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– Bien pensado.

El contacto de Banville volvió a llamar a los diez minutos.

– ¿Te importa si hago la llamada? -Darby no quería que la aspereza habitual de Banville molestara a Preston.

Banville le tendió el teléfono.

Darby empezó por el número del despacho. La secretaria le informó de que el señor Preston estaba hablando por la otra línea. Darby tuvo que esperar varios minutos en los que soportó la suave melodía del hilo musical.

– Tom Preston.

– Señor Preston, le llamo de la compañía de seguros Sheer con relación a su Aston Martin Lagonda.

– Lo vendí hace dos meses.

– ¿Lo comunicó a Tráfico?

– Claro que sí.

– Según nuestro registro, Tráfico dice lo contrario.

Preston se puso a la defensiva.

– Llamé para darme de baja. Si hay algún problema entiéndase con la gente de Tráfico.

– Está claro que se ha cometido un error. ¿Hizo alguna fotocopia del contrato de venta?

– Maldita sea, seguro que sí. Saco copias de todo. Malditos funcionarios, si yo llevara mi bufete a su estilo me echarían de la profesión.

– Comprendo que esté molesto, señor Preston. Le propongo una solución: dígame el nombre y la dirección de la persona a quien transfirió el título de propiedad, y veré si puedo ahorrarle una visita al registro.

– No recuerdo su nombre. La copia que me pide la tengo en casa. La llamaré mañana a primera hora. ¿Cómo me ha dicho que se llama?

– Señor Preston, el asunto es de la mayor urgencia. ¿Puede llamar a alguien a su casa?

– No, vivo solo. Espere… Le envié el manual de usuario por correo.

– ¿Perdone?

– Cuando vino a buscar el coche yo no tenía el manual de usuario. No lo encontraba. Él me lo pidió, junto con cualquier otro documento que tuviera, así que le prometí buscarlo. Me dio su dirección y le dije que se lo enviaría por correo. Debo de tenerla anotada en la agenda… Aquí está. Carson Lane, número quince, Glen, New Hampshire.

– ¿Y su nombre?

– Daniel Boyle.

Capítulo 59

El inspector del Registro de Massachusetts, siguiendo órdenes de Banville, ya había coordinado esfuerzos con el Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire. Según constaba en los registros informáticos, Daniel Boyle había vendido la furgoneta hacía dos días pero no había presentado cambio de nombre alguno. No constaba ningún dato sobre la posesión de un Aston Martin Lagonda.

El Departamento de Vehículos de Motor de New Hampshire les facilitó la fotografía que aparecía en el permiso de conducir de Boyle, que vieron en la pantalla: permiso extendido a nombre de Daniel Boyle, varón blanco de cuarenta y ocho años, ojos verdes, espeso cabello rubio y rostro amable.

Banville colgó y al instante se dispuso a marcar otro número.

– Boyle dio de baja el teléfono de su casa hace tres días.

– Es como si planeara trasladarse -dijo Darby.

– Tal vez ya se haya ido. Estamos intentando comprobar si tiene móvil. Si es así, y lo lleva encima conectado, podemos localizarlo a través de la señal. No dispongo del equipo necesario aquí. Tendremos que recurrir a alguien de la compañía telefónica.

Acto seguido, Banville habló con la oficina del sheriff del condado de Glen. Mientras, Darby observaba la pantalla del GPS. Circulaban a toda velocidad por la 95 Norte. A esa marcha llegarían a la dirección que constaba en la ficha de Boyle en menos de una hora.

– El sheriff del condado, Dick Holloway, está ausente hoy -dijo Banville-. Su ayudante lo ha llamado al busca. La mujer con la que he hablado conoce bien la zona: son seis o siete casas diseminadas alrededor de un lago. Me ha dicho que es un área bastante solitaria. No recuerda a Daniel Boyle, pero conoció a su madre, Cassandra. Vivió allí durante años antes de desaparecer.

– ¿La ayudante recordaba todo eso?

– Glen es una zona pequeña, poblada por residentes muy estables. La mujer con la que he hablado se crió allí. Se sorprendió al oír que Boyle se había instalado de nuevo en su casa. Creía que ésta llevaba años deshabitada.

»También me facilitó otro dato interesante. A finales de los setenta, Alicia Cross, una chica del barrio, desapareció. Nunca encontraron su cuerpo. Pondrá a alguien a investigar si hubo indicios de que en algún momento Boyle fue considerado sospechoso.

Darby presintió que las piezas empezaban a encajar.

– ¿Cuánto tardará el condado de Glen en movilizar a la unidad del SWAT?

– Los miembros del SWAT proceden de diferentes condados -dijo Banville-. Una vez que Holloway efectúe la llamada, los tendremos allí en un par de horas como mucho.

– ¿Y si enviamos un coche patrulla para ver si Boyle está en casa?

– No quiero correr el riesgo de asustarle. Esta furgoneta parece un vehículo del servicio técnico de la compañía telefónica. Llegaremos allí en menos de una hora. Propongo ir a casa de Boyle a ver si está en casa. Si el Lagonda está aparcado en el garaje, llamamos a Holloway y pedimos refuerzos.

– No creo que sea muy apropiado presentarnos allí con toda la artillería. Si Boyle ve a un poli en la puerta de su casa tal vez decida matar a Carol y a las demás mujeres.

– Estoy de acuerdo. Washington, el hombre que nos lleva hasta allí, irá vestido de técnico de la compañía telefónica. Disponemos de un par de uniformes. Su cara no ha salido en televisión, así que Boyle no le reconocerá. Es más probable que abra la puerta a un empleado del servicio técnico que a nosotros. En cuanto abra, entramos a saco.

Capítulo 60

Daniel Boyle había pasado la mayor parte de su vida haciendo maletas. Su entrenamiento militar le había enseñado a sobrevivir con lo básico. No poseía demasiados enseres personales.

El plan original era salir el domingo, en cuanto hubiera terminado su tarea en el sótano. El plan se había alterado a primera hora de la tarde cuando Richard le envió un breve y conciso mensaje de texto: «Encontrados restos en bosque. Vete ya».

Boyle vio el reportaje en el noticiario de la NECN. La policía de Belham había encontrado un cadáver. El reportaje no especificaba los pormenores del hallazgo, o qué pista había llevado a la policía hasta la zona. No se mostró ninguna imagen, de manera que ignoraba el lugar exacto donde se habían encontrado los restos.

Las mujeres desaparecidas durante el verano del ochenta y cuatro estaban enterradas en aquel bosque, pero la policía nunca había encontrado los cadáveres. No podían dar con ellos. El mapa que él había dejado en casa de Grady se había quemado en el incendio.

La policía había hallado un cadáver. Se preguntó si sería el de su madre-hermana. En tal caso, y si conseguían identificarla, la policía empezaría a hacer preguntas cuyas respuestas los conducirían hasta allí, a New Hampshire.

Tenía que haber sido algo que les dijo Rachel. Pero ¿de qué podía tratarse? Rachel no sabía nada del bosque de Belham ni de las mujeres que él había enterrado allí. Rachel desconocía el nombre o la dirección de su secuestrador, y desde luego era imposible que supiera dónde había enterrado a su madre-hermana. ¿Qué les podía haber dicho? ¿Había encontrado algo en su despacho? ¿En el archivador? No dejaba de dar vueltas a esas preguntas mientras guardaba los sobres y el portátil.

El primer sobre contenía dos juegos de documentos falsos: pasaportes, permisos de conducir, partidas de nacimiento y tarjetas de la Seguridad Social. En el otro había diez de los grandes en efectivo, para emergencias, el dinero necesario para poder empezar de cero en otra ciudad. Después podía usar el ordenador para sacar dinero de la cuenta que tenía en un banco privado de las islas Caimán.