Rachel Swanson no escuchaba. Apoyó de nuevo la cabeza en la almohada y cerró los ojos.
«No vas a ninguna parte. Prueba otro enfoque.»
Darby deslizó sus dedos entre los de Rachel y notó el tacto áspero de una mano inerte contra su piel.
– Yo te protegeré, Rachel. Dime dónde está e iré a por él.
– Está aquí, ya te lo he dicho.
– ¿Cómo se llama?
– No sé su nombre.
– ¿Qué aspecto tiene?
– No tiene cara. No deja de cambiar de cara.
– ¿Qué quieres decir?
Rachel empezó a temblar.
– Está bien -murmuró Darby-. Estoy aquí. No dejaré que nadie te haga daño.
– Estabas allí. Viste lo que les hizo a Paula y a Marci.
– Sí, pero me cuesta recordar. Cuéntame qué pasó.
El labio inferior de Rachel tembló. No respondió.
– He visto las letras y los números de tu muñeca -dijo Darby-. Las letras son indicaciones, ¿verdad? I es izquierda y D derecha.
Rachel abrió los ojos.
– Da igual que vayas a la derecha, a la izquierda o recto, todos los caminos llevan a un callejón sin salida, ¿no te acuerdas?
– Pero tú encontraste una salida.
– Aquí dentro no hay salidas, sólo escondrijos.
– ¿Qué significan los números?
– Tienes que encontrar la llave antes de que vuelva. Mira debajo de la cama, quizá se me haya caído allí.
– Rachel, necesito…
– ¡Busca la llave!
Mientras Darby fingía buscar por el suelo, se preguntó si Rachel revelaría más información si estaba libre de las ataduras. Lomborg nunca lo permitiría: no sin estar él en la habitación, no sin la presencia de los ayudantes.
– ¿La has encontrado, Terry?
– Sigo buscándola.
«Piensa. No dejes escapar esta oportunidad. Piensa.»
– Date prisa. La puerta se abrirá en cualquier momento.
No había nadie al otro lado de la puerta, ni siquiera cerca. Aunque detestaba la idea, Darby quería consultar a aquel engreído de Lomborg a ver si se le ocurría algo.
– No la encuentro -dijo Darby.
– Tiene que estar ahí, se me cayó.
– Voy a buscar ayuda.
Rachel Swanson se agitó, histérica.
– ¡No me dejes sola con él! ¡No te atrevas a volver a dejarme sola!
Darby le cogió la mano.
– Tranquila. No voy a dejar que te haga daño, te lo prometo.
– No me dejes, Terry. Por favor, no te vayas.
– No te dejaré. No pienso irme a ninguna parte.
Darby atrajo una silla con el pie y se sentó. «Piensa. Bien, Rachel cree que seguimos cautivas. Sigamos con esa ilusión.»
– ¿Quién más está aquí?
– Ya no queda nadie -dijo Rachel-. Paula y Marci están muertas, y Chad… -Rachel rompió a llorar de nuevo.
– ¿Qué le ha pasado a Chad?
Rachel no contestó.
– Paula y Marci -insistió Darby-. ¿Cuáles eran sus apellidos? No me acuerdo.
No hubo respuesta.
– Hay alguien más con nosotras aquí -prosiguió Darby-. Se llama Carol. Carol Cranmore.
– Aquí no hay ninguna Carol.
– Tiene dieciséis años. Necesita ayuda.
– No la he visto. ¿Es nueva?
– ¿Dónde está?
«Piensa, no lo estropees.»
– La he oído gritar pidiendo ayuda -dijo Darby-, pero no la veo.
– Debe de estar en el otro lado. ¿Cuánto tiempo lleva aquí abajo?
– Un poco más de un día.
– Tal vez aún siga dormida. Siempre las hace dormir cuando llegan aquí, les droga la comida. Las puertas estarán cerradas en ese caso. Aún queda tiempo.
– ¿Qué le hará?
– ¿Es dura? ¿Luchará?
– Está aterrada -dijo Darby-. Tenemos que ayudarla.
– Tenemos que salir de aquí antes de que se abra la puerta. Tienes que librarme de estas esposas.
– ¿Qué pasa cuando se abre la puerta?
– Quítame las esposas, Terry.
– Lo haré, pero dime…
– Te he ayudado, Terry. Todas esas veces en que te enseñé dónde esconderte, todas las veces que te protegí… Ahora te toca a ti. ¡Quítame estas malditas esposas!
– Lo haré. Llamemos a Carol y digámosle lo que debe hacer.
Rachel Swanson tenía la mirada fija en el techo.
– Carol necesita ayuda, Rachel. Dile qué puede hacer.
La cinta se acabó con un sonoro clic. Rachel no se movió, no la miró; siguió con los ojos puestos en el techo.
Darby cambió la cinta y empezó a grabar de nuevo. No importó. Rachel Swanson se negó a volver a hablar.
Capítulo 31
Nerviosa y asustada, Darby sintió renacer sus esperanzas. Empujó la puerta, buscando un bolígrafo y un papel para anotarlo todo, ante el temor de olvidar algo si no lo escribía enseguida. Se recordó que no había prisa. Tenía toda la conversación grabada.
Una muchedumbre se había agolpado a las puertas de la habitación de Rachel. Darby paseó la mirada por las caras en busca de Coop. Allí estaba, hablando por teléfono en la zona de recepción. Colgó justo cuando ella llegaba.
– Eran los del laboratorio -dijo Coop-. Leland acaba de recibir una llamada de Banville. En la escalera de una casa de Belham, a unos veinte minutos de la de los Cranmore, acaba de hallarse un paquete a nombre de Dianne Cranmore. En el remite consta la dirección de Carol. Por lo que sé, nadie vio al mensajero.
– ¿Qué hay en el paquete?
– Aún no lo sé. Va de camino al laboratorio.
– Quiero que vuelvas al laboratorio y esperes a que llegue. Ve a ver a Mary Beth y pídele que busque algún dato sobre dos nombres más: Paula y Marci. No sé sus apellidos. Dile que limite la búsqueda a Nueva Inglaterra.
– ¿Qué vas a hacer tú?
– Tengo que hablar con Lomborg.
– Compórtate -dijo Coop.
El humor de Lomborg no había mejorado. Se cruzó de brazos mientras escuchaba su idea de desatar, temporalmente, a Rachel Swanson.
– No conseguirá que acceda a semejante disparate -dijo Lomborg.
– ¿Y si la trasladamos al pabellón psiquiátrico? Allí dispondríamos de mejor equipamiento y podría controlarla mediante un monitor. -Darby sabía que en algunas habitaciones había cámaras para vigilar a los pacientes.
Lomborg parecía dispuesto a morder el anzuelo, pero la doctora Hathcock negaba con la cabeza.
– No podemos trasladarla hasta tener la sepsis bajo control -dijo Hathcock- Parece responder bien a los antibióticos, pero eso podría cambiar. Las próximas cuarenta y ocho horas son críticas.
– Carol Cranmore podría no tener tanto tiempo -dijo Darby.
– La escucho… Y Dios sabe que haría cualquier cosa que estuviera en mi mano para ayudarla a encontrar a esa chica desaparecida -dijo Hathcock-. Pero mi principal responsabilidad recae en mi paciente y no puedo permitir que la trasladen hasta tener la sepsis controlada. Está intubada. En el estado mental en que se encuentra probablemente se arrancaría los tubos.
– ¿Podríamos trasladarla durante un breve período de tiempo? ¿Una hora, por ejemplo? -insistió Darby en un desesperado intento por aferrarse a cualquier posibilidad.
– Es demasiado arriesgado -dijo Hathcock-. Debemos tener la sepsis bajo control. Lo lamento.
Sola en el servicio, Darby se echó agua fría en la cara hasta quedar entumecida.
Pasó las manos por los bordes de porcelana del lavabo. Durante el año que siguió a la desaparición de Mel, Darby adquirió la costumbre de palpar las cosas, notar sus texturas, como una forma de reafirmar que estaba viva. Mientras se secaba las manos, rezó por que Carol fuera lista y encontrara un modo de sobrevivir.
Al salir del baño, Darby dobló la esquina y se encaminó hacia los ascensores. Mathew Banville estaba en la sala de espera. A su lado, vestido con un elegante traje, vio al agente especial Evan Manning.