Banville estaba hablando por teléfono cuando Darby apareció acompañada de Coop. Banville los vio en el umbral y les hizo señas para que entraran. Tomaron asiento en sendas sillas apoyadas en la pared, junto a las perchas.
Quince minutos después Banville colgó el teléfono. Parecía agotado.
– Hablaba con el antropólogo forense del estado. Esta mañana envié a Carter al bosque, a echar un vistazo por la zona donde los federales encontraron los restos. No hay nadie más enterrado allí.
– Me sorprende que los federales le permitieran acercarse -comentó Coop.
– Oh, no creas, pusieron trabas. Pero el gato ya se ha escapado del saco. Manning está en todas las noticias. Los federales entraron en su apartamento de Back Bay. Ya sé que esto supondrá una auténtica sorpresa para vosotros pero nuestros buenos amigos del FBI no comparten ninguna información sobre Manning, ni sobre aquel gilipollas nazi al que mataron. Esos tíos tienen una verdadera pesadilla entre las manos. -Banville miró a Darby-. Prepárate para lo que viene. La prensa tiene noticia para semanas.
– ¿Carter encontró un cadáver?
– Sin duda -dijo Banville-. Definitivamente se trata de una mujer que lleva enterrada entre diez y quince años, quizá más. Quiere someter los huesos a la prueba del carbono para ajustar más la fecha.
Banville se repantigó en la silla.
– Hablé con Carter sobre las mujeres que desaparecieron en la zona durante el verano del ochenta y cuatro. Los restos podrían pertenecer a una de ellas, pero, dada la altura y algunas características óseas, no se trata de Melanie Cruz.
– Me gustaría ver las fotos.
Banville le pasó un sobre.
Ver a Melanie atada y amordazada en aquel sótano era horrible. La cámara había captado el terror de su cara. Las fotos mostraban a Melanie sola; en todas aparecía llorando.
«Podría haber sido yo.»
– ¿Tenemos alguna idea de cómo murió?
Banville negó con la cabeza.
– Si encontramos sus restos, tal vez descubramos algo. ¿Crees que Manning o Boyle la enterraron en el bosque?
«Pregunta… pregúntaselo a tu madre…»
Darby se removió en la silla.
– Ya no sé qué pensar.
– Carter dijo que a menos que descubramos alguna prueba específica o algún dato que nos indique dónde está enterrada Melanie Cruz, lo más probable es que nunca lleguemos a encontrarla.
Darby volvió a guardar las fotos en el sobre. «Melanie jugueteaba con las cuentas de la pulsera mientras oía a Stacey llorando detrás del contenedor. “¿Por qué no podemos volver a ser amigas?”, le preguntó más tarde, en el colegio.»
«Ojalá hubiera dicho que sí», pensó Darby.
Tardó un instante en recuperar el habla.
– ¿Qué hay de las otras mujeres? ¿Se sabe algo?
– Boyle las llevó al sótano y les hizo cosas… distintas a cada una.
Banville le tendió un sobre más grande. En el interior había montones de fotos sujetas con gomas elásticas.
Darby reconoció al momento algunas caras: Tara Hardy, Samantha Kent, y las mujeres que desaparecieron después. Tambien había fotos de una mujer de rostro enjuto y largo cabello rubio. Como Rachel Swanson, parecía haber pasado hambre.
Darby levantó la foto de Samantha Kent.
– Esta es la mujer que vi en el bosque. ¿Sabemos qué ha sido de ella?
– No tenemos ni idea, ni sabemos dónde están sus restos -respondió Banville-. ¿Manning no te dijo nada?
– Sólo que había desaparecido.
Darby no quería seguir viendo esas fotos. Dejó el sobre en una esquina de la mesa y se secó las manos en los tejanos.
– ¿Quieres oír el resto?
Darby asintió. Respiró hondo y aguantó.
– El sótano donde estuviste estaba plagado de cámaras -dijo Banville-. Boyle guardaba los vídeos en el ordenador. Se remontan a ocho años atrás, al período en que volvió al este. Al principio Boyle y Manning cazaban a una sola víctima. Luego pasaron a dos, a tres… Entonces Boyle construyó más celdas y cambió las reglas del juego. Soltaba a las víctimas en el laberinto, y si conseguían llegar al otro lado, las puertas de la celda se abrían y conseguían comida; se ganaban el derecho a seguir viviendo.
– Por eso Rachel Swanson sobrevivió durante tanto tiempo -dijo Darby-. Había logrado encontrar un camino.
– En mi opinión Boyle se ocupaba de los secuestros mientras que Evan dejaba pruebas falsas en función del caso en que estuviera trabajando: Victor Grady, Miles Hamilton, Earl Slavick. Y estoy seguro de que hay otros de los que no sabemos nada.
– ¿Cuánto tiempo llevaban metidos en esto? ¿Tenemos alguna idea? -preguntó Coop.
Banville se puso de pie.
– Os enseñaré lo que he encontrado.
Capítulo 73
Darby le siguió a través de los estrechos pasillos en los que se oía una mezcolanza de conversaciones, timbrazos de teléfonos y zumbidos de fax.
Banville los llevó hasta la gran sala de reuniones donde había perfilado los detalles de la trampa que iban a tender al Viajero. Las sillas estaban juntas en un rincón, para dejar espacio a las pizarras montadas sobre ruedas. Había una docena de ellas, llenas de fotografías de varias mujeres.
– Esta mañana, alguien de la sección de informática consiguió decodificar la contraseña de Boyle -dijo Banville-. Estas fotos que veis estaban almacenadas en el ordenador. Procedimos a transferirlas a discos compactos y las imprimimos. Por suerte, Boyle era meticuloso y las tenía organizadas en carpetas en función del estado. Creemos que empezó aquí, después de irse de Belham.
Banville se detuvo frente a una pizarra marcada con el nombre de «Chicago». La foto superior pertenecía a una bonita chica rubia de sonrisa coqueta. Su nombre era Tabitha O'Hare. Desaparecida el 3-10-1985.
Debajo de Tabitha O'Hare aparecía la foto de Catherine Desouza, desaparecida el 5-10-1985.
Siguiente: Janice Bickeny, 28-10-1985.
Había cuatro mujeres más, pero éstas carecían de nombre y de fecha. Eran sólo fotos. Siete mujeres en total, todas desaparecidas.
– Llamamos a Personas Desaparecidas de Chicago y les pedimos que nos enviaran por correo electrónico todos los casos de ese año para emparejar sus nombres con las fotos archivadas en el ordenador de Boyle. Hasta el momento hemos identificado a tres de las siete mujeres desaparecidas.
– ¿Dónde están enterradas? -preguntó Coop.
– Lo ignoramos -contestó Banville-. No hemos encontrado ningún mapa.
Darby pasó a la siguiente pizarra: «Atlanta». Trece mujeres desaparecidas, todas prostitutas, según la información que figuraba debajo de sus fotos.
La siguiente escala de Boyle había sido Texas. En un período de dos años desaparecieron veintidós mujeres en Houston. Después de Texas, Boyle pasó a Montana y luego a Florida. Darby contó las fotos de las dos pizarras. Veintiséis mujeres. Sin nombre, sin fecha que indicara cuándo habían desaparecido. Sólo fotografías.
– Estamos empezando a contactar con los departamentos de policía de todo el país -explicó Banville-. Han accedido a enviarnos por fax o e-mail todos sus casos de personas desaparecidas. Presumo que será una tarea ingente, nos llevará semanas, meses quizá.
Darby encontró la pizarra marcada con el nombre de «Colorado». La foto de Kimberly Sánchez encabezaba la lista, seguida por la de ocho mujeres más.
– Lo que no acabo de entender es la historia que nos contó Manning sobre el ataque del que fue víctima -dijo Banville-. ¿Crees que fue obra de Boyle?
– Sí -dijo Darby.
– Estaba dejando pruebas para cargarle el muerto a Slavick. ¿Por qué tomarse la molestia de organizar todo eso?
– Al atacar a Manning, Boyle le convertía en un testigo que podía señalar a Slavick en cualquier momento.
– Y Boyle necesitaba mantener a Manning al frente de la investigación -dijo Coop-. Creo que por eso pusieron las bombas en el laboratorio y en el hospital. Se considerarían ataques terroristas y permitiría que los federales entraran en acción.