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Cuando Slavick viajó a Atlanta, en 1998, se requirieron los servicios del agente especial Evan Manning para colaborar en la investigación de tres mujeres desaparecidas. Slavick, fingiendo ser empleado de una gasolinera, había atacado a Manning, que consiguió sobrevivir a duras penas. Como sus muchas víctimas, Slavick se esfumó.

La situación había sufrido un vuelco sustancial aquella mañana, a las ocho, cuando el CODIS identificó la sangre encontrada en casa de una adolescente desaparecida en Massachusetts con el perfil de ADN de Earl Slavick.

Ninguno de los presentes habló mientras despegaba el avión, con destino a la base aérea de Pease, en Portsmouth, New Hampshire. Desde allí, un helicóptero de asalto Black Hawk los trasladaría al puesto de mando con sede en Lewiston.

El comandante del equipo, Colin Cunney, se quitó los cascos. Se tomó unos minutos para revisar sus notas antes de dirigirse al grupo.

– Bien, chicos, escuchad con atención. Nuestro laboratorio ha identificado el mapa impreso que se encontró esta mañana como procedente de una página web dedicada al senderismo. Hemos tenido un golpe de suerte: hace dos semanas, un hombre residente en el número doce de Cedar Road, Lewiston, New Hampshire, accedió a la página. La Unidad de Resolución de Crisis ya está en el terreno. Han efectuado un barrido visual de la casa. Es nuestro hombre: Slavick.

– Esperemos que se esté quietecito esta vez -dijo Sammy DiBattista.

Risas nerviosas resonaron en la cabina.

– Un Black Hawk, cortesía de nuestros amigos de la base aérea de Pease, sobrevoló la zona hace una hora y consiguió tomar unas cuantas fotos de la casa -prosiguió Cunney-. Se trata de una zona de bosque denso, algo que podemos aprovechar. Consta de tres edificios: la casa, un garaje grande donde guarda varios vehículos (de momento han conseguido divisar al menos dos furgonetas), y un bunker. Toda la zona está rodeada de vallas cubiertas de alambre y equipada con cámaras de seguridad, alarmas de infrarrojos, en fin, la parafernalia habitual.

Cunney hizo una breve pausa para enfatizar el siguiente punto.

– Slavick pasó mucho tiempo en el campamento que el grupo la Mano del Señor tenía en Arkansas. No sólo es un tirador experto, sino que se le considera un especialista en explosivos. Todos sabéis que destruyó un hospital con una bomba de fertilizante, y que un dispositivo casero de explosivo plástico metido en un envío de FedEx se cargó parte del laboratorio de criminología de Boston. Nuestro hombre también mató a dos de nuestros agentes con una furgoneta llena de dinamita. Por tanto, debemos asumir que ha preparado alguna sorpresa en la casa.

»Cuando lleguemos será de noche. Inteligencia afirma que hay otras personas en la propiedad de Slavick, presumiblemente gamberros locales a los que ha alistado en su movimiento. Quiero un ataque rápido y contundente. No vamos a iniciar otro tiroteo, no si puedo evitarlo.

El fantasma de Waco [5] pasó por los semblantes de los presentes.

Cunney se dirigió a sus dos mejores tiradores: Sammy DiBattista y Jim Hagman.

– Sam, Haggy, no dispararéis hasta que yo os dé la orden, ¿comprendido?

Ambos asintieron. Cunney no estaba preocupado: los había visto actuar y conocía su capacidad.

– Ignoramos a cuántas mujeres tiene secuestradas Slavick -dijo Cunney-. Actuaremos con la premisa de que están vivas. El rescate de esas mujeres es nuestro objetivo primordial. Es una operación táctica. No habrá negociación.

»Una última cosa. Es una operación de carácter interno. No tenemos que preocuparnos de ninguna intervención de la policía local o de la ATF. Resolución de Crisis ha recabado toda la ayuda técnica y táctica que necesitemos. Es todo cuanto tengo que decir por el momento. ¿Alguna pregunta?

Sammy DiBattista formuló la pregunta que planeaba por la mente de todos.

– ¿Qué hacemos si Slavick nos planta cara?

– Muy sencillo -respondió Colin Cunney-. Cargarnos a ese hijo de puta.

Capítulo 58

Los ordenadores del Departamento de Tráfico de Massachusetts eran de una lentitud exasperante. Necesitaron dos horas para sacar una lista de veinte páginas de los conductores que poseían o habían poseído uno de los doce Aston Martin Lagonda importados a Estados Unidos.

Darby revisó las páginas llenas de letra diminuta en busca de los propietarios más recientes mientras Banville hablaba por uno de los teléfonos seguros de la furgoneta. Habían transcurrido más de cuatro horas desde que los federales asumieran la investigación. Durante ese tiempo él había reunido a un equipo de inspectores de confianza capaces de manejar el asunto con discreción.

De los doce Lagonda sólo ocho seguían en circulación. Los otros cuatro habían ido a parar al desguace. Darby estaba recopilando sus notas cuando Banville colgó el teléfono.

– Rachel Swanson murió de una embolia -dijo él-. Alguien le inyectó aire en el tubo de alimentación. Los federales lo confiscaron junto con las cintas de seguridad de la UCI.

– Fantástico -dijo Darby.

Los federales iban siguiendo sus pasos, sin duda.

– Hemos interrogado a las enfermeras de la UCI, pero nadie recuerda nada salvo la noticia de la bomba. Por eso el Viajero la hizo explotar en el hospital, ¿no crees? Para sembrar la confusión, el pánico, y aprovechar el jodido caos para meterse dentro.

– Debió de ser como el 11-S. Todos corriendo, intentando encontrar una salida. Nadie presta atención a nada.

– Muy hábil. -Banville se rascó la barbilla-. Aún no sé por qué no recogió sus cosas y se largó.

– Una cuestión de ego, tal vez. Ninguna de sus víctimas había escapado antes. O quizá temía que Rachel supiera demasiado y no quisiera correr el riesgo de que hablara con nosotros. Deja que te enseñe lo que he descubierto sobre el coche.

Darby cogió las páginas en las que había subrayado ocho nombres.

– Los estados más próximos donde residen propietarios de Lagonda son Connecticut, Pennsylvania y Nueva York.

– ¿Una de las víctimas del Viajero no era de Connecticut?

Darby asintió.

– Echa un vistazo a este nombre.

– Thomas Preston, de New Caanan, Connecticut -leyó Banville-. Tuvo el vehículo durante dos años y lo vendió hace sólo un par de meses. No se ha efectuado todavía el cambio de nombre.

– El Viajero pudo haber comprado ese coche. Investiguemos a Preston, comprobemos si ha vivido en Connecticut y si tiene una furgoneta.

Banville descolgó el teléfono que había en la pared.

– Steve, Mat al habla. Echa un vistazo a la página quince. A media página verás el nombre de Thomas Preston, residente en New Caanan, Connecticut. Averigua cuanto puedas sobre él. Necesito saber si tiene una furgoneta.

Veinte minutos más tarde sonaba el teléfono. Banville atendió la llamada y luego tapó el receptor con la mano.

– Preston no tiene antecedentes. Cincuenta y nueve años, abogado, divorciado, lleva veinte años viviendo en la misma dirección. Nunca ha tenido una furgoneta.

Darby tachó a Preston.

– Tenemos que descubrir a quién le vendió el coche -dijo Darby-. Hay que averiguar su nombre. Dile a tu hombre que consiga los números de teléfono de Preston, el del trabajo, el móvil… Y el nombre de la compañía de seguros.

Banville transmitió la información y colgó el teléfono.

– Si el comprador resulta ser el Viajero y dio un nombre falso, no habrá forma de localizarlo.

– Crucemos los dedos. Nos merecemos un poco de suerte.

– ¿Para qué querías el nombre de su compañía de seguros?

– La forma más segura de abordar el tema es llamarlo fingiendo ser alguien de su compañía de seguros. El tipo es abogado. Ya sabes cómo actúan esos sujetos cuando intentas hacerles preguntas sobre un caso criminal. Nos enterrará bajo montañas de papeleo y excusas legales. Tardaremos una semana en conseguir una respuesta. Pero si llamamos diciendo que somos de la compañía de seguros, nos dará la información.