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Capítulo 32

Los años habían sido misericordes con Evan Manning. Su cabello corto y castaño presentaba más canas, pero se mantenía delgado y en forma; su cara seguía siendo muy atractiva.

El recuerdo más nítido de Darby, incluso después de tanto tiempo, era la tranquila intensidad que emanaba de su semblante. Se percató de que Evan Manning la miraba así ahora.

Banville hizo las presentaciones.

– Darby, te presento al agente especial Evan Manning de la Unidad de Apoyo a las Investigaciones.

– Darby -dijo Evan-. ¿Darby McCormick?

– Me alegro de volver a verle, agente Manning. -Darby le estrechó la mano.

– Apenas puedo creerlo -dijo Evan-. No has cambiado nada.

– ¿De qué os conocéis? -preguntó Banville.

– Nos conocimos cuando el agente Manning trabajó en el caso de Victor Grady -explicó Darby.

– ¿El mecánico que secuestró a esas mujeres en el ochenta y cuatro?

– Exactamente.

– En el ochenta y cuatro -dijo Banville-. ¿Qué tenías entonces? ¿Catorce años?

– Quince. Conocía a dos de las víctimas de Grady.

– Mató a una de ellas, ¿verdad? Disparó contra una joven durante un secuestro frustrado, si mal no recuerdo.

– La apuñaló. -La mente de Darby se llenó con la imagen de la sala, sus paredes manchadas con la sangre de Stacey Stephens-. En cuanto a las otras, estamos bastante seguros de que Grady las estranguló.

– ¿Cómo sabes que las estranguló? La policía nunca encontró los cadáveres.

– Grady grabó algunas de sus… sesiones con las víctimas. En un par de cintas se oyeron sonidos que correspondían con los que haría una víctima de estrangulamiento. Al menos eso leí en los informes. -Darby miró a Evan en busca de confirmación.

– Grady guardaba las cintas en una caja fuerte escondida en el sótano de su casa -dijo Evan-. El incendio destruyó gran parte de las grabaciones.

Banville asintió, satisfecho con la explicación.

– El agente especial Evan Manning es el nuevo jefe de división de la oficina de la UAI de Boston. El AFIS le alertó a primera hora de esta mañana, cuando se confirmó la identidad de Rachel Swanson. Nos ha ofrecido acceso a sus laboratorios y toda la ayuda que necesitemos.

– Me ha parecido entender que has entrado a hablar con Rachel Swanson -dijo Evan-. ¿Te ha dicho algo útil?

– Ha mencionado los nombres de otras dos mujeres. Lo estamos investigando ahora mismo. La conversación entera está aquí. -Darby sacó la grabadora-. ¿Qué hay de ese paquete que va de camino al laboratorio?

– Es un paquete postal -dijo Banville-. No tengo la menor idea de su contenido.

– Voy hacia allá. Rachel ha terminado de hablar por el momento. -Darby se dirigió a Evan-. ¿Por qué se alertó al FBI acerca de las huellas de Rachel?

– Te lo explicaré todo cuando lleguemos al laboratorio. Tengo el coche en el aparcamiento. ¿Puedo llevarte?

Darby miró a Banville en busca de alguna indicación.

– Ya he informado al agente Manning de todo lo que sabemos -dijo Banville-. Me reuniré con vosotros en el laboratorio en cuanto termine aquí.

Capítulo 33

– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en criminología? -preguntó Evan cuando se cerraron las puertas del ascensor.

– Unos ocho años -dijo Darby-. Hice prácticas en Nueva York durante casi un año, y cuando quedó una plaza vacante en el laboratorio de Boston pedí el traslado… Y aquí estoy. ¿Cuánto tiempo llevas tú trabajando en Boston?

– Seis meses. Necesitaba un cambio de escenario.

– ¿Te estabas quemando?

– Bueno, digamos que iba por ese camino. El último caso en el que trabajé estuvo a punto de acabar conmigo.

– ¿Cuál fue?

– El de Miles Hamilton.

– El psicópata ultraamericano -dijo Darby. Un psicópata adolescente, ahora confinado en una institución mental, de quien se decía que había asesinado a más de veinte chicas-. He oído que ha solicitado un nuevo juicio, alegando que existió una manipulación de pruebas en uno de tus hombres.

– No sé nada de eso.

– ¿Hamilton conseguirá otro juicio?

– No, si puedo evitarlo.

Se abrieron las puertas del ascensor. Evan sugirió que salieran por la puerta de atrás para esquivar a la prensa.

Fueron hacia el aparcamiento caminando bajo un sol de justicia. Evan no volvió a hablar hasta que tomaron Cambridge Street.

– Banville me ha comentado lo de los micrófonos.

– Me sorprende que le hayas convencido con tanta facilidad -dijo Darby-. Esperaba que opusiera más resistencia.

– Banville está en el ojo del huracán. Cuando la chica Cranmore aparezca muerta necesitará poder decir que agotó todos los recursos.

– No creo que esté muerta.

– ¿Por qué?

– A Rachel Swanson la mantuvo viva durante casi cinco años, a Terry Mastrangelo durante dos. Esto puede significar que disponemos de tiempo.

– En este momento una de sus víctimas está ingresada en un hospital. Si es listo, matará a la Cranmore, enterrará el cadáver en algún lugar donde no lo encontremos y se esfumará de la ciudad.

– En ese caso, ¿por qué preocuparse tanto como para instalar micrófonos?

– Creo que espera averiguar cuánto sabemos de él para poder cambiar de táctica antes de actuar -dijo Evan-. ¿Tú qué opinas?

– Parece una persona organizada, muy concienzuda y metódica. Diría que dedica bastante tiempo a observar a esas mujeres, consigue enterarse de sus costumbres y sus rutinas. Creo que tenía la llave de la casa de Carol. Lleva a sus víctimas a un lugar donde nadie pueda verlas ni oírlas.

– ¿Y para qué las usa?

– No lo sé.

– ¿Crees que se trata de algo sexual?

– No hay pruebas de eso, aunque en esta clase de casos siempre existe algún componente sexual. ¿Te habló Banville de las pruebas que encontramos en la casa?

Evan asintió.

– Nuestro laboratorio todavía está intentando identificar la muestra de pintura.

– No pareciste sorprenderte al saber que el secuestrador de Carol dejó un paquete.

– Está intentando mantener el control, como hacen la mayoría de los psicópatas cuando se ven acorralados.

– ¿Crees que nos enfrentamos a eso? ¿A un psicópata?

– Es difícil de decir. No soy muy aficionado a las etiquetas.

– Creía que los expertos en perfiles enloquecíais con las etiquetas… y con los acrónimos. El sistema de reconocimiento de huellas, AFIS, CODIS…

– No se puede estampar una etiqueta en cada tipo de conducta -la interrumpió Evan-. ¿Te has planteado la posibilidad de que el hombre al que buscáis secuestre mujeres sólo porque le gusta hacerlo?

– En todo comportamiento humano subyace algún motivo.

– ¿Qué fue lo que despertó tu interés en este campo?

– ¿Me estás analizando, agente especial Evan Manning?

– Estás eludiendo la pregunta.

– Hice un curso de psicología criminal en la facultad. Me quedé enganchada.

– Banville me comentó que pensabas doctorarte en psicología criminal.

– Aún no soy doctora -dijo Darby-. Tengo la tesis pendiente.

– ¿En qué consiste?

– Debo escoger un caso y analizarlo.

– Y has escogido el caso Grady.

– He estado dándole vueltas a esa idea.

– ¿Qué te detiene?

– Faltan algunas piezas en el informe del caso -dijo Darby-. Las notas de Riggers, el detective que llevó el caso de Belham, no aportan demasiados detalles.

– No me sorprende. El tipo era vago además de idiota. Dime lo que sabes e intentaré ayudarte a llenar los huecos.

– Pude revisar los archivos de pruebas físicas: el trapo empapado en cloroformo que Grady arrojó en el bosque, detrás de mi casa, y las fibras azul marino que dejó en la puerta del dormitorio. También leí una copia del informe del laboratorio federal. Sé que identificaron al fabricante del trapo. Estrecharon el cerco hasta una serie de concesionarios de automóviles con sucursales en Massachusetts, New Hampshire y Rhode Island. Las fibras azules encajaban con la misma marca de monos de trabajo que se usaban en el garaje North Andover, donde trabajaba Grady.