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– Sé las ganas que tienes de encontrar a Carol, pero creo que…

Darby pasó por delante de Evan en dirección al coche.

– ¿Adónde vas?

– Vuelvo a casa de Boyle. Necesito hablar con Banville.

Evan se metió las manos en los bolsillos.

– ¿Te has planteado la posibilidad de que Boyle metiera a Rachel y a las otras mujeres en el sótano de su casa? Tal vez las encerró allí. Hay muchos recovecos, muchos rincones donde es conderse.

– ¿Cómo sabes tanto del sótano de Boyle?

– Porque fue allí donde maté a Melanie -dijo Evan, un segundo antes de apretar el trapo impregnado de cloroformo sobre la cara de Darby.

Capítulo 66

Darby despertó con la mente sumida en una nebulosa de ideas. Estaba tendida boca abajo, pero no en una cama. No, era demasiado duro. Con el ojo sano, el que no tenía hinchado, parpadeó en la oscuridad. Se giró y se sentó.

Por un breve instante creyó que se había quedado ciega en un horrible accidente. Luego empezó a recordar.

Evan la había drogado con aquel trapo. El hombre que había intentado consolarla aquel día en la playa cuando le contó el final de Victor Grady y el destino de las mujeres desaparecidas era el mismo que había apretado el trapo impregnado en cloroformo sobre su cara, el mismo que había matado a Melanie: Evan era el cómplice de Boyle. Evan dejaba las pruebas mientras Boyle secuestraba mujeres y las llevaba hasta allí.

Darby se levantó, desorientada por la oscuridad. Intentó respirar hondo mientras se palpaba el cuerpo. No llevaba chaqueta, pero seguía vestida con la misma ropa y las mismas botas. Tenía los bolsillos vacíos. No sangraba, ni parecía herida, pero las piernas no dejaban de temblar.

El mareo fue remitiendo. Tenía que sobreponerse.

Con las manos extendidas en la penumbra Darby se movió hacia delante, hasta que los dedos chocaron contra una superficie plana y rugosa: una pared de hormigón. Fue hacia la izquierda, contando los pasos: uno, dos, tres… La pierna dio con algo duro. Se agachó e intentó identificar el objeto por el tacto. Una cama. Cinco pasos más y se acababa el muro. Gira. Seis pasos, otro objeto: en este caso un retrete. Estaba en una celda parecida a la que había visto en casa de Boyle, al lugar donde habían encerrado a Carol.

Sonó un zumbido, fuerte y desagradable, como el sonido del timbre de la escuela.

Se abría la puerta; una fina línea de luz partía la penumbra de la celda.

Tenía que defenderse. Necesitaba un arma. Registró la celda. Todo estaba clavado al suelo. No había nada que pudiera utilizar.

La puerta se había abierto hacia un pasillo tenuemente iluminado.

Una melodía empezó a sonar. Era I Get a Kick Out of You, de Frank Sinatra. Evan no entró.

El mareo había remitido, la adrenalina se le había disparado. «Piensa.»

¿Acaso Evan esperaba que ella saliera?

Sólo había un camino, y Darby se acercó al extraño pasillo, esforzándose por oír algo aparte de la música. Alerta a cualquier movimiento repentino. Si la atacaba, ella iría directa a los ojos. Ese hijo de puta no podría hacerle daño si no veía.

Darby apoyó la espalda en la pared de la celda. Bien. «Prepárate para correr.»

El corazón le latía más y más rápido… Ya.

Salió al largo pasillo en el que había seis puertas de madera.

Todas las puertas estaban cerradas. Algunas tenían picaportes. En dos había candados.

Frente a las puertas había cuatro celdas abiertas. Darby registró las otras tres. Estaban vacías. Buscó cualquier cosa que pudiera utilizar como arma. Nada. Todo estaba clavado al suelo. En la última celda detectó un intenso olor corporal que al instante le recordó a Rachel Swanson. Era allí donde la habían tenido encerrada. Allí había vivido Rachel durante todos aquellos años.

El timbre de alarma volvió a sonar. Las puertas de acero se cerraron con un crujido.

Un nuevo ruido se oyó a lo lejos: puertas que se abrían y cerraban, se abrían y cerraban.

Evan. Iba a por ella.

Tenía que moverse, tenía que pensar en algo… Pero ¿adónde ir? Cualquier puerta.

Darby intentó abrir la que tenía justo delante. Estaba cerrada. La siguiente no. Cuando traspasó el umbral se sintió en la clase de laberinto que poblaba sus peores pesadillas.

Frente a ella había un estrecho pasillo desprovisto de luz. A tientas pudo distinguir cuatro puertas, dos por lado… No, cinco. Había una quinta al final del pasillo. Las paredes estaban hechas con tablas de madera clavadas. Parte de la madera estaba resquebrajada. Miró a través de un pequeño agujero y se encontró con una sala parecida a aquélla.

Y entonces lo comprendió: los números y letras que Rachel se había escrito en el brazo y en el mapa eran indicaciones para recorrer ese laberinto. Rachel había logrado trazar un camino a través de cada una de las puertas.

Darby se esforzaba por recordar las combinaciones de números y letras mientras las puertas se abrían y cerraban a su alrededor. Había alguien más allí aparte de Evan. ¿Sería Carol? ¿Estaría viva? ¿Cuántas mujeres había allí abajo y por qué corrían? ¿Qué iba a hacerles Evan? ¿Qué le haría a ella?

Sin tiempo para pensar, Darby avanzó hacia otra sala; en ésa había dos puertas, pero sólo una podía abrirse. La pared estaba llena de agujeros. Impactos de bala. Evan tenía un arma. ¡Dios mío! ¿Qué podía hacer ella contra un arma de fuego? Desarmada, no tenía ninguna posibilidad, sólo le quedaba seguir moviéndose y pensar en el modo de atacarlo por sorpresa. Pero antes necesitaba algo que usar como arma, y enseguida.

Darby se quedó helada. Alguien se acercaba.

La siguiente sala era más grande, con cuatro puertas. Una de ellas estaba cerrada con candado. Abrió otra, y se metió en una habitación. Cerró la puerta con mucho cuidado para no revelar su ubicación.

Esa sala tenía un pasillo tan estrecho que para recorrerlo debía ponerse de lado. Se percató de que algunas puertas de ese pasillo estaban cerradas por dentro; otras no tenían ni pomos; otras eran un puro umbral, carente de puerta. ¿A qué venían tantas variaciones?

«Dan caza a las víctimas por aquí. Las persiguen por el laberinto y las dejan encontrar rincones donde esconderse para dar más emoción a la caza.»

Mientras se internaba en el laberinto de habitaciones sin fin y sus ojos se habituaban a la penumbra, recordó fragmentos de las conversaciones con Rachel. «No hay forma de salir, sólo escondrijos… Da igual que vayas a la derecha, a la izquierda o recto, todos los caminos llevan a un callejón sin salida, ¿no te acuerdas? No se puede escapar… Yo lo intenté.»

Tenía que haber alguna salida. Rachel Swanson había sobrevivido allí durante años; había una salida, o al menos un buen escondite…

Un agudo grito sobresaltó a Darby.

Se oyó un golpe y la mujer volvió a gritar. Estaba cerca, en algún lugar detrás de la fina pared. Más puertas se abrieron y se cerraron. «¿Cuántas mujeres hay aquí?»

– ¡Socorro!

No era la voz de Carol. Darby no sabía a quién pertenecía, pero estaba cerca. ¿Y si gritaba diciéndole dónde estaba? «No, no reveles tu posición.» Darby fue avanzando por el laberinto, palpando el suelo con la esperanza de encontrar un trozo de madera que usar como palo. Cualquier cosa.

Se halló en un cuarto cuyo suelo de hormigón estaba salpicado de astillas de madera. Un líquido negro salía de debajo de una de las puertas. Darby supo lo que era antes de arrodillarse. Sangre. Podía olerla. La puerta que tenía frente a ella no estaba cerrada. La abrió. «Por favor, Dios mío, que no esté Evan aquí.»