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El último párrafo contenía el anzuelo:

Una fuente cercana a la investigación reveló que la policía había encontrado una pista clave que podría dar un impulso definitivo al caso. Los técnicos del laboratorio, con la ayuda de expertos federales y del agente especial Evan Manning, de la Unidad de Apoyo del FBI, efectuarán hoy un nuevo registro de la casa.

Ahora lo único que faltaba era que el Viajero se dignara a aparecer.

Banville ocupó la tarima. Su habitual cara de perro presentaba ese día una expresión de evidente fatiga. A su espalda, enfocado en la pared, había un mapa de las calles adyacentes a la casa de Carol. Cualquier posible vía de salida estaba señalada con alfileres rojos.

Cuando se apagó el murmullo de voces, tomó la palabra.

– Técnicos del FBI procedentes de la oficina de Boston entraron anoche en la casa Cranmore y determinaron que las escuchas están activas y retransmiten en la misma onda. El mecanismo se activa mediante control remoto, lo que significa que los micrófonos pueden ser conectados y desconectados para ahorrar batería. Dichos dispositivos alcanzan un radio máximo de ochocientos metros. En este momento, están desconectados.

»Tendremos agentes destinados en coches camuflados en los puntos clave, en un radio de ochocientos metros de la casa. Otros detectives y agentes de patrulla, fingiendo ser voluntarios, cubrirán la zona repartiendo panfletos con la foto de Carol y anotando los números de matrícula.

»No cabe presuponer que él esté sentado en la parte de atrás de una furgoneta. El equipo de vigilancia que usa no es muy sofisticado y podría esconderse fácilmente debajo del asiento de un coche. Me han informado de que el receptor podría ser un aparato disimulado en algo tan simple como una radio con auriculares. Incluso es posible que pueda conectarlo a la radio del coche y oír por los altavoces. Hay que estar alerta ante cualquier varón blanco que lleve auriculares o esté sentado solo en un vehículo. Si alguien lo ve, informad… Y recordad usar la frecuencia que os he dicho. No uséis los móviles.

»Tres camiones de reparto irán peinando la zona. En ellos los técnicos del FBI controlarán la señal de los micrófonos en cuanto éstos se activen. Rastrearán el receptor. Cuando capten la señal, avisarán a los agentes del SWAT para que entren en acción. No debéis acercaros al sospechoso por vuestra cuenta, en ninguna circunstancia. Agente especial Manning, ¿hay algo que quisiera añadir?

Evan, situado en uno de los rincones de la sala, clavó la mirada en el suelo durante un instante antes de dirigirse al grupo.

– Sé que ha habido mala sangre entre las comisarías de policía y la oficina de Boston. Por lo que a mí respecta esta investigación está a cargo del inspector Banville. Solicitaron nuestra ayuda y aquí estamos. Todos perseguimos el mismo objetivo: encontrar a Carol Cranmore y devolverla a su casa. No me importa quién se apunte el tanto.

»Dicho esto, me gustaría enfatizar una vez más la importancia de extremar la cautela. Si detectan algo sospechoso, informen de ello al instante. Sólo disponemos de una oportunidad y no podemos permitirnos el lujo de desaprovecharla. Piensen que el individuo está en constante alerta, porque así es.

Los agentes de la sala asintieron con expresión solemne y la mirada fija.

Banville dedicó media hora a explicar cómo bloquearían calles y carreteras. Si el Viajero estaba escuchando en cualquier punto de aquel radio de ochocientos metros, no habría forma de que pudiera escapar.

La reunión se disgregó. Los asistentes desocuparon los asientos.

Evan se abrió paso entre el grupo hacia el fondo de la sala.

– Podría ser una espera muy larga -dijo a Darby y a Coop-. ¿Por qué no volvéis al laboratorio a ver si encontráis algo más en la fibra color tostado? Os llamaré en cuanto descubra algo.

– Nuestro jefe nos quiere aquí -repuso Coop.

– No hay ninguna garantía de que esté escuchando esta mañana -dijo Evan-. Podría empezar por la tarde. Sería más provechoso que invirtierais el tiempo en el laboratorio.

– Un caso como éste genera mucha confusión: hay gente que tiende a montarse su guerra, todos quieren ser héroes -dijo Darby-. Si dais con él, necesitaréis a gente para que controle la escena del crimen. Necesitaremos todas las pruebas que podamos conseguir para ponerlo contra las cuerdas.

Evan asintió.

– Crucemos los dedos y esperemos que muerda el anzuelo.

Darby se encaminó hacia la puerta. La cara sonriente de Carol la observaba desde todas partes.

Capítulo 40

Una ligera llovizna caía sobre Boston, congestionando las autopistas.

Daniel Boyle, al volante de la furgoneta Federal Express, puso el intermitente y giró a la izquierda; descendió despacio por la rampa mientras los amortiguadores gemían por el peso de la parte trasera.

Dos policías vigilaban el área de carga y descarga. Boyle se detuvo delante de un largo tramo de placas de acero. Sabía de qué se trataba. Con sólo apretar un interruptor, las placas descendían, dejando al descubierto una serie de clavos que agujerearían las ruedas de cualquier vehículo que intentara huir.

Un poli obeso de mejillas caídas se dirigió a él bajo la lluvia. Boyle bajó la ventanilla, y adoptó su mejor sonrisa y su tono más amable.

– Buenos días, agente. Ésta no es mi ruta habitual, estoy haciendo una sustitución. Traigo un paquete para el laboratorio. ¿Podría indicarme adónde debo dirigirme?

– Primero firma aquí.

Boyle cogió la carpeta. Llevaba guantes de piel en las manos. Escribió «John Smith» en la lista de entradas. El nombre encajaba con la foto plastificada que llevaba prendida del bolsillo de la camisa. Boyle disponía de otras credenciales en caso de necesidad.

Devolvió la lista al agente por la ventanilla. El compañero del gordo estaba ocupado echando un vistazo a la furgoneta.

– Baja esta rampa hasta el final y aparca. No tiene pérdida, está muy bien señalizado -dijo el poli obeso-. Las entregas se realizan por esa puerta gris de ahí. Sigue el pasillo que lleva al mostrador central. Alguien te firmará el acuse de recibo. No hace falta que subas el paquete.

Boyle iba a soltar el freno cuando el segundo poli dijo:

– Llevas la parte de atrás de la furgoneta bastante hundida, compañero.

– Los amortiguadores están fatal -dijo Boyle-. Hago tres repartos más y me voy directo al taller. Al paso que voy, tendré que trabajar hasta las seis de la tarde. Menuda forma de empezar el día, ¿eh?

El poli gordo, harto de soportar la lluvia, le indicó que pasara.

Se oyó un ruido cuando la furgoneta pasó por las placas de metal. Enfiló la rampa y fue hacia el aparcamiento. Las cámaras de seguridad dispuestas en los muros recorrían la zona. Boyle se bajó la gorra para que le ocultara la cara.

Había muchos espacios vacíos en la zona de carga y descarga. Boyle escogió el que quedaba más cerca de las escaleras. Boyle se apeó de la furgoneta, abrió la parte trasera, agarró el pesado paquete y fue hacia el interior.

La furgoneta blanca de vigilancia, provista de periscopio y de transmisores y receptores de microondas, estaba diseñada para parecer un vehículo de reparaciones de la compañía telefónica. El conductor iba vestido a conjunto.

Darby estaba sentada junto a Coop en un banco forrado de tela, cerca de las puertas traseras. Frente a ella, en el banco contrario, había dos miembros del SWAT de Boston. Los dos sudaban bajo el grueso atuendo militar. Uno mascaba chicle y hacía globos, mientras el otro revisaba la impresionante ametralladora Heckler & Koch MP7 que llevaba cruzada sobre el pecho.

Ella no tenía ni idea de dónde estaban. No había ventanas. El reducido habitáculo olía a café y a desodorante masculino.