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Evan se removió en su silla y los muelles crujieron bajo su peso.

– Carrie Weathers, la cuarta víctima del Viajero en Atlanta, fue vista subiendo a un Porsche Carrera negro. La testigo dijo que el coche tenía un faro roto y matrícula de Maryland, pero no se fijó en los números. Era el primer hallazgo real que teníamos, de manera que pedimos a las gasolineras y los talleres de la zona que estuvieran alerta por si se presentaba un Porsche negro con el parachoques abollado para repostar, pedir alguna reparación, etcétera.

»Estábamos revisando matrículas cuando una noche nos llamó el encargado de una gasolinera Mobil de la ciudad. Había visto un Porsche que encajaba con la descripción. En el asiento del copiloto viajaba una mujer rubia, que estaba dormida. El conductor comentó que la chica había bebido demasiado. Pedí al encargado que cerrara la gasolinera y me dirigí hacia allí acompañado de alguien del laboratorio.

»El testigo se mostró muy relajado, colaborador -dijo Evan. Su voz sonaba fría, distante, como si estuviera leyendo un guión-. Dijo que había anotado el número de matrícula en un cuaderno que tenía junto al teléfono. Le seguí al interior. Me cedió el paso cuando íbamos a entrar en su despacho y me golpeó en la nuca. Es lo último que recuerdo.

»Cuando desperté en el hospital me dijeron que había usado la gasolina de los surtidores para prender el fuego. Al parecer yo me las había apañado para arrastrarme hacia fuera en algún momento, pero no lo recordaba debido a la conmoción. Identificaron al técnico de laboratorio y al auténtico propietario de la gasolinera gracias a las fichas dentales. Ambos habían recibido sendos disparos con un Cok Commander.

– La misma arma que usó para matar al novio de Carol Cranmore -dijo Darby. Tenía el informe de balística en la carpeta-. ¿No reconociste al falso encargado de la gasolinera?

– Era un individuo robusto, sin barba, con la cabeza afeitada -respondió Evan-. No guardaba el menor parecido con John Smith. Llevaba una chaqueta puesta, así que no vi ningún tatuaje. Y no encajaba en el perfil. No hizo muchas preguntas sobre la investigación, que es lo que los psicópatas suelen hacer. Está claro que me equivoqué.

– ¿Había atacado a algún agente de policía con anterioridad? -preguntó Darby.

– Que yo sepa, no. Pero si John Smith pertenece a la Hermandad Aria o a cualquier otro grupo de los que predican la supremacía de la raza blanca, matar a un policía o a cualquier agente de las fuerzas de la ley supone un avance en sus filas. Es una especie de galón.

– Aun así, resulta raro que te escogiera a ti… Y que te tendiera una trampa -dijo Darby.

– Es la reacción habitual de los psicópatas cuando se sienten acorralados. O quizás intentara transmitirnos algún mensaje: hacernos saber que él estaba al mando.

La cara de Evan adoptó una expresión impasible que Darby encontraba inquietante.

– El Viajero es un psicópata muy listo, organizado en extremo -prosiguió él-. Secuestra a mujeres de estados distintos y combina los métodos de secuestro para desviar la atención. La selección de víctimas es totalmente aleatoria, para evitar que establezcamos patrones. Puede permanecer inactivo durante varios meses, lo que demuestra una notable capacidad de autocontrol. Y, por lo que sé, sus planes son muy concienzudos.

»Todos sus actos tienen como fin ejercer control sobre su entorno; por eso envió el paquete a la madre de Carol, por eso la llamó. Quiere que sepamos que Carol está en su poder y que puede matarla cuando le venga en gana.

– Por eso utilizaremos sus micrófonos para tenderle una trampa -dijo Darby.

– ¿Con quién?

– Contigo -contestó Darby-. Utilizamos a un periodista del Herald, le decimos que estás aquí porque Rachel Swanson nos dio una pista fundamental y que tú quieres echarle un vistazo a la casa. Así nos aseguramos de que el Viajero se encuentre a la escucha.

– Si lee mi nombre en el periódico podría sufrir un ataque de pánico y matar a Carol y al resto de mujeres antes de echar a volar. No sería la primera vez.

– Pero en esta ocasión cometió un error en casa de Carol -dijo Darby-. Dejó rastros de sangre, y a una de sus víctimas. Rachel Swanson podría ser la clave para encontrar al Viajero. No se irá hasta que averigüe qué sabemos de Rachel.

Banville miró la hora.

– Nos quedan quince minutos para llamar al periodista -dijo-. Estoy abierto a sugerencias.

– Podríamos esperar a que la sepsis esté controlada -dijo Evan-, y entonces trasladar a Rachel Swanson a un entorno más vigilado en una institución psiquiátrica, desatarla y hacer que Darby vuelva a hablar con ella.

– Tal vez no quiera decir nada más -replicó Darby-. Has oído la cinta. Dejó de hablar conmigo. ¿Encontrasteis micrófonos en las casas de las otras víctimas?

– No, es la primera vez.

Darby miró a Banville.

– Apuesto por montar la historia de que el FBI registrará la casa en busca de pruebas definitivas. El Viajero querrá saber qué ha encontrado el agente Manning. Si aparece, lo acorralaremos. Cortaremos todas las calles para evitar que huya.

– ¿Y si no aparece? -preguntó Evan.

– Matará a Carol… Quizá ya la haya matado -dijo Darby-. Tenemos que usar los micrófonos. Son nuestra mejor arma.

Evan miraba ahora a Banville.

– Ésta es su investigación. A usted le corresponde decidir.

Banville se pasó un dedo por los labios.

– Dos mujeres y una adolescente desaparecidas… Estoy de acuerdo con Darby. A por ello.

Capítulo 37

Todas las floristerías de Beacon Hill cerraban ese día. Darby se vio obligada a escoger entre las flores de aspecto marchito que quedaban en la tienda de regalos del hospital. Dedicó un buen rato a elegir las de colores más vistosos que pudo encontrar y a preparar un bonito ramo.

La UCI estaba tranquila. La doctora Hathcock libraba ese día. Darby habló con una enfermera. El estado de Rachel Swanson no presentaba cambios.

Tuvo que esforzarse para persuadir a la enfermera de que permitiera introducir las flores en la habitación. Darby las dejó en el estante que había debajo del televisor. Así, Rachel las vería cuando despertara. Quizá contribuyeran a convencerla de que ya no estaba atrapada en la oscura sala que ahora ocupaba Carol Cranmore.

Ojerosa y fatigada, Darby entró en el cuarto de su madre. Sheila dormía.

La invadió una súbita oleada de tristeza. De camino a casa, Darby conservaba la esperanza de que su madre estuviera despierta. Necesitaba hablar, con ese egoísmo infantil de la niña que reclama a su madre. Darby se preguntó si algún día llegaría a superarlo.

Sheila abrió los ojos.

– Darby… No te he oído entrar.

– Acabo de llegar. ¿Necesitas algo?

– Un poco de agua fría si no es mucha molestia.

Darby bajó a la cocina y llenó de agua y cubitos de hielo una jarra de plástico. Sentada en la cama, sostuvo el vaso mientras su madre bebía por una pajita.

– Mucho mejor. -Sheila tenía los ojos abiertos y vivaces, pero le costaba respirar-. ¿Has comido? Tina preparó algo que recuerda al revuelto de verduras.

– Me tomé un bocadillo en el hospital.

– ¿Qué hacías allí?

– Fui a ver a Jane Doe -explicó Darby-. Se llama Rachel Swanson. Se ha despertado hoy.

– Háblame de ella.

– ¿No prefieres descansar? Pareces fatigada.

Sheila hizo un gesto de rechazo.

– Voy a disponer del resto de mi vida para dormir.

Darby se preguntó de dónde sacaba su madre el valor, qué imágenes usaba para consolarse de su destino.

La ayudó a sentarse. Cuando Sheila estuvo cómoda, Darby le relató la escena vivida en el hospital.

– ¿Qué se sabe de Carol Cranmore? -preguntó su madre.

– Seguimos buscándola. -Darby se percató de que había cogido la mano de su madre-. Pero tenemos algo. Algo que tal vez nos sirva para capturar a la persona que la tiene retenida.