– Las tiene Holloway.
– Hay un archivador cerrado en la habitación de las fotos. Me gustaría ver si contiene algo sobre Melanie Cruz.
– La patrulla forense del estado está a punto de llegar -dijo Banville-. Ahora el caso les pertenece. Dejaremos que procesen la escena del crimen. ¿Cómo lo llevas?
Darby no tenía una respuesta a esa pregunta. Le dio la cámara de Evan.
– Hay fotos de lo que les hacían a las mujeres.
– Holloway dijo que podías prestar declaración mañana, cuando hayas dormido un poco. Uno de sus agentes te acompañará a casa.
– Ya he llamado a Coop. Viene de camino.
Darby habló a Banville de Melanie Cruz y de las otras mujeres desaparecidas. Cuando terminó le anotó un número de teléfono en el dorso de una de sus tarjetas.
– Es el número de casa de mi madre. Si encontráis algo referente a Melanie, llámame, sea la hora que sea.
Banville deslizó la tarjeta en el bolsillo trasero del pantalón.
– Llamé a Dianne Cranmore justo después de que hablara contigo -dijo él-. Le dije que de no ser por ti nunca habríamos encontrado a su hija. Quería que lo supiera.
– Ha sido un trabajo en equipo.
– Lo que has hecho… -Banville hizo una larga pausa para contemplar el coche de Evan-. Si no me hubieras presionado, si yo no te hubiera respaldado, esto habría acabado de forma muy distinta.
– Pero no ha sido así. Gracias.
Banville asintió. No parecía saber qué hacer con las manos.
Darby le tendió la mano y Banville se la estrechó.
Cuando el Mustang de Coop apareció por la carretera, ésta ya estaba atestada de coches patrulla y vehículos del departamento forense. Los medios de comunicación también habían hecho acto de presencia. Darby vio un par de cámaras de televisión al otro lado de las vallas. Un fotógrafo intentaba sacarle una foto.
Coop se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros. La abrazó contra su pecho durante un buen rato.
– ¿Dónde te llevo?
– A casa -dijo Darby.
Coop condujo en silencio por las oscuras y desiguales calles. La ropa de Darby olía a sangre y a pólvora. Ella bajó la ventanilla, cerró los ojos y dejó que el viento le acariciara la cara.
Cuando el coche se detuvo, ella abrió los ojos y vio que habían aparcado en el área de servicio de la autopista. Coop rebuscó en el asiento trasero, de donde sacó una nevera portátil. Dentro, sobre el hielo, había dos vasos y una botella de whisky irlandés.
– Se me ocurrió que igual te apetecía -dijo Coop.
Darby llenó los vasos con hielo y vertió el whisky. Ya casi había apurado el segundo vaso cuando llegaron a la frontera del estado.
– Me siento mucho mejor -dijo Darby.
– Estuve tentado de llamar a Leland, pero pensé que preferirías contárselo en persona.
– Acertaste.
– Me gustaría poder seguirte con una videocámara y registrar ese momento para la posteridad.
– Quiero contarte algo -dijo Darby.
Por segunda vez aquella noche relató la historia de Melanie y Stacey. Esta vez quiso hacerlo despacio, quería que Coop supiera cómo se había sentido ella.
– Le dije a Mel que no quería seguir siendo amiga de Stacey, pero Mel no pudo evitar entrometerse. Siguió insistiendo. Ella deseaba que todo volviera a ser como antes. Le gustaba el papel de pacificadora. Cuando la vi con él, quise… -A Darby le falló la voz.
Coop la dejó respirar. Darby notó que las lágrimas acudían a sus ojos y trató de contenerlas.
Y entonces salió de ella, afilada y horrenda, aquella verdad que había pasado años arrastrando. Las lágrimas brotaron y Darby no luchó contra ellas, estaba harta de luchar.
– Mel gritaba. Grady tenía un cuchillo, y lo estaba usando contra Mel y ella le gritaba que parara. Me suplicó que bajara a ayudarla. Yo no… no le pedí a Melanie que viniera a casa ni que trajera a Stacey: fue Mel quien decidió hacerlo. Fue ella quien tomó la decisión de venir, no yo, y una parte de mí… Cada vez que veía a la madre de Mel, me miraba como si hubiera sido yo quien la hizo desaparecer. Yo quería decirle la verdad, gritársela hasta borrarle aquella maldita mirada de los ojos.
– ¿Por qué no se lo dijiste?
Darby no tenía una respuesta. ¿Cómo podía explicar que parte de ella odiaba a Mel por presentarse allí aquella noche… y por traer a Stacey? ¿Cómo podía explicar la culpa que sentía no sólo por lo que había pasado aquella noche, sino por cómo se sintió después, obligada a cargar con el peso de la culpa y con la ira?
Cerró los ojos y deseó retroceder en el tiempo, regresar a aquel momento en que Mel le preguntó junto a las taquillas si las tres podían volver a ser amigas. Darby se preguntaba qué habría sucedido si ella hubiera accedido. ¿Quizá Mel seguiría viva? ¿O estaría enterrada igualmente en el bosque, en algún lugar desconocido?
Coop le pasó su fuerte brazo sobre el hombro. Darby se apoyó en él.
– ¿Darby?
– ¿Sí?
– Abandonar a Melanie… Hiciste lo que debías hacer.
Darby no volvió a hablar hasta que llegaron a la carretera 1. A lo lejos se distinguían las luces de los rascacielos de Boston.
– No dejo de pensar en el día en que Evan vino a la playa y me habló de Victor Grady y Melanie Cruz. Han pasado veinte años. Veinte años. Y no he conseguido superarlo.
– Pero en algún momento lo harás.
– Sí.
– Si algún día necesitas hablar de ello, cuenta conmigo -dijo Coop-. Lo sabes, ¿verdad?
– Sí.
– Bien.
Coop le dio un beso en la cabeza. No la soltaba. Ella no quería irse.
Amanecía cuando por fin llegaron a Belham. Darby acompañó a Coop al cuarto de invitados y luego se metió en la ducha.
Cuando se hubo cambiado de ropa y limpiado las heridas, fue a ver a su madre. Sheila dormía.
«Dime dónde enterraste a Melanie.»
«Pregunta… pregúntaselo a tu madre…»
Darby se acostó y abrazó a su madre con fuerza. Le vino a la mente un recuerdo de sus padres, sentados en la parte delantera de la antigua furgoneta Buick con paneles de madera; Big Red tamborileaba con los dedos sobre el volante y Sheila sonreía a su lado. Ambos eran aún jóvenes, fuertes y saludables. Darby escuchó el leve aliento de su madre y deseó que durara eternamente.
TERCERA PARTE
Capítulo 71
Darby abrió los ojos a las brillantes líneas de sol que pugnaban por entrar a través de las persianas bajadas.
Su madre no estaba en la habitación. Al ver la cama vacía sintió una súbita oleada de pánico. Darby se levantó, se vistió y bajó al salón. Eran las tres de la tarde.
Coop estaba sentado a la mesa de la cocina, bebiendo café mientras veía la televisión pequeña. Cuando vio el miedo dibujado en la cara de Darby enseguida adivinó sus pensamientos.
– Tu madre quería tomar el aire, así que la enfermera la sentó en la silla de ruedas y han ido a dar una vuelta. ¿Te preparo algo de comer? Sé rellenar un cuenco de cereales…
– Me conformo con un café, gracias. ¿Qué dicen las noticias?
– La NECN está a punto de emitir otro reportaje después de la publicidad. Siéntate, te serviré un café.
La prensa de Boston había saltado sobre la historia con dientes afilados. En las diez horas que ella había pasado durmiendo los periodistas habían desvelado la conexión entre Daniel Boyle y el agente especial Evan Manning.
El auténtico nombre de este último era Richard Fowler. En el año 1953, Janice Fowler, víctima de lo que hoy se llamaría aguda depresión posparto, se ahorcó en su habitación de una institución psiquiátrica del estado. Los informes del hospital revelaban que había sido ingresada allí poco después de que su marido, Trenton Fowler, la sorprendiera intentando ahogar a su hijo en la bañera. Janice contó a su marido que, al despertar de la siesta, había encontrado a Richard junto a su cama, amenazándola con un enorme cuchillo de cocina. Richard Fowler tenía cinco años.