– Y Manning podía tirar de los hilos -añadió Banville.
Darby asintió.
– Aunque cabe la posibilidad de que estemos equivocados. Por desgracia, las únicas dos personas que podrían sacarnos de este error están muertas.
Un agente asomó la cabeza.
– Una llamada para ti, Mat. El inspector Paul Wagner, de Montana. Dice que es urgente.
– Dile que espere, voy enseguida. -Banville se volvió hacia Darby-. Esta mañana han practicado las autopsias de Manning y de Boyle. Fue Manning quien entró en tu casa. Tenía una señal en el brazo izquierdo. Creí que te gustaría saberlo.
Banville los dejó en aquella sala atestada de fotos. Darby posó la mirada en la pizarra de «Seattle»: más rostros de mujeres desaparecidas, más fotografías colgadas, unas identificadas, otras no…
– Echa un vistazo a ésta -dijo Coop.
En ella había las caras sonrientes de seis mujeres. No constaba el nombre de ningún estado. Ninguna mujer tenía nombre.
– A juzgar por los cortes de pelo y la ropa, diría que estas fotos se tomaron en los ochenta -dijo Coop.
Darby creyó reconocer a una de las mujeres, pálida y de pelo rubio. Había algo en esa cara… ¿Dónde la había visto antes?
De repente, recordó. La foto de aquella mujer era la misma que le había dado la enfermera de su madre: la que había encontrado en la ropa que Sheila había donado. Darby le había enseñado la fotografía a su madre. «Es Regina, la hija de Cindy Greenleaf -le había explicado Sheila-. Regina y tú solíais jugar juntas de pequeñas. Cindy me felicita cada año por Navidad con fotos de Regina.»
Darby arrancó la foto de la pizarra.
– Quiero sacar una copia -dijo-. Vuelvo enseguida.
Capítulo 74
Mientras Darby recorría de nuevo el estrecho pasillo en busca de una fotocopiadora de color, vio a un agente que acompañaba a una mujer mayor hacia el despacho de Banville.
No había duda alguna de que la mujer que se agarraba al brazo del agente era Helena Cruz. Mel y su madre tenían los mismos pómulos prominentes y las mismas orejas pequeñas que se enrojecían cuando hacía frío.
– Darby -dijo Helena Cruz en un susurro seco-. Darby McCormick.
– Hola, señora Cruz.
– Señorita, Darby. Ted y yo nos divorciamos hace mucho. -La madre de Melanie suspiró con fuerza, haciendo un gran esfuerzo por alejar recuerdos dolorosos-. Oí tu nombre en las noticias. Trabajas en el laboratorio.
– Sí.
– ¿Puedes contarme qué le pasó a Mel?
Darby no contestó.
– Por favor, si sabes algo… -Se le quebró la voz, pero recuperó la compostura enseguida-. Necesito saberlo. Por favor. No puedo seguir viviendo en la ignorancia.
– El inspector Banville se lo contará. Está en su despacho. La acompañaré hasta allí.
– Tú sabes lo que le pasó, ¿verdad? Lo llevas escrito en la cara.
– Lo siento.
«Ojalá pudiera decirle lo mucho que lo siento.»
Helena Cruz clavó la vista en el suelo.
– Esta mañana, cuando llegué a Belham, fui a mi antigua casa. No había estado en ella desde hacía años. Había una mujer recogiendo hojas y su hija jugaba en el parque. Sigue allí, en el mismo rincón del jardín donde jugabais Mel y tú. Os pasabais horas allí cuando erais pequeñas. A Melanie le encantaba hacer castillos de arena y tú se los rompías. Pero Melanie nunca se enfadaba cuando lo hacías. Nunca se enfadaba por nada.
La voz de la señora Cruz iba desgranando recuerdos. Darby se sintió transportada a las noches que pasó en casa de Melanie, a las vacaciones de verano compartidas en Cabo Cod. La mujer que hablaba ahora con ella era la misma que siempre se aseguraba de ponerle suficiente crema protectora porque Darby tenía la piel muy blanca.
Pero esa mujer había desaparecido. La que tenía delante era sólo una sombra. La amabilidad se había borrado de sus ojos. Su expresión era la misma que Darby había visto en incontables víctimas, una expresión de miedo, de perplejidad, ante el hecho de que tus seres queridos pudieran ser arrancados de tu lado sin que tuvieras ninguna culpa.
– Eduqué a Mel para que fuera demasiado confiada. Para que buscara lo bueno de cada persona. Me culpo por ello. Intentas criar bien a tus hijos y a veces… A veces simplemente no importa. A veces Dios ha concebido su propio plan, y tú nunca llegas a entenderlo, no importa lo mucho que lo intentes, no importa lo mucho que reces. No paro de repetirme que no importa porque nada puede curar esta clase de herida.
Darby había imaginado este momento cientos de veces, había ensayado mentalmente las palabras que diría y la reacción de Helena Cruz. Ver el dolor en su rostro, oír la suplicante desesperación en su voz, hizo que Darby recordara todas aquellas cartas que había escrito cuando era más joven, en la etapa de su vida en que creía que si era capaz de poner en palabras sus sentimientos de culpabilidad conseguiría construir un puente que uniera su dolor común, y, como mínimo, llegar a un posible entendimiento.
Había roto todas esas cartas. Helena Cruz sólo quería que le devolvieran a su hija. Y ahora, después de veinticuatro años de espera, no estaba más cerca de conseguirlo.
– No sé dónde está Melanie -dijo Darby-. Si así fuera, se lo diría.
– Dime que no sufrió. Al menos dame eso.
Darby intentó pensar en una respuesta adecuada. No importaba. Helena Cruz dio media vuelta y se marchó.
Capítulo 75
Coop dejó a Darby en su casa y se marchó. Ella entró en la cocina, buscando a su madre. La enfermera le dijo que Sheila estaba en el patio trasero.
Sheila estaba sentada cerca de su antiguo jardín. El aire vespertino era frío. Darby cruzó la hierba llevando consigo una silla plegable. Sheila vestía un chaleco azul sobre un grueso polar y llevaba puesta la gorra de béisbol de Big Red. Una manta de lana le cubría el regazo y gran parte de la silla de ruedas. Parecía tan frágil…
Darby colocó la silla junto a la de su madre, aprovechando los últimos rayos de sol. Sheila tenía un álbum de fotos abierto sobre las rodillas. Darby se vio a sí misma cuando era sólo un bebé, envuelta en una mantita rosa y un gorro a juego.
Su madre tenía los ojos enrojecidos. Había estado llorando.
– He visto las noticias. Coop me ha contado el resto. -Sheila hablaba con voz pausada mientras observaba los vendajes que cubrían la cara de Darby-. ¿Cómo te encuentras?
– Esto se curará. Estoy bien. De verdad.
Sheila cogió a Darby de la mano y la apretó. Darby miró hacia el patio, hacia las sábanas blancas tendidas que la brisa hacía oscilar. La cuerda de tender estaba muy cerca de la puerta del sótano por la que Evan Manning, y no Victor Grady, había entrado en la casa hacía más de dos décadas.
Darby recordó el día en que encontró a Evan esperándola en la calzada. Estaba allí para averiguar cuánto sabía ella sobre lo sucedido en el bosque. ¿Fue Evan quien encontró la llave que tenían escondida para emergencias? ¿O fue Boyle quien registró antes la casa?
– ¿Dónde has estado? -preguntó Sheila.
– Fui a comisaría con Coop. Banville, el inspector encargado del caso, me llamó para decirme que había encontrado algunas fotos. -Darby se volvió hacia su madre-. Fotos de Melanie.
Sheila posó la mirada en el patio. La brisa sacudía las ramas y hacía volar las hojas secas por el suelo.
– Helena Cruz estuvo allí -dijo Darby-. Quería saber dónde está enterrada Mel.
– ¿Y lo sabes?
– No. Nunca lo sabremos a menos que surjan nuevos datos.
– Pero sabes lo que le sucedió a Mel.
– Sí.
– ¿Qué pasó?
– Boyle se la llevó al sótano de su casa y la estuvo torturando durante días, tal vez semanas. -Darby se metió las manos en los bolsillos del abrigo-. Es todo cuanto sé.