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– Prometiste que no me abandonarías.

Un disparo agujereó la puerta.

– Corre, Carol. Corre.

Darby se incorporó y a punto estuvo de resbalar a causa de la sangre. La sala estaba a oscuras, pero distinguió la mano enguantada de Evan metiéndose por el agujero. Carol cerraba y abría puertas. Darby apoyó la espalda en la pared. Notaba la sangre goteándole por el cuello. Se tocó la mejilla, la herida y el hueso. El ojo de ese lado seguía cerrado por la hinchazón.

Evan encontró el pomo, lo giró y abrió la puerta.

Entró empuñando la pistola en la mano. Darby agarró el fémur con ambas manos y lo hundió con fuerza en el estómago de Evan.

Un grito de dolor salió de la máscara. Darby sacó la improvisada arma y volvió a clavarla. Cuando él intentó apuntarla con la pistola, ella lo apuñaló por tercera vez. La bala le rozó la oreja, con un ruido atronador, y cuando Evan la agarró del pelo ella levantó el fémur y se lo hundió en la garganta.

Él soltó la pistola y se llevó ambas manos a la garganta. Darby le empujó hacia la otra habitación. El arma de fuego estaba en el suelo: una Glock de nueve milímetros, el arma reglamentaria del FBI. Ella la cogió y cerró la puerta.

– Carol, quédate donde estás -dijo Darby, y luego gritó con más fuerza-: Soy de la policía. Si hay alguien más aquí, que no se mueva hasta que yo le diga que puede salir.

Darby abrió la puerta de par en par y levantó la Glock.

Evan se tambaleaba en el cuartucho. La punta del fémur asomaba por su garganta. Intentaba detener la sangre que le manaba del estómago. Se estaba desangrando. «Que se muera.»

En cuanto la vio fue en busca del hacha.

– No lo hagas.

Él alzó el hacha por encima de su cabeza. Darby disparó, y la bala le atravesó el estómago.

Evan se desplomó contra la pared. Ella apartó el hacha de una patada. Él intentó incorporarse, cayó, y siguió probándolo hasta que sus miembros ya no respondieron.

Por detrás de la máscara emitió un suspiro agónico, estremecedor. Sólo consiguió articular una palabra:

– Melanie.

Darby le arrancó la máscara.

– Enterrada… Está enterrada… -Evan se ahogaba con su propia sangre.

– ¿Dónde? ¿Dónde está enterrada Mel?

– Pregunta… pregúntaselo a tu madre…

Darby sintió una fuerte punzada en la cara. Evan sonrió antes de morir.

Darby le quitó el cinturón y le desabrochó el mono de trabajo. Palpó los bolsillos y encontró un juego de llaves. No halló ningún móvil, pero sí una pequeña cámara digital metida en uno de los huecos del cinturón de carpintero. Ella se guardó la cámara en el bolsillo.

Con las manos manchadas de sangre fue probando llaves hasta dar con una que abría los candados. Darby tomó aire y miró hacia el techo.

– Está muerto. Ya no puede haceros ningún daño. ¿Hay alguien más ahí?

No hubo respuesta. La música seguía sonando.

– Tengo sus llaves. Puedo ayudaros. Si estáis ahí, decid algo.

Sólo se oía música.

Darby fue a buscar a Carol. La adolescente estaba acurrucada en un rincón del pasillo, meciéndose, en estado de shock.

– Se acabó, Carol. Todo ha terminado. Ven, dame la mano. Así, cógete con fuerza. Voy a sacarte de aquí… No, no mires al suelo, mírame a mí. Te sacaré de aquí pero quiero que cierres los ojos hasta que yo te diga que los abras, ¿de acuerdo? Bien. Así me gusta, mantenlos cerrados. Sólo son unos pasos más. Muy bien. No mires abajo. Ya casi estamos. Ya casi estamos en casa.

Capítulo 69

El camino de salida del laberinto se les hizo eterno.

Darby se hallaba en el extremo opuesto de la mazmorra, en un pasillo donde había cuatro jaulas idénticas. Sabía que estaba al otro lado porque ese pasillo tenía una puerta de acero extra asegurada mediante cuatro candados. Usó las llaves. Fue el único instante en que Carol soltó su mano.

Una escalera de mano apoyada en la pared conducía a un sótano iluminado por la luz tenue que salía de una puerta situada a la izquierda, al otro lado de la escalera. Darby se acercó a la puerta, notando los dedos de Carol aferrados a los suyos.

Sobre una vieja mesa había seis pantallas de vídeo. Cada pantalla mostraba una celda de color verde oscuro: visión nocturna. Evan y Boyle habían instalado cámaras de vigilancia equipadas con visión nocturna para vigilar a sus prisioneras. Todas las celdas estaban vacías.

La ropa de Evan aparecía pulcramente doblada encima de otra mesa. El móvil estaba sobre la cartera, junto con las llaves del coche.

Darby estaba a punto de entrar en la habitación cuando vio varios trajes dispuestos sobre maniquíes. Las cabezas aparecían cubiertas con máscaras de Halloween, algunas compradas, otras hechas a mano. Detrás de los maniquíes había un estante lleno de armas varias: cuchillos, machetes, hachas y lanzas.

– Quiero que te quedes un momento aquí fuera -dijo Darby-. No te muevas, ¿vale? Vuelvo enseguida.

Darby cogió el teléfono móvil y las llaves, y vio una puerta cerrada. Una de las llaves la abría. En el interior encontró un archivador cerrado y una pared empapelada con las fotos de las mujeres secuestradas. Probó las llaves en el archivador, pero ninguna lo abría.

En algunas fotografías las mujeres sonreían. En otras estaban asustadas. Entre ellas había horrendas fotos que retrataban sus muertes. Darby imaginó a Boyle y a Evan en ese cuarto, mirando las fotos mientras se vestían, dispuestos a salir de caza.

Darby contempló aquellos rostros hasta que ya no pudo soportarlo más. Cogió la mano de Carol y un estremecimiento de gratitud la invadió al notar su calor. Juntas subieron por la escalera hasta la planta principal. Las luces funcionaban. No había muebles, sólo estancias frías y desiertas. Decadentes. Varias ventanas habían sido cubiertas con tablones.

Darby abrió la puerta principal con la esperanza de encontrar alguna señal en la calle. No había farolas, sólo oscuridad y un viento gélido que soplaba sobre los campos yermos. La derruida granja que había detrás era el único edificio de las inmediaciones.

Recordó que el coche de Evan iba equipado con GPS. Lo encontró aparcado detrás de la granja. Darby arrancó el vehículo y puso en marcha la calefacción.

El GPS mostraba su localización. Darby llamó al 911 y pidió un par de ambulancias. Ignoraba si alguna de las mujeres del sótano seguía aún con vida.

– Carol, ¿recuerdas el número de teléfono de tus vecinos, los que viven frente a tu casa? Los de la casa blanca con persianas verdes.

– Los Lombardo. Sí, sé su número. Cuido de sus niños de vez en cuando.

Darby marcó el número. Una mujer atendió la llamada con la voz ronca de sueño.

– Señora Lombardo, me llamo Darby McCormick. Pertenezco al Laboratorio de la Policía de Boston. ¿Está Dianne Cranmore con usted? Necesito hablar con ella enseguida.

La madre de Carol se puso al teléfono.

– Aquí hay alguien que quiere hablar con usted -dijo Darby, antes de pasarle el teléfono a Carol.

Capítulo 70

Según el GPS la granja abandonada estaba a cuarenta kilómetros de la casa de Boyle. Darby llamó a Mathew Banville y le relató lo sucedido.

Primero llegaron las ambulancias. Mientras atendían a Carol, Darby informó a los del servicio de urgencias de lo que les esperaba en el laberinto del sótano. Les mostró qué llave abría los candados y cuál abría las puertas. Se sentó en la parte trasera de la ambulancia con Carol hasta que a ésta le hizo efecto el sedante. Darby permitió que un enfermero la reconociera pero se negó a tomar ningún sedante.

Cuando llegó Banville con la policía local le estaban dando puntos en la mejilla. Se quedó junto a Darby mientras Holloway y sus hombres entraban en la granja.

– ¿Has traído las llaves de Boyle? -preguntó Darby.