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– Su trabajo aquí ha concluido, señorita McCormick -dijo Zimmerman-. Cuando llegue al vehículo deberá ceder todo el material y las pruebas encontradas al agente especial Vamosi. Él la acompañará. Deberá seguir al agente Vamosi hasta la oficina de Boston.

Un hombre con cara de guisante dio un paso hacia ella.

– Ésta es una investigación de personas desaparecidas -dijo Darby-. Usted no tiene jurisdicción…

– Dos agentes federales han muerto -la interrumpió Zimmerman-. Eso nos concede control jurisdiccional. Si tiene alguna pregunta, formúlesela al fiscal general.

– ¿Por qué aparece como restringida una muestra de ADN en el CODIS?

– Que tenga un buen día, señorita McCormick.

Darby se dirigió a Evan:

– ¿Puedo hablar un momento contigo?

– Luego hablamos -dijo Evan-. Ahora debes irte.

Darby se sonrojó. Nunca le perdonaría esa falta de respeto.

– Los has llamado tú, ¿verdad?

Evan no respondió. No hacía falta. La expresión de su semblante lo decía todo.

– Está usted agotando mi paciencia, señorita McCormick -dijo Zimmerman.

Darby permaneció inmóvil, sin apartar los ojos de Evan.

– Sabes quién es el Viajero, ¿no? Esos micrófonos eran nuestra mejor baza para encontrarlo, y tú nos dejaste caer en esa trampa a sabiendas de lo que era capaz de hacer.

Evan adoptó una expresión dura. La miró con los mismos ojos, fríos y penetrantes, que ella había visto en el laboratorio.

– ¿Y qué pasa con Carol?

– Haremos todo lo posible para encontrarla -repuso Evan en tono formal.

– Seguro que sí. Iré a contarle a su madre en qué manos tan seguras y capaces ha quedado su hija.

Vamosi la cogió del brazo. O se marchaba o empezaba una pelea.

– Voy a por mi maletín -dijo Darby.

– Lo lamento, pero necesitamos que se quede aquí -dijo Vamosi-. Se lo devolveremos cuando hayamos terminado.

Dos agentes federales estaban revisando el vehículo. Un coche sin identificación bloqueaba el sendero. Darby tuvo que esperar mientras el agente Vamosi examinaba algunos objetos de interés.

El teléfono volvió a vibrar. Era Pappy.

– Llevo toda la mañana intentando localizarte. ¿Qué haces con el teléfono de Coop?

– El mío está muerto -dijo Darby, mientras se alejaba del Explorer-. ¿Qué hay?

– Tengo buenas noticias referentes a la muestra de pintura que encontramos en la camiseta de Rachel Swanson. La base de datos alemana consiguió identificarla. Es la pintura de fábrica del coche. El color es Blanco Luz de luna, un tono único que sólo se fabrica en el Reino Unido, de ahí la dificultad de identificarlo. La pintura se usó exclusivamente para el Aston Martin Lagonda.

– ¿El coche de las pelis de James Bond?

– El nombre se hizo famoso en una de sus películas, pero el modelo del que hablo, el Lagonda, es una de las primeras series, y se fabricó en el Reino Unido a finales de los setenta, en el setenta y siete, si no me equivoco. El vehículo salió por última vez al mercado en Estados Unidos en el ochenta y tres. Fabricaron una variante que venía de serie con televisor en color en la parte delantera y en la de atrás. En su momento se vendían por ochenta y cinco mil libras, lo que, al cambio actual, serían alrededor de ciento cincuenta mil dólares.

Darby vio cómo el agente Vamosi registraba su mochila.

– No es ninguna ganga -dijo ella.

– Ignoro cuál es su valor hoy día. Diría que se han convertido en piezas de coleccionista. En Estados Unidos no se vendieron más de una docena. Hablamos de un selecto grupo de compradores. Un coche como ése tiene que ser fácil de rastrear.

– ¿Dónde estás ahora?

– En casa, intentando asumir lo que sucedió ayer. Estaba recogiendo muestras de pintura en un desguace. Fue una oportunidad de última hora. Si no llego a ir, habría estado en el interior del edificio cuando… cuando pasó todo.

El agente Vamosi entregó la mochila a uno de los suyos y se encaminó hacia ella.

– No sabía que tu madre estuviera enferma -dijo Darby-. Lo siento mucho.

– ¿De qué hablas?

– Creo que deberías ir a verla. Seguro que aprecia tu compañía.

– ¿Hay alguien ahí?

– Sí. Escucha, tengo que irme. El FBI quiere hacerme algunas preguntas. Voy de camino a la oficina de Boston.

– ¿Los federales se han hecho cargo de la investigación?

– Exactamente -dijo Darby-. ¿A quién más le has comentado lo de la enfermedad de tu madre?

– Sólo a ti.

– Déjalo así. Trataré de llamarte al móvil en cuanto me sea posible.

Darby cortó la comunicación. Vamosi estaba frente a ella.

– ¿Puede darme las fotos que lleva en el bolsillo, por favor?

Darby se las entregó.

– ¿Está usted en posesión de algún otro material relacionado con esta investigación?

– Ya lo tienen todo -dijo Darby.

– Por su bien espero que así sea.

Darby ocupó el asiento del conductor del Explorer mientras los dos agentes le indicaban cómo salir. Vamosi ya se había ido. Darby le siguió. Le temblaban los brazos de ira, notaba los ojos calientes y húmedos.

Pensó en Rachel Swanson. Rachel, con aquella sonrisa que denotaba seguridad y esfuerzo, había sobrevivido durante años a una tortura increíble y cruel. Rachel, con el cuerpo demacrado, lleno de cicatrices, heridas y huesos rotos, había ido haciendo una lista de sus compañeras de reclusión y planeado el momento de su huida. Ahora estaba muerta.

¿Y Carol? ¿Seguiría con vida? ¿O yacía ya enterrada en alguna tumba perdida? ¿Enterrada como Mel, donde nadie pudiera encontrarla?

Al otro lado del bosque estaba la carretera 86. Veinticuatro años antes ella había presenciado cómo estrangulaban a una mujer. Ignoraba el nombre de la víctima y qué le había pasado. Pero Victor Grady sí lo sabía. El hombre del bosque había ido en su busca y Darby había conseguido sobrevivir. Si había sobrevivido a aquella experiencia, podía sobreponerse a cualquier cosa.

Darby sabía lo que debía hacer. Al ver la salida, pisó a fondo el acelerador y subió la rampa.

Capítulo 56

Darby aparcó el vehículo en la zona de carga y descarga que había frente a la tienda de licores. A salvo de ojos vigilantes, llamó a Pappy al móvil y le puso al corriente de lo que había sucedido. Le pidió que repitiera la información acerca de la muestra de pintura y lo anotó todo en su cuaderno.

– Quería preguntártelo antes. ¿Quién envió la muestra de pintura a los alemanes?

– Yo -dijo Pappy-. Decidí enviársela por si los federales no podían identificarla. Además, los alemanes me prometieron ocuparse enseguida.

– De manera que, por lo que a los federales se refiere, la pintura sigue sin haber sido identificada.

– Hasta donde yo sé, así es. Mi contacto del laboratorio federal me envió un correo informándome de que estaba atascado.

Era lo mismo que le había dicho Evan Manning.

– Darby, si los federales llegan a enterarse me veré obligado a pasarles la información.

– Motivo suficiente para que «desaparezcas» de la circulación un día.

– Bueno, pensaba pasar un rato en la biblioteca del MIT [4].

– Perfecto. Quédate allí, y no contestes al teléfono a menos que te llame yo.

Lo siguiente que hizo Darby fue llamar a Banville.

– Supongo que te has enterado de la noticia -dijo ella.

– Tengo a nuestros amigos federales en comisaría ahora mismo, revisando todos mis archivos y mi ordenador.

– ¿Qué andan buscando?

– ¡Que me aspen si lo sé! Insisten en apelar al Artículo Dieciocho como justificación para hacerse cargo de la investigación.

– ¿El Artículo Dieciocho? -preguntó Darby-. ¿Eso no tiene relación con la Ley Patriot?