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– Dos unidades móviles del departamento forense vendrán mañana a primera hora: una aquí, la otra para la explosión de Boston -dijo Evan-. Podemos seguir la investigación desde allí. Tengo que irme. Luego te llamo. ¿Dónde puedo encontrarte?

Ella anotó el número de teléfono de casa de su madre en el dorso de una tarjeta y se la dio.

– Se te está hinchando la cara -dijo Evan-. Deberías ponerte un poco de hielo.

Darby salió de la arboleda y observó a los heridos y a los muertos. Había cuatro cadáveres -no, cinco-, cubiertos por telas azules. Un enfermero extendía una tela azul sobre el cuerpo de otro agente del SWAT.

Desvió la mirada hacia el lugar donde había estado la furgoneta, ahora convertido en un humeante cráter negro. No se había encontrado el cuerpo del hombre que estaba en la furgoneta. Había pedazos de él entre los escombros. Tendrían suerte si algún día llegaban a identificarlo.

Un bombero soltó la manguera. Gritó algo inaudible y cuatro bomberos más se apresuraron a dirigirse hacia una mano ensangrentada que intentaba zafarse de los escombros.

«Podría haber sido yo -pensó Darby-. Si hubiera estado más cerca de la furgoneta, podría haber quedado atrapada, o haber muerto.»

Coop regresaba con otra camilla; en ésta transportaba a una chica joven. Los brazos le colgaban flácidos a ambos lados de la camilla, rozando el suelo, mientras sus ojos inertes contemplaban el oscuro cielo gris, y el agua barría el polvo y la sangre de su cara.

Capítulo 46

A las tres menos cuarto todos los supervivientes habían sido localizados y rescatados. Los bomberos seguían examinando el lugar de la explosión; un par de ellos aún sostenían las mangueras, listas para sofocar algún conato de incendio. Agentes de la ATF [3] y miembros del Cuerpo de Explosivos de la Policía de Boston, vestidos con mono y botas, escudriñaban los escombros.

El jefe de la unidad de artificieros era Kyle Romano, un ex marine con quince años de experiencia en la Brigada de Explosivos de Boston. Era un hombre corpulento, fornido, con el pelo pelirrojo cortado al uno y marcas de acné en la cara.

Romano tenía que gritar para hacerse oír encima del estruendo constante del helicóptero de prensa que sobrevolaba la zona.

– Es dinamita -dijo Romano-. El metal lleno de hoyos no deja lugar a dudas. También hemos encontrado partes de un temporizador y lo que al parecer es un detonador de metal. A partir de la información que me habéis proporcionado, diría que, en cuanto se abrieron las puertas de la furgoneta se envió una señal al temporizador. Ya conoces el resto. Pero tengo una pregunta para ti.

Romano se rascó la nariz. Tenía la cara cubierta de hollín y cenizas.

– He estado hablando con Banville y me ha dicho que el individuo al que perseguís se dedica a secuestrar chicas.

– Exactamente.

– Esto lleva el sello de un ataque terrorista. Un acto como el de hoy garantiza que la atención del mundo se vuelva hacia él. El tipo al que buscáis…, bueno, todo parecía indicar que no quería ser encontrado.

– Creo que está desesperado -dijo Darby.

– Es lo mismo que comentó el agente… Se llamaba Manning, Evan Manning.

– ¿Qué más te ha dicho?

– No mucho. Hablaba de la adolescente desaparecida. -Romano negó con la cabeza y exhaló un suspiro-. La pobre chica es como si ya estuviera muerta.

– ¿Él dijo eso?

– No con esas palabras. -Romano bebió un buen trago de la botella de agua- Por ahora es todo lo que sé.

– ¿Puedo hacer algo por ti?

– Sí, encontrar el trozo de metal que lleva el número VIN del vehículo. Debe de estar enterrado en algún sitio de todo este caos.

– Puedo ayudar a tamizar -dijo Darby.

– Para eso ya tenemos a los de la ATF. No te ofendas, pero los casos de explosivos son distintos de los tuyos. Tengo que delimitar la escena, hay demasiada gente deambulando por aquí. Te agradezco la ayuda.

El vehículo, con las ventanillas rotas por la explosión, formaba parte de la escena del crimen. Técnicos en explosivos lo registraban en busca de restos de pruebas. Darby no podía llevárselo.

Tampoco encontró a Coop. Tendría que volver a casa a pie.

Había periodistas por todas partes. Pasó ante ellos, entumecida, y tomó una calle sólo para ver, unos metros más allá, que estaba cortada para facilitar la labor de búsqueda de los investigadores.

Cuando dejó de andar estaba cerca de East Dunstable Road, a la altura de Porter Avenue. Bajando la calle estaba St. Pius. A seiscientos metros, la Hill. Y en lo alto de ésta, Buzzy's.

La cabina que había usado veinte años atrás para efectuar aquella llamada seguía en el mismo sitio, aunque había sido sustituida por un flamante modelo Verizon, dotado de un receptor de color amarillo brillante. Darby quería llamar a Leland para ver qué había pasado en el laboratorio. Miró si tenía monedas. Sólo tenía billetes, así que entró en Buzzy's a buscar cambio.

La tienda estaba vacía, salvo por la joven dependienta que estaba detrás del mostrador. Un pequeño televisor en color situado sobre una neverita emitía un reportaje sobre la bomba que había estallado en el Mass General.

– ¿Puedes subir el volumen? -preguntó Darby.

– Claro.

El periodista retransmitía desde el lugar del suceso. No disponía de mucha información, pero sí de un montón de imágenes sobre la explosión de un artefacto en el aparcamiento de carga y descarga del Mass General. Mientras hablaba de testigos presenciales que habían descrito un sonido intenso y prolongado, la cámara enfocaba varias imágenes de los destrozos. Darby vio las calles llenas de escombros, taxis y ambulancias volcados. La mitad frontal del Mass General, hecha por completo de vidrio, había volado por los aires. Al ver el cráter humeante su primera idea fue que se trataba de una bomba de fertilizante. Una como ésa, correctamente dispuesta, podía haber causado los inmensos destrozos que ahora veía por televisión.

Docenas de heridos estaban siendo trasladados al Beth Israel. Los pacientes del Mass General esperaban ser evacuados a otros hospitales de la zona. No había información sobre el número de víctimas mortales.

– ¿Estabas allí?

Darby apartó la mirada de la pantalla. La chica se dirigía a ella. Se había pintado la raya de los ojos en exceso y su cara parecía haber caído en una caja de clavos. Llevaba piercings en la nariz, en el labio inferior y en la lengua. Casi todo el espacio disponible de las orejas estaba cubierto por pendientes.

– ¿Viste la explosión? -preguntó la adolescente-. Tu ropa está, bueno, sucia, rota, ¿no? Y vas manchada de sangre.

– Estuve aquí, en la de Belham.

– ¡Oh, Dios mío! Ha tenido que ser aterrador… ¿Viste algún cadáver?

– Necesito cambio para la cabina.

Darby echó las monedas en la ranura y marcó el número del móvil de Leland. Cuando saltó el buzón de voz, probó a llamar a su casa. Contestó su esposa.

– Sandy, soy Darby. ¿Está Leland?

– Un momento.

Darby tragó saliva. Cuando Leland se puso al teléfono le explicó lo sucedido en Belham. Él la escuchó sin interrumpirla.

– Erin me llamó, yo estaba metido en un atasco -dijo Leland cuando Darby hubo terminado de hablar-. Me dijo que había llegado un paquete por FedEx al laboratorio esta mañana temprano. Lo pasaron por rayos X y vieron algo que parecía un cadáver metido en la caja, así que lo subieron a toda prisa. La dirección del remitente era la de Carol Cranmore.

– ¿No lo sometieron al test de explosivos?

– No lo sé. Pero si me pides mi opinión, diría que vieron el cuerpo y decidieron subirlo cuanto antes. He pedido las cintas de la cámara de seguridad del aparcamiento y del vestíbulo.

»Estaba hablando con Erin cuando estalló el paquete -dijo Leland-. No creo que haya sobrevivido. Pappy estaba en un vertedero de Saugus recogiendo muestras de pintura cuando explotó la bomba. La onda expansiva destruyó el laboratorio, los armarios donde se guardan las pruebas… No queda nada.