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– ¿Al Viajero? -preguntó Darby.

– Enseguida llegaremos a eso -replicó Evan-. Sigue, Peter.

– Puedo emparejar foto e impresora, si tenéis la impresora.

– No tengo la impresora, no tengo sospechoso, y una chica de diecisiete años ha desaparecido. ¿Qué me dices de analizar las fotos usando técnicas de procesamiento de la imagen digital?

– Es un buen enfoque. El problema es que la fotografía digital ha evolucionado tanto que se pueden manipular las fotos sin dejar rastro.

– ¿Quieres decir que nuestro hombre podría haber borrado una ventana de la foto, por ejemplo?

– Podría haberla borrado, haberla añadido… Puede añadir y quitar lo que quiera si es diestro en el manejo del programa. Dadas las experiencias del pasado, dudo que deje ninguna pista que nos lleve hasta su puerta. Encontré otra prueba que puedes añadir a la lista. Espera un momento.

Se oyó ruido de papeles.

– Aquí lo tengo -prosiguió Travis-. El sobre pertenece con toda probabilidad a una pequeña empresa papelera llamada Merrill, con base en Hollis, New Hampshire. La empresa quebró en el noventa y cinco. Ya no los fabrican.

– ¿De manera que nuestro hombre podría tener una reserva de sobres en su casa?

– No lo descartaría. Yo de ti lo añadiría a la lista. No obstante, me gustaría reservarme la opinión hasta que hayamos tenido oportunidad de examinar el sobre.

– Lo tendrás en tu mesa mañana a primera hora -dijo Evan.

– La huella encontrada en la casa Cranmore pertenece al Viajero. Es una bota fabricada por Ryzer Gear, el modelo de aventura.

– ¿Y la pintura?

– Estamos atascados. La muestra no está en nuestro sistema. Eso es todo lo que tengo por aquí. ¿Cómo os ha ido con la camisa?

Evan miró a Darby.

– Hemos recuperado una fibra de color tostado -explicó Darby-, que encaja con la que encontramos en la sala de la casa Cranmore. El cabello pegado al dorso de la foto parece que encaja con el de Carol Cranmore. Por suerte, hay una raíz prendida, así que podemos sacar muestras de ADN. No hay nada en las huellas del sobre. Es de esos que van engomados.

– ¿Alguna pregunta para Peter? -dijo Evan, dirigiéndose a los de la sala.

No había ninguna.

– Peter, necesito que te pongas en contacto con Alex Gallagher para que analice una cinta -prosiguió Evan-. Estará dentro del paquete que te envío hoy. ¿Tienes el número de mi móvil?

– Sí. Seguimos en contacto.

Evan colgó.

– Tengo cierta información sobre los dos nombres que mencionó Rachel Swanson cuando hablé con ella en el hospital -dijo Darby-. Personas Desaparecidas realizó una búsqueda y ha dado con dos posibles candidatas de Nueva Inglaterra.

Leland le pasó la carpeta. Darby sacó la primera hoja, una foto 10 x 12 de la graduación de una joven de rasgos insulsos y rubio cabello rizado.

La dejó sobre la mesa.

– Ésta es Marci Wade de Greenwich, Connecticut -dijo Darby-. Veintiséis años, vivía en casa de sus padres. El pasado mes de mayo fue a reunirse con una ex compañera de instituto que asistía a la Universidad de New Hampshire. La amiga vivía a tres kilómetros del campus. Marci regresaba a casa el domingo por la noche y su vehículo tuvo una avería en la carretera 95. Nadie la ha visto desde entonces.

La segunda foto que Darby puso sobre la mesa mostraba a una mujer bastante rolliza, de mejillas redondas, y con una mancha de vino en la barbilla.

– Y ésta es Paula Hibbert, cuarenta y seis años, madre soltera y maestra en un instituto público de Barrington, Rhode Island. Pidió a su vecina que cuidara de su hijo mientras iba a la farmacia a buscar un medicamento para el asma del chico. Llegó a la farmacia, pero nunca volvió a casa. Ni rastro de ella, ni de su coche. Desapareció en enero del año pasado.

»No conozco más detalles de los casos, ni qué pruebas encontraron -continuó Darby-. Ambos laboratorios están cerrados hoy. Los llamaremos a primera hora de mañana. Es todo lo que tengo. Y ahora, agente Manning, ¿por qué no nos hablas del Viajero?

Capítulo 36

Evan giró el portátil para que todos pudieran ver la pantalla.

En ella aparecía la foto de una mujer de aspecto latino, con el cabello teñido de rubio.

– Kimberly Sánchez, de Denver, Colorado -dijo Evan-. Desaparecida en el verano del noventa y dos. Salió a correr y nunca regresó.

Evan fue pasando las fotos de ocho mujeres más. Todas eran latinas o afroamericanas, de edades que oscilaban entre los veintitantos y los treinta y pocos. Todas habían sido vistas por última vez solas, conduciendo sus propios coches, saliendo de un bar o de sus casas entrada la noche. El último denominador común era que sus cuerpos nunca habían sido encontrados.

– La unidad especial de Colorado tuvo un golpe de suerte -dijo Evan-. Un testigo que salía de una discoteca vio subir a la última víctima a un Porsche Carrera negro con matrícula de Colorado. El mismo testigo recordaba que el parachoques trasero del coche estaba abollado.

»La policía estrechó el cerco en torno a los propietarios de Porsches del área de Colorado. Uno de ellos, John Smith, era de Denver. Cuando la policía fue a interrogarlo, Smith no estaba en casa. Cuatro días después, al ver que Smith no volvía, la policía registró la casa que tenía alquilada. Smith se había largado. Limpió el lugar a conciencia antes de irse, pero los forenses consiguieron encontrar dos pruebas clave: una pequeña mancha de sangre en el cubo de la basura y una huella de bota, correspondiente a una Ryzer Gear de montaña del número cuarenta y seis. Era idéntica a la que se encontró en el barro, al lado del coche de una de las víctimas.

Evan pulsó una tecla y en la pantalla apareció la foto de un hombre blanco, de barba poblada y bigote. Tenía penetrantes ojos verdes y la clase de rostro extremadamente demacrado típico de los adictos a la heroína.

– Ésta es una foto de John Smith sacada del permiso de conducir expedido en Colorado. Los vecinos dijeron que el Porsche de Smith tenía el parachoques trasero abollado debido a un accidente reciente. También aportaron algún otro detalle. Smith era ave nocturna, y en cierto modo un antisocial. Nadie sabía cómo se ganaba la vida, y nadie había entrado en su casa. Varios vecinos confirmaron que llevaba un tatuaje en el antebrazo: un trébol con los números seis, seis, seis.

– Los tatuajes que llevan los miembros de la Hermandad Aria -intervino Darby.

Evan asintió.

– Las razas de las mujeres de Denver indicaban algún vínculo con la Hermandad Aria. Como es lógico, sus miembros negaron ningún conocimiento de John Smith. El nombre no consta en nuestros archivos. Ni siquiera sabemos si John Smith es el auténtico nombre del Viajero.

– La muestra de sangre encontrada -dijo Darby-, ¿hallasteis algo en el CODIS?

– Sí. Pertenecía a una de las mujeres desaparecidas de Denver. Después de Denver, Smith se trasladó a Las Vegas. Esto sucedía a finales del noventa y tres. Aquí modificó el sistema de selección. En los ocho meses siguientes desaparecieron doce mujeres y tres hombres. La policía de Las Vegas no prestó mucha atención a los casos; allí las desapariciones están a la orden del día. La gente viaja a Las Vegas confiando en su suerte para satisfacer cualquier capricho; es un lugar de paso.

– ¿De qué raza eran las víctimas?

– Las mujeres eran blancas en su mayoría -dijo Evan-. Los varones eran judíos. El vehículo de una de las víctimas femeninas fue abandonado en la carretera. Alguien había manipulado los cables de inducción. Por suerte nos dejó una pista: la huella de una bota Ryzer.

»Cuando me incorporé al caso, el señor Smith ya se había trasladado a Atlanta, su tercera parada. Corría el año noventa y cuatro, y el caso ya tenía un nombre: el Viajero. La huella aparecía en el PCCV y nos llamaron.