qué todos los tíos buenos tienen que ser gays?

– De todos modos fue lo mejor. Ese hombre está dotado con algo parecido a una coctelera. Se llama Jackson Cooper y vive en Charlestown. Avisa a todas tus amigas.

Coop miró a Darby mientras volvía.

– ¿De qué hablabais vosotras dos?

– Me preguntó cómo llegar a Cheers.

– Darby, tú te criaste en Belham.

– Por desgracia, sí.

– ¿Recuerdas el Verano del Terror?

Ella asintió.

– El verano en que Victor Grady asesinó a seis mujeres.

– Una de las víctimas era de Charlestown, una chica llamada Pamela Driscol -dijo Coop-. Era amiga de mi hermana Kim. Fueron a una fiesta una noche, y Pam desapareció cuando volvía a casa. Pam era… Era una chica encantadora. Muy tímida. Solía taparse la boca cuando se reía para ocultar los dientes. Siempre que venía a casa me traía un Hershey's Kiss. Todavía la recuerdo en el cuarto de mi hermana, las dos escuchando a Duran Duran y comentando lo bueno que estaba Simón LeBon.

– Creía que el bajo era el más guapo.

– Para mí no. -Coop adoptó un semblante serio-. Cuando Pam desapareció, todo el mundo creyó que teníamos a un acosador merodeando por allí. Mi madre se volvió tan paranoica que trasladó a mis dos hermanas al piso de arriba. Quería instalar un sistema de alarma, pero como no podíamos pagarlo, convenció a mi padre de que cambiara las cerraduras de la casa y colocara algunas más. A veces me despertaba de noche porque oía un ruido, y era mi madre, que recorría la casa para asegurarse de que las puertas y ventanas estaban cerradas. Mis hermanas no podían ir a ningún sitio solas. Tampoco tenían adonde ir. Charlestown había impuesto un toque de queda después de lo de Pam.

Coop se secó el sudor de la frente.

– ¿No había alguna víctima de Grady nacida en Belham?

– Dos -dijo Darby-. Melanie Cruz y Stacey Stephens.

– ¿Las conocías?

– Fuimos juntas al colegio. Yo era amiga de Melanie. Amiga íntima.

– Pues ya sabes de qué te hablo -dijo Coop-. Este caso me recuerda al de ese verano. La misma clase de miedo.