Boyle cerró la maleta. No conocía el arrepentimiento ni la tristeza. Esos conceptos emocionales le eran tan ajenos como el paisaje lunar. Sin embargo, iba a echar de menos su casa, el hogar donde pasó su infancia, con sus grandes habitaciones y su intimidad, y la magnífica vista que se disfrutaba desde el dormitorio principal. Pero lo que más echaría de menos sería el sótano.
Boyle apagó la luz de su cuarto. Ya sólo le quedaba una cosa por empaquetar.
Se dirigió al cuartito de encima del garaje. No encendió la luz, veía perfectamente gracias a la luz de la luna que entraba por las ventanas.
Pasó ante los armarios que aún contenían la ropa de su madre y se arrodilló junto a la ventana que daba a la calle. Levantó la moqueta, apartó la baldosa floja y sacó de debajo la pistola Mossberg, siempre engrasada, y las balas. Sólo la había usado una vez: para matar a sus abuelos.
Boyle miró por la ventana, aún de rodillas, cuando distinguió a alguien que miraba hacia el garaje.
Era Banville, el inspector de Belham.
Boyle se quedó helado.
Banville hablaba en dirección a su chaqueta. Llevaba un auricular. Era un equipo de vigilancia. Banville hablaba por un micrófono prendido en el chaleco.
«Te han encontrado, Daniel.»
La voz de su madre.
«Vienen a por ti, tal y como te advertí.»
Era un error. Había construido un rastro de pistas que irremisiblemente llevaban hasta Earl Slavick. La sangre, los paquetes postales y las fibras azul marino, las fotos de Caroclass="underline" todo apuntaba a Slavick. Banville no debería estar allí.
¿Por qué no le había llamado Richard? Era él quien vigilaba a Slavick.
¿Le habría sucedido algo a Richard?
Boyle cogió la BlackBerry. No quería enviar un mensaje y tener que aguardar la llegada de la respuesta. Tenía que saber. Ahora. Marcó el número oficial de Richard.
El teléfono sonó y sonó. Saltó el buzón de voz. Boyle dejó un mensaje:
– Tengo a Banville en casa. ¿Dónde te has metido?
Una furgoneta de la compañía telefónica se acercaba a su casa. La tenue luz le permitió ver a un hombre sentado al volante, vestido con una chaqueta de color marrón con el logotipo de la compañía cosido en el bolsillo delantero. Sostenía una carpeta en las manos.
De manera que ése era el plan. El supuesto empleado de la compañía telefónica llamaría a su puerta y, en cuanto abriera, se le echarían encima. No se arriesgaban a un asalto por sorpresa por temor a que matara a Carol.
«No tienes escapatoria, Daniel.»
No abriría la puerta. Si no abría, se marcharían. Esperaría a que se fueran y luego se largaría de allí.
«Demasiado tarde. Saben que estás en casa. Las luces de abajo están encendidas, y Banville ha visto las cajas que has dejado en el garaje, junto al coche. La policía sabe que planeas marcharte. Si no sales, entrarán ellos.»
Le quedaba la opción de escabullirse por la puerta trasera e internarse en el bosque. Tenía las llaves del cobertizo. El Gator estaba allí; podía usarlo para recorrer uno de los caminos que llevaban a la carretera principal, luego encontrar un coche y robarlo. Pero no, el Gator era demasiado ruidoso. Tendría que hacer parte del camino a pie.
«Banville ha venido acompañado de más agentes, Daniel. La casa está rodeada. No irás muy lejos.»
Boyle paseó la mirada por el bosque, preguntándose cuántos agentes del SWAT estarían agazapados en las sombras.
«Se acabó, Daniel. No puedes escapar.»
– No.
«Te encerrarán en el corredor de la muerte, en un lugar más oscuro que el sótano.»
– Cállate.
«Incluso es probable que te extraditen a un estado donde aún se aplique la pena de muerte. Te atarán a una mesa y te pondrán la inyección letal. Y la última voz que oirás será la mía, Danny. Morirás solo, como yo.»
No se dejaría atrapar. No iba a morir solo en una celda. Tenía que llegar hasta el coche o hasta la furgoneta. Sabía en qué lugar dejarlo, salir corriendo y esconderse durante un tiempo, hasta idear un plan para volver a desaparecer.
El conductor descendió de la furgoneta. Banville había sacado su arma.
Boyle introdujo cuatro balas en la recámara. Se guardó el resto en el bolsillo y fue hacia la escalera.
Capítulo 61
Darby observó la fachada de la casa a través del periscopio.
Durante el trayecto se había formado la imagen de una casa en ruinas, una estructura desvencijada con un porche sin baranda y las ventanas rotas. En cambio, la casa que tenía enfrente se parecía a las de la zona alta de Weston, Massachusetts: enorme, antigua y colonial, con grandes habitaciones llenas de muebles caros y con los últimos adelantos tecnológicos. Las luces iluminaban un bonito paseo de ladrillo circundado de arbustos cuidadosamente podados.
Aparcado en el garaje había un Aston Martin Lagonda, con manchas de óxido en el capó y en los laterales. Banville había comunicado la noticia por radio. Darby iba provista del mismo equipo de vigilancia que usaba el Servicio Secreto: auricular y micrófono de solapa conectado a una cajita negra que llevaba prendida del cinturón.
Darby quería pedir refuerzos, pero Banville no estaba por la labor de esperar. Había cajas apiladas junto al coche, señal inequívoca de que Boyle había planeado largarse. Movilizar a la unidad del SWAT de New Hampshire requeriría un tiempo precioso y había que contar con la posibilidad de que Carol y las otras mujeres estuvieran en algún lugar de la casa, todavía vivas. Tenían que abatir a Boyle ya.
Había alguien en casa. Así lo indicaba una luz procedente del salón, y Darby estaba segura de haber percibido movimiento en el dormitorio de la primera planta antes de que se apagara la luz.
Glen Washington, el agente vestido con el uniforme marrón, estaba llamando al timbre.
Sonó un teléfono. No era uno de los de la furgoneta, sino el móvil de Coop. Darby contestó.
– Hemos encontrado al Viajero -anunció Evan Manning-. Vivía en New Hampshire. El Equipo de Rescate de Rehenes se vio obligado a abatirlo. Es todo cuanto puedo decirte.
– ¿Estás seguro de que es él?
– Sin margen de error. El individuo que ha muerto hoy es el mismo que me atacó en la gasolinera. Tiene el mismo tatuaje en el antebrazo que John Smith. ¿Recuerdas lo que te dije del paquete? ¿El que contenía la ropa de Carol Cranmore?
Darby no perdía de vista la casa.
– Comentaste que esos paquetes ya no se fabricaban. La empresa que los hacía quebró.
– Tengo delante de mí un armario lleno de paquetes como ése. Son idénticos. El sujeto también tenía una vieja máquina de escribir eléctrica IBM, un ordenador, una impresora de fotos y papel. No puedo estar seguro de la impresora y el papel hasta que lo lleve a analizar. También hemos hallado varios modelos distintos de escuchas.
– ¿Dónde está Carol?
Washington volvió a llamar al timbre.
– La estamos buscando -dijo Evan-. Siento mucho lo que ha sucedido antes. No quería que las cosas salieran así, pero no me correspondía a mí decidir.
La puerta de la casa se abrió.
Darby oyó la voz de Washington por el micrófono.
– Buenas tardes, señor. Trabajo para la compañía telefónica…
Un atronador disparo le derribó hacia la escalera del porche.
Capítulo 62
Darby soltó el teléfono y vio cómo Banville apuntaba hacia la puerta y efectuaba dos disparos. La detonación partió el marco de la puerta y una lluvia de astillas de madera cayó sobre Banville.
Darby recogió el móvil del suelo.
– ¿Darby? -gritaba Evan-. ¿Qué pasa? ¿Estás ahí?
Ella cortó la llamada y llamó al 911 para pedir asistencia médica y refuerzos.
Volvió a mirar por el periscopio y distinguió la silueta de Banville un segundo antes de que entrara por la puerta de la casa. Washington yacía en el suelo, de espaldas, con la mano en el pecho.