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Siete años después, cuando Richard tenía doce, su padre conducía la cosechadora por el campo de maíz. El mecanismo de trillado se atascó. Trenton Fowler dejó la máquina en marcha y se plantó en la plataforma para intentar desatascarlo, pero resbaló sobre la fina y sedosa capa de maíz que cubría la plataforma y cayó en la trilla. Richard declaró que no sabía cómo se paraba la cosechadora.

La tía de Richard, Ophelia Boyle, adoptó al joven huérfano y lo instaló en la casa recién estrenada que había regalado a su hija en Glen, New Hampshire. Cassandra, la hija de Ophelia, estaba encinta. Cassandra tenía veintitrés años y era soltera. Se había negado a entregar al bebé en adopción.

En 1963 ser madre soltera suponía aún un escándalo capaz de arruinar la reputación de una familia, sobre todo en los pudientes círculos sociales en que se movían Ophelia y su marido, Augustus. Así que instalaron a Cassandra, su única hija, en Glen, New Hampshire, lejos de Belham, y le asignaron una generosa paga mensual para que pudiera criar a su hijo, un niño al que llamó Daniel. Cassandra explicó a amigos y parientes que el padre del chico había fallecido en un accidente de automóvil.

Las entrevistas con antiguos vecinos, muchos de los cuales aún seguían residiendo en la zona, describían a Daniel como el típico ser solitario, introvertido y taciturno. Les costó mucho entender la íntima relación entre Daniel y su primo mayor, el atractivo y carismático Richard.

Alicia Cross vivía a menos de tres kilómetros de la casa de Boyle. Cuando desapareció, en el verano de 1978, tenía doce años. En esa época Richard Fowler había adoptado ya el nombre de Evan Manning: quería empezar una nueva vida. Al parecer, la única persona que conocía ese cambio de nombre era su primo, Daniel Boyle.

Evan, recién licenciado de la Facultad de Derecho de Harvard, vivía en Virginia cuando Alicia Cross desapareció. Acababa de ser admitido en el programa de entrenamiento del FBI. Daniel Boyle tenía quince años y seguía viviendo con su madre. Jamás se encontró el cuerpo de la chica y la policía nunca detuvo al asesino.

Dos años después, tras graduarse en una exclusiva academia militar de Vermont, Daniel Boyle ingresó en el ejército con la intención de convertirse en soldado profesional. Su objetivo era entrar en los Boinas Verdes, pero a los veintidós años fue expulsado del cuerpo por una acusación de asalto con violencia. Una mujer declaró que Boyle había intentado estrangularla.

Boyle dejó el ejército, pero no tuvo que ponerse a trabajar. Tenía acceso a una generosa asignación, así que deambuló por el país durante un año, trabajando esporádicamente de carpintero, y luego volvió a casa, en el verano de 1983, donde descubrió que su madre se había esfumado sin dejar rastro. Daniel llamó a su abuela y le preguntó por el paradero de Cassandra. Ophelia Boyle lo ignoraba. Puso una denuncia por la desaparición, que fue archivada poco después cuando la policía descubrió que el pasaporte de Cassandra Boyle había desaparecido con ella. La familia nunca volvió a tener noticias de Cassandra.

Ophelia costeó la escuela privada de Evan y los estudios en la Facultad de Derecho de Harvard. También compró la granja y la mantuvo a pleno rendimiento hasta su muerte, acaecida en el invierno de 1991, cuando ella y su marido fueron tiroteados por un ladrón que entró en su casa. La policía sospechó que podía tratarse de un caso más complicado de lo que parecía a simple vista e interrogó a Daniel Boyle. Boyle no estuvo en casa aquel fin de semana; había viajado a Virginia para visitar a su primo, que acababa de ingresar en la recién inaugurada Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI. Evan Manning había corroborado la coartada de Boyle.

Con sus abuelos muertos y su madre desaparecida, Daniel Boyle se convirtió en el único beneficiario de una herencia estimada en más de diez millones de dólares.

A primera hora de esa mañana la policía había conseguido abrir el archivador del sótano de Boyle, donde se habían hallado fotos de las mujeres desaparecidas en Massachusetts durante el verano de 1984, el período de tiempo que la prensa bautizó como Verano del Terror. Las fotos indicaban que Boyle las había tenido encerradas en el sótano de su casa.

Apenas se disponía de información sobre los meses en que Boyle viajó por todo el país. En algún momento regresó al este y, en el sótano de la granja de su primo, construyó un laberinto de salas cerradas que un inspector describió como «la cosa más terrorífica que he visto en mis treinta años de servicio». Una unidad especial formada por arqueólogos forenses había acudido al lugar; su misión: buscar tumbas sin nombre en los inmensos bosques que rodeaban la casa de Boyle.

Carol Cranmore estaba siguiendo tratamiento en una clínica no revelada. En una entrevista grabada, Dianne Cranmore hablaba del estado de su hija: «En estos momentos Carol sigue en estado de shock. Le queda un largo camino por recorrer, pero lo haremos juntas. Mi niña está viva y eso es lo único que importa. Y no estaría viva de no haber sido por Darby McCormick, del Laboratorio Criminalístico de Boston. Ella nunca perdió la esperanza».

El periodista comentaba que las madres de la mayoría de las víctimas no habían tenido tanta suerte. A continuación emitieron una entrevista con Helena Cruz.

«Llevo toda la vida preguntándome qué ha sido de Melanie -decía Helena Cruz-. He cargado con esas preguntas y ahora, más de veinte años después, descubro que el culpable de su muerte no fue Victor Grady sino un agente federal. El FBI no va a contestar a mis preguntas. Alguien sabe qué le sucedió a mi hija, estoy segura de ello.»

Darby contemplaba el rostro de Helena Cruz cuando sonó el teléfono. Era Banville.

– ¿Has visto las noticias? -preguntó él.

– Estoy viendo la NECN ahora mismo. Están hablando de la relación entre Evan y Boyle.

– Y aún hay más. ¿Has oído hablar de la madre, Cassandra Boyle? Pues resulta que era la hermana de Boyle, además de su madre.

– ¡Joder! -Eso explicaba por qué la familia la había desterrado a un lugar tan remoto como New Hampshire-. ¿Lo sabía Boyle?

– Ni idea. Y en cuanto a lo del viaje de la madre, todo parece confirmarlo, pero ¿quién sabe? También he revisado el caso de las muertes de sus abuelos. No hubo sospechosos ni testigos. Alguien entró, disparó contra ellos mientras dormían y limpió el piso.

– Y fue Manning quien le proporcionó la coartada -dijo Darby.

– Sí. También he echado un vistazo a la BlackBerry de Manning. Aparecían varios mensajes de texto guardados que demuestran que colaboró con Boyle en la organización de los atentados. Y el número al que Boyle llamó antes de que entráramos en su casa se corresponde con el de Manning. Boyle debió de llamar para advertirle.

– ¿Cómo vais con el portátil de Boyle? ¿Habéis conseguido dar con las contraseñas?

– Sí -dijo Banville-. Hacía todos sus movimientos bancarios por internet. No podemos acceder a mucha información, ya que era titular de una cuenta privada en un banco de las islas Caimán, pero encontramos fotografías. Boyle tenía guardadas las fotos de sus víctimas más recientes. También hallamos algunos mapas de los lugares donde las enterró. Se extienden por todo el país.

– ¿Qué hay de Melanie Cruz? ¿Habéis encontrado algo de ella o de las mujeres que desaparecieron en el ochenta y cuatro?

– No hay ningún mapa de Belham. Pero sé que Melanie Cruz está muerta. Encontramos fotos en el archivador de Boyle. Si quieres verlas, pasa por comisaría. Estaré aquí todo el día.

– ¿Qué hay en las fotos?

– Será mejor que tú misma las veas.

Capítulo 72